Políticos a la carrera.
Desde hace tiempo, nuestro diario viene propugnando la renovación de nuestra corrompida e incompetente clase política y, en consecuencia, combate la perpetuación de una manga de impresentables en los cargos electivos. En tal sentido, ha venido alentando a la gente a que “se meta” en la política para ver si en algún momento se consigue arrinconar a esta vetusta claque que hoy toma las reprobables decisiones que hacen a la vida y los bienes de los paraguayos y las paraguayas. Nuestro país necesita que la palabra “política” deje de aludir a una actividad a la que solo se dedican unos inescrupulosos que, en vez de prestar un servicio a la sociedad, prefieren vivir del dinero público sin ofrecer nada a cambio. Para eliminar esa connotación tan negativa, es menester que se lancen al ruedo aquellas personas que no busquen el poder por el poder mismo o para enriquecerse ilícitamente, sino para contribuir a promover el bien común. Es obvio que la renovación de la clase política, por la que abogamos para depurarla de tantos malandrines, no podrá llevarse a cabo de la noche a la mañana. Entre tanto, es deseable que aquellos ciudadanos que no están contaminados con la podredumbre reinante, se vuelquen a la política. En el Paraguay tenemos sobre todo políticos a la carrera y no políticos de carrera.
Desde hace tiempo, nuestro diario viene propugnando la renovación de nuestra corrompida e incompetente clase política y, en consecuencia, combate la perpetuación de
una manga de impresentables en los cargos electivos .En tal sentido, ha venido alentando a la gente a que “se meta” en la política para ver si en algún momento se consigue arrinconar a esta vetusta claque que hoy toma las reprobables decisiones que hacen a la vida y los bienes de los paraguayos y las paraguayas. Nuestro país necesita que la palabra “política” deje de aludir a una actividad a la que solo se dedican unos inescrupulosos que, en vez de prestar un servicio a la sociedad, prefieren vivir del dinero público sin ofrecer nada a cambio. Para eliminar esa connotación tan negativa, es menester que se lancen al ruedo aquellas personas que no busquen el poder por el poder mismo o para enriquecerse ilícitamente, sino para contribuir a promover el bien común con honestidad y patriotismo.
Ahora bien, para representar a la ciudadanía, como ella se merece, se requiere cierta idoneidad, aunque la Constitución no la exija expresamente para ser presidente de la República, legislador, gobernador, intendente o concejal, dado que se supone que el electorado sabrá juzgar a los candidatos, aunque esa potestad le es cercenada por las “listas sábana”. En otros términos, no es cuestión de despertarse un buen día con la ocurrencia de postularse a una determinada función pública sin tener la menor idea de lo que se podría hacer o no hacer en esos cargos , si se accediera a ellos.
En ese orden de ideas, si un ciudadano aspirara a ser edil, por ejemplo, resultaría imprescindible leer primero la Constitución y la Ley Orgánica Municipal (LOM) para no prometer a la ciudadanía algo que escapa a la competencia de la Junta Municipal o que no se puede lograr sin el apoyo de la mayoría de los futuros colegas. Sin duda, hay candidatos que tienen mala fe y mienten con todo descaro, suponiendo que los electores ignoran las atribuciones del cargo que ejercerían, pero también están los que lisa y llanamente no tienen la menor idea de ellas y se comprometen a lo que sea con tal de reunir votos suficientes. Una vez logrado su propósito, si se ponen a leer algunas normativas, se enterarán de que poco o nada de lo que anunciaron lo podrán realizar porque no está dentro de su competencia.
El conocimiento se adquiere no solo con la lectura, sino también con la experiencia acumulada a lo largo de una carrera política. Y bien, en el Paraguay tenemos sobre todo
políticos a la carrera que, de pronto, tienen el irrefrenable deseo de llegar al Palacio de López o al Legislativo sin haber pasado antes por los Gobiernos comunales locales o departamentales, como ocurre en países más adelantados, para gestar una carrera política. Por supuesto, están los “outsider”, que por su destacada experiencia acumulada en alguna actividad –o mediante su dinero, como ocurre en
nuestro país– son promovidos a los más altos cargos nacionales. Los antiguos romanos hablaban del “cursus
honorum”, que implicaba ir asumiendo cargos ordenados jerárquicamente, con responsabilidades públicas cada vez mayores y una edad mínima en cada caso.
No se pretende que en nuestro país exista un sistema de promoción tan rígido, como si la carrera política fuera equiparable a la administrativa, pero es conveniente que exista de hecho algo similar y que un político joven comience por incursionar en los primeros niveles de los ámbitos municipal y departamental, cumpliendo en ellos una gestión destacable, para luego ser promovido por sus conciudadanos a los cargos nacionales de mayor trascendencia.
De hecho, si la Constitución y la LOM establecen edades mínimas para acceder a los cargos electivos municipales, departamentales y nacionales, es porque tienen en cuenta la experiencia que se requeriría para desempeñar esas responsabilidades. Por supuesto que la gerontocracia es
indeseable, pero conviene que un político vaya escalando posiciones en los órganos electivos de acuerdo a los méritos
acumulados durante su desempeño. La idoneidad fundada también en la práctica es recomendable incluso para presidir alguna importante comisión asesora permanente de las Cámaras del Congreso.
Sería desatinado, por ejemplo, que un novato asumiera la presidencia de la Comisión Bicameral de Presupuesto ya en el mismo año de haberse incorporado por primera vez a la Cámara respectiva, sin siquiera haberse ocupado antes de un presupuesto municipal. Se dirá que los parlamentarios cuentan con asesores a los que podrían recurrir para presentar un proyecto de ley o sugerir su aprobación, modificación o rechazo, pero es innegable que deberían
tener algún criterio propio, fundado en otras instancias del ordenamiento estatal.
Es obvio que la renovación de la clase política, por la que abogamos para depurarla de tantos malandrines, no podrá llevarse a cabo de la noche a la mañana. Entretanto, es deseable que aquellos ciudadanos que, sin estar contaminados con la podredumbre reinante, decidan volcarse a la política y vayan a postularse en los próximos comicios generales, sepan a qué atenerse para no defraudar a la gente anunciando, por ejemplo, “programas de gobierno” que no podrán ejecutar porque escapan a las competencias del cargo al que aspiran, aunque en verdad tengan el sincero propósito de hacerlo. Tal el caso de un exfutbolista que aspiraba a la legislatura, y prometía la creación de centros deportivos. No explicaba, sin embargo, cómo pensaba conseguirlo.
En la medida de lo posible, habrá que evitar las improvisaciones con la conveniente preparación de los aspirantes, para que nuestro país vaya teniendo buenos políticos de carrera y no los políticos a la carrera a que aludimos.