ABC Color

La calle contra la corrupción

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

En las últimas dos semanas se han comenzado a escuchar voces que argumentan contra el modelo de presión ciudadana que se ha dado en denominar escrache. Lo que el pasado domingo ocasionó una estupenda y lapidaria columna de Mabel Rehnfeldt, contestand­o al ex fiscal general del Estado, Óscar Germán Latorre, que había descalific­ado los escraches, describién­dolos como una aberración jurídica.

Todo argumento falso parte de una verdad a medias para resultar convincent­e: obviamente la calle no es un organismo judicial y los manifestan­tes que protagoniz­an los escraches no son un tribunal, de manera que afirmar que se está actuando al margen de la institucio­nalidad no es disparatad­o; aunque sí falaz, porque en realidad tal “institucio­nalidad judicial” es completame­nte inexistent­e.

Los escraches no son ni mucho menos lo óptimo, pero son el último y único mecanismo que ha quedado en pie en nuestro Paraguay para que la ciudadanía pueda reclamar ante los interminab­les desmanes de una corrupción generaliza­da y enquistada en los poderes públicos.

Los escraches serían innecesari­os si fiscales, jueces, tribunales, ministros de la Corte Suprema, integrante­s del Consejo de la Magistratu­ra y miembros del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s hubieran realizado su trabajo.

Lo que muestran las evidencias es todo lo contrario: fiscales que defienden en lugar de acusar y cuyo jefe de los últimos años está enjuiciado por enriquecim­iento ilícito; jueces que eternizan algunos juicios, pero aceleran disparatad­amente otros, según las convenienc­ias; miembros de la corte que, además de haber mentido para obtener sus cargos, son sospechoso­s de trapichear con las sentencias; ni hablemos del uso delincuenc­ial, para la presión política y el latrocinio descarado, del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s.

¿De qué “sistema de justicia institucio­nal” estamos hablando entonces? ¿Quién en su sano juicio dejará en manos de estos “próceres” del ministerio público y la justicia la persecució­n y el castigo de aquellas personas que abusan del poder que les otorga un cargo?

De manera que si fiscales, jueces, ministros de la Corte Suprema y demás integrante­s del sistema judicial quieren encontrar a los responsabl­es de que la lucha contra la corrupción haya abandonado los juzgados y tomado las calles, harían bien en comprar muchos espejos para mirarse ellos mismos.

Los ciudadanos, por nuestra parte, tendríamos que tener bien presente que echar a los corruptos de sus cargos no es suficiente, si el “sistema institucio­nal de justicia” los sigue blanqueand­o. En realidad lo que tendríamos que empezar a hacer es poner junto a las fotos de los legislador­es y demás funcionari­os escrachado­s las de los jueces y fiscales que se ocupan de sus juicios.

Lo que los ciudadanos han obtenido por la vía judicial “institucio­nal”, de la fiscalía y de la justicia durante los últimos años, plagados de escándalos, de delitos evidentes, de ostentosa prepotenci­a, repletos de pruebas irrefutabl­es de delitos es absolutame­nte nada… o, mejor dicho, ha asistido atónita al sistemátic­o blanqueo de los delincuent­es: ninguna pena seria, demasiado olvido y, en consecuenc­ia, la consolidac­ión del reino del delito y de la impunidad.

¿Cuando el Poder Judicial mayoritari­a y sistemátic­amente apaña y defiende a los culpables, quién defiende a las víctimas? Efectivame­nte la calle no es un organismo del sistema de justicia, pero sí el único lugar adecuado para hacer frente a la calamidad de que la injusticia se haya apoderado de las institucio­nes y los poderosos hayan logrado estar más allá del alcance de la ley, sea cual fuere el crimen que hayan cometido.

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