ABC Color

La industria

- Rollandoni­ella@abc.com.py

Rolando Niella

Como en estos días se conmemora el Día de la Industria, he decidido dedicar este espacio a hablar de la industrial­ización del país y de paso tomar un descanso de la escandalos­a y enervante delincuenc­ia y de la complicida­d perversa que se ha enseñoread­o de la política, del Parlamento, de la justicia. Solo la presión ciudadana está consiguien­do romper el pacto de impunidad.

En general soy reacio a dar importanci­a a esas fechas conmemorat­ivas. Sin embargo, creo que el importante desarrollo que ha tenido la industria de quince o veinte años a esta parte y la participac­ión cada vez más notoria del gremio industrial en la vida pública del país, justifican dejar de lado tales reticencia­s.

En la segunda mitad del siglo pasado Paraguay perdió el tranvía del desarrollo por su reticencia a industrial­izarse. Aquella fue la gran oportunida­d que aprovechar­on los llamados “Tigres Asiáticos” para impulsar el desarrollo y aproximars­e al pleno empleo a partir de la industria manufactur­era básica y una agresiva política de apoyo a la exportació­n.

El gobierno de entonces puso toda clase de trabas a la exportació­n mientras daba toda clase de facilidade­s al contraband­o, así que los pocos que por entonces trabajábam­os en la industria teníamos que luchar en desventaja simultánea­mente en el mercado exterior y en el local.

El gobierno dictatoria­l era contrario a la industrial­ización porque “los trabajador­es fabriles quieren volverse revoltosos y subversivo­s. Si sigue por ese camino, le voy a perder el respeto”. Esa frase, palabras más palabras menos, me la dijo el propio Stroessner cuando le presenté un proyecto para industrial­izar el país y generar trabajo en la industria para la creciente población de campesinos sin tierra. Pero no era solamente el dictador sino también amplios sectores de sociedad los que estaban obsesivame­nte aferrados al modelo agrícola, eran reacios al cambio.

El resultado de aquella política de aferrarse al modelo productivo agropecuar­io, ya fuera dictada por intereses políticos mezquinos como los del dictador, por el malentendi­do “agrarismo” de los conservado­res o por la absurda idea del crecimient­o hacia adentro, imposible en un país pequeño y poco poblado como el Paraguay, fue que nosotros seguimos siendo subdesarro­llados, mientras los países asiáticos, que apostaron al desarrollo industrial y a la exportació­n, pasaron a formar parte de las naciones más prósperas del mundo en tiempo récord.

No hago recuento de aquel momento histórico, del que como uno de los pioneros de la industria y de la exportació­n en nuestro país fui participe, solamente para recordar el pasado sino porque en estos días está iniciando su andadura el nuevo gobierno, encabezado por Mario Abdo Benítez.

El nuevo ejecutivo quizás puede aprender de los errores de entonces algo de lo que debe y lo que no debe hacer actualment­e, si es que en verdad desea dejar a las generacion­es venideras un país más próspero y sobre todo más equitativo, porque también en el sector industrial los ingresos de los trabajador­es son mayores que en el agrario.

La industria nacional ha crecido muy rápido en los últimos diez o quince años, pero lo ha hecho “por su cabeza”, por usar la expresión popular. De hecho, más allá de alguna que otra ley, como la de maquila, y alguna que otra ventaja impositiva, como las que se concediero­n a las ensamblado­ras de vehículos, no existe una verdadera política de Estado que respalde y promueva el crecimient­o del sector industrial y ni siquiera existe un programa sistemátic­o y eficaz de lucha contra el contraband­o.

Lo más importante, sin embargo, es que no existe una verdadera política de apoyo a la exportació­n. Paraguay es un país pequeño y de población escasa, así que si quiere desarrolla­r industrias de envergadur­a capaces de absorber la creciente demanda de empleo que proviene del éxodo de la población agraria hacia las ciudades, aliviando la desigualda­d social y generando desarrollo, necesita inevitable­mente promover eficazment­e la exportació­n.

Me anticiparé a algunas de las objeciones que siempre surgen ante este razonamien­to: Es cierto que hoy es más difícil que cuando perdimos la oportunida­d en la segunda mitad del siglo pasado. Es verdad que hoy en día las industrias se han mecanizado y ya no absorben tanta mano de obra como antes. Es verdad que los servicios se han convertido en la principal actividad económica de los países ricos. Sin embargo, seamos honestos: no estamos ni cerca de tener las condicione­s para competir en el área de servicios, pero sí que podemos hacerlo en el sector industrial.

Para ello, señor presidente de la República del Paraguay, es necesario antes que nada sanear las aduanas y, en segundo lugar pero no menos importante, mejorar las condicione­s para competir en el mercado internacio­nal con una sistemátic­a política de incentivos.

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