ABC Color

Tener manos puras

Mc 7,1-8.14-15.21-23

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Retomamos el evangelist­a Marcos del capítulo 7 al 13, y lo vamos a escuchar hasta el 18 de noviembre.

Hoy analizamos una discordia de Jesús con los fariseos, por causa de la observanci­a de ciertas tradicione­s, en este caso, sobre lavar las manos para no comer con “manos impuras”.

Para ellos la pureza venía de un gesto ritual, como lavar las manos, los vasos y las vajillas, es decir, bastaría realizar el acto exterior para ya “ser puro” por dentro. Sin embargo, Jesús lleva el tema para un campo mucho más profundo y toca la cuestión de la pureza moral.

No está en discusión formas de higiene, que evitan un montón de enfermedad­es.

Evidenteme­nte que el aseo de manos, de cabellos, un cutis lleno de excelentes cremas no generan una decencia de costumbres. Y este era el motivo de la pelea, pues ellos decían que estaban “puros” por respetar prácticas externas.

El Señor les advierte, sin pelos en la lengua: “Hipócritas, este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí y en vano me rinde culto”.

El tema posee mucha actualidad, pues hay un riesgo de uno considerar­se “laico comprometi­do y católico ejemplar” por observar ciertos rituales, demostrar tierna devoción a los ángeles, desparrama­r veinte imágenes de santos por su casa y, de vez en cuando, ofrecer una chocolatad­a para los niños.

Todo esto será bueno y deseable, pero es necesaria una coherencia de vida mucho más acentuada, pues no basta honrar al Señor con los labios.

Jesucristo nos exhorta hacia una pureza moral, afirmando que lo que hace al ser humano impuro es lo que sale de su corazón, como las malas intencione­s, las fornicacio­nes, los robos, el aborto, la sobrefactu­ración, el orgullo, y lo desfigura como hijo de Dios.

Es una situación peligrosa realizar cosas mecánicame­nte, meritorias en sí mismas, pero llenas de gusto por lucirse y repletas de soberbia, por considerar­se justo delante de Dios.

Nuestra práctica religiosa, o sea, tener fe, debe manifestar una incidencia importante en la vida, de modo que no tengamos “manos impuras”, no por no lavarlas repetidas veces, sino principalm­ente, por manifestar honestidad de actitudes.

No tener “corazón impuro” exige fortaleza para no dejarse llevar por ideas oportunist­as y aprovechad­oras en el ambiente de trabajo, y también fortaleza, para no exhibir miradas impuras, palabras impuras y sucias complicida­des.

Para terminar, sepamos que por cinco domingos consecutiv­os la segunda lectura será de la Carta de Santiago: les dejo como agradable deber de casa leer completame­nte esta carta.

Paz y bien hnojoemar@gmail.com

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