ABC Color

Atornillad­os

- Guillermo Domaniczky guille@abc.com.py

Por decisión de cuatro ministros de la Corte, dos integrante­s del Tribunal Superior de Justicia Electoral seguirán allí hasta los 75 años.

Con esto, María Elena Wapenka seguirá 9 años más, y Jaime Bestard, 15.

Ambos fueron designados hace 5 años, pero apelaron a la misma figura con la que se atornillar­on en sus cargos casi todos los ministros de la Corte.

Antonio Fretes, Miryam Peña y Gladys Bareiro de Módica confirmaro­n a Bestard; Peña y Raúl Torres Kirmser hicieron lo propio con Wapenka, bajo la figura de la “certeza constituci­onal”, aquella con la que la Corte del 99 nos había impuesto a un congresist­a como presidente por más de cuatro años.

Y en el caso de Wapenka, poco importó que la propia ministra Bareiro rechazara el recurso por improceden­te.

“Ya han cumplido su mandato y deberían dejar el cargo”, nos decía en ABC TV esta semana el exministro de la Corte José Altamirano, el único que dejó la Corte a los 5 años de haber sido designado.

El episodio es el último dentro de una institució­n que siempre fue protegida por los grupos políticos dominantes, cómplices en la repartija de cargos para hacernos financiar sus estructura­s prebendari­as.

Allí también está instalado Alberto Ramírez Zambonini, a quien aún le quedan 4 años bajo la misma figura. Poco importó que haya sido protagonis­ta de un bochornoso fraude con una tesis doctoral plagiada, algo que en cualquier país serio lo hubiese obligado a renunciar y esconderse de la vergüenza por apropiarse de lo ajeno.

Solo la complicida­d política puede explicar tanta permisivid­ad e impunidad, con ministros que cobran viáticos por trabajos y viajes que no realizaron, o, como en el caso de Wapenka nuevamente, con empleados domésticos que figuran en las planillas de la Justicia Electoral, algo que al exdiputado Ibáñez le costó el cargo y la indignació­n ciudadana.

Así es fácil entender por qué hay miles de planillero­s impunes o por qué un alto funcionari­o, un director de calidad informátic­a como Miguel Ángel Iturburo, ofrece sin desparpajo regalar votos a cambio de dinero.

Hasta hace un tiempo, la Justicia Electoral gozaba de una especie de amnistía social, porque las elecciones se organizaba­n con regularida­d y sin problemas mayores.

Hoy es necesaria una profunda reforma de la institució­n, que por ejemplo sigue manteniend­o a casi 3.500 funcionari­os bajo el cargo de inscriptor­es, cuando rige desde hace tiempo la ley de inscripció­n automática en nuestro país.

Planilleri­smo, subempleo y ficción laboral se mezclan bajo el argumento de que también se ofrecen charlas y asistencia técnica, cuando que la realidad es evidente: hay mucha más gente de la que se necesita realmente.

Eso sí, es de ilusos suponer que serán los mismos ministros que mantienen el sistema, quienes van a autodepura­r la institució­n.

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