La paciencia de los paraguayos con los corruptos ha llegado al límite
. La jornada de hoy, 15 de agosto de 2018, está signada por la inauguración del periodo presidencial de Mario Abdo Benítez y por la esperanza de que un nuevo comienzo, renovación periódica en las democracias verdaderas, traiga las correcciones tan necesarias para cuya concreción una mayoría suficiente del pueblo paraguayo votó por él. Terminados hoy los cinco largos años de mandato de Horacio Cartes, hay muchas cosas que corregir, y la más importante, la prioritaria, es la confianza en la palabra del presidente de la República. Cartes destruyó el valor de la palabra presidencial. El nuevo presidente seguramente acredita que cuenta con la esperanza de la gente en su capacidad e integridad, pero, tras la dramática experiencia del periodo que concluye, debe saber que ya no habrá cheque en blanco para él, ni tendrá, al parecer, los cien días habituales de “luna de miel”. Ocurre que comienza su mandato de la peor manera, al no desmarcarse de los corruptos de su partido ni pronunciarse firmemente sobre una cuestión de interés nacional, como es el tema de Yacyretá. Es de esperar que se haya dado cuenta de que la paciencia de los paraguayos con los que acumulan riquezas malhabidas ha llegado al límite.
La jornada de hoy, 15 de agosto de 2018, está signada por la inauguración del periodo presidencial de Mario Abdo
Benítez y por la esperanza de que un nuevo comienzo, renovación periódica en las democracias verdaderas, traiga las correcciones tan necesarias para cuya concreción una mayoría suficiente del pueblo paraguayo votó por él. Terminados hoy los cinco largos años de mandato de
Horacio Cartes, hay muchas cosas que corregir, y la más importante, la prioritaria, es la confianza en la palabra del presidente de la República del Paraguay.
Cartes destruyó el valor de la palabra presidencial. No se puede administrar con decencia la cosa pública sin la confianza en la palabra del Primer Mandatario. Por eso resulta muy grave que “Marito” haya prometido en su campaña revisar los acuerdos firmados por su antecesor con el presidente argentino, Mauricio Macri, sobre la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), y que ahora afirme que modificar esa situación es demasiado difícil.
El nuevo presidente seguramente acredita que cuenta con la esperanza de la gente en su capacidad e integridad, pero, tras la dramática experiencia del periodo que concluye, debe saber que ya no habrá cheque en blanco para él, ni tendrá, al parecer, los cien días habituales de “luna de
miel”. Ocurre que comienza su mandato de la peor manera, al no desmarcarse de los corruptos de su partido ni pronunciarse firmemente sobre una cuestión de interés nacional, como lo es el tema de Yacyretá. Debe convencerse de que ya no va a contar con ninguna supuesta ingenuidad del pueblo paraguayo para tolerarle caminos torcidos.
Nuestra República se encuentra lastimada. Sobrevivió a estos cinco años de constante amenaza, pero amanece hoy agitada todavía por el resentimiento del expresidente y de sus subordinados, y dañada institucionalmente por el
resquebrajamiento de la división de poderes impulsada por la instalación de abyectos serviles, desleales con la Constitución, en la Corte Suprema de Justicia, en el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE), en el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, en la Fiscalía General del Estado, en la Policía Nacional, en los organismos de control del narcotráfico y del lavado de dinero, así como en el Congreso.
Nuestro diario ha venido sosteniendo que el problema del Paraguay no radica en modificar la Constitución, que, en verdad, mostró su fortaleza durante estos cinco años en los que Horacio Cartes y sus aliados pretendieron alterarla, violarla, cambiarla. Ella no necesita cambio alguno que provenga de la ambición de cuatro o cinco políticos obsesionados con el poder por restablecer, a contramano, la tristemente célebre reelección presidencial, instrumento utilizado para perpetuar a cuanta dictadura existe hoy en el continente americano. La reelección presidencial no es hoy una cuestión fundamental para nuestro país. Ni alternada ni continua. El pueblo paraguayo tiene sus libertades garantizadas sin la
reelección, y con sus libertades tiene garantizado su derecho de instalar, mediante elecciones libres, a gobernantes de su preferencia, como también el poder de desalojar, mediante sus representantes, a aquellos que se
desvían ostensiblemente de las disposiciones constitucionales. Y, en última instancia, la Constitución le autoriza a desconocer y a resistir a los gobernantes que violan sus disposiciones.
“Marito” haría muy bien en tratar de ser un presidente
comprometido a cumplirla a rajatabla, con su magnífica división de poderes, en lugar de ser otro más de los que la desprecian.
Puede entenderse, desde esa perspectiva, su decisión de precautelar la autonomía de sus aliados en el Congreso, como lo ha hecho público cuando los mismos votaron en contra del interés nacional para favorecer, por ejemplo, el reconocimiento del prevaricato por el que Cartes pretende una banca en el Senado o para aprobar las cuestionadas notas reversales de Yacyretá.
Pero el flamante mandatario no debe creer ni por un
instante que, con la excusa de precautelar la autonomía de sus aliados en el Congreso, se le eximirá de ejercer el liderazgo moral que requiere la Presidencia de la República a favor del bien común, de la justicia, de la libertad y de la igualdad.
El presidente de la República del Paraguay está en un lugar que ocuparon algunos villanos, incluso en nuestra época democrática, pero es también el lugar donde estuvieron gobernantes dignos, como Bernardino Caballero y Eligio Ayala. “Marito” debe escoger si desea figurar entre los primeros o entre los últimos. Si elige honrar a los héroes que le antecedieron, debe ejercer su liderazgo moral sin cortapisas, en defensa del interés nacional en Yacyretá, por citar lo más inmediato, aunque el camino sea difícil y tenga que perder amigos. Del mismo modo debe actuar en Itaipú; y en la educación, en la salud, en el tema del endeudamiento. Pero antes que en nada, en la consolidación de las instituciones republicanas. En tal sentido, el presidente Abdo Benítez no debe caer en la tentación mesiánica de cambiar media docena por seis, porque ese es el atajo de los mafiosos para asegurarse la impunidad.
El camino es otro y siempre fue otro: el indispensable cumplimiento de los procedimientos constitucionales para integrar la Corte Suprema y el TSJE, contribuyendo a elegir a los que ganan las oposiciones en vez de a aquellos a los que sus amigos llamarán “los mejores” y que reciben más apoyo fáctico de los círculos supuestamente áulicos. Nunca más debe repetirse la experiencia que elevó, por ejemplo, a Sandra Quiñónez a la Fiscalía General del
Estado, saltando al puesto desde un lugar poco honroso en el concurso de méritos, tras conciliábulos entre gallos y medianoche entre los dueños del poder de turno. El presidente Abdo Benítez, en síntesis, debe enfrentar decididamente a la corrupción, a los corruptos y a la impunidad que los protege. Es de esperar que se haya dado cuenta de que la paciencia de los paraguayos con los que acumulan riquezas malhabidas ha llegado al límite y, por tanto, no queda espacio para nuevos engaños ni nuevas decepciones.
Le deseamos éxitos en su gestión, y le aseguramos las críticas oportunas y el control que tenemos como misión. Como siempre.