Escraches
La tendencia de la vida política en la actualidad es romper con el pasado, armar situaciones que escapen del control de las autoridades y que sean de rápida implementación. La sociedad ya nada quiere saber del pasado; del control; de autoridades y demoras. Tal vez ni siquiera esté queriendo saber del concepto de sociedad misma.
Estamos en los tiempos de los micropúblicos que cuentan con mayor autonomía para pensar, decidir y actuar, que resultan del fracaso del sistema de representación política, que como se sabe está cargada de limitaciones, prohibiciones y exigencias cuando que la demanda actual de los mandantes es de mayor apertura posible, de mayor transparencia, de amplias libertades y de tramos cortos.
Aparentemente, a juzgar por el estudio de Moisés Naim publicado en su obra “El fin del poder”, ya no es época de grandes concentraciones, excepto en los países con gobiernos autoritarios, tampoco de las reverencias a las “máximas autoridades”; ahora los micropúblicos prefieren construir su propio espacio y en vez de nombrar, permiten que los líderes surjan de uno de ellos, alguien que tiene empatía (la capacidad para ponerse en el lugar del otro y saber lo que siente o incluso lo que está pensando).
Los escraches continuos y sostenidos parecen responder a esta nueva situación. No más superpoderes, ni poderes absolutos, menos aún si los mismos se guían por la hipocresía y el engaño. Tratar de engañar a la gente con el cuento de que por haber sido reelecto diputado y donar un motor generador le da derecho a ocupar el mismo cargo, luego de haber robado al erario, ya nadie tolera. O ser reelecto Senador luego de que el país se enteró por los audios que convirtió a la justicia ordinaria en un burdel, tampoco nadie tolera.
Por cosas como estas la gente está en la calle. Es la modalidad escrache de ejercer el poder que nadie del poder formal reconoce, pero que según nuestro referente intelectual mencionado es la forma actual de demostrar que las autoridades no merecen respeto, que el colectivo movilizado es incontrolable y que si bien no abarcan la totalidad, tienen capacidad puntual de anular algo concreto y de incidir en cambios inmediatos. Los gobernantes que no captan esta onda podrían ser fuentes, ellos mismos, de las tensiones que deberán enfrentar.