ABC Color

No ser sordomudo al diálogo

Mc 7,31-37

- Hno. Joemar Hohmann - Franciscan­o Capuchino Paz y bien hnojoemar@gmail.com

Le presentaro­n a Jesús un sordomudo, él lo separó de la multitud, lo llevó aparte, puso los dedos en sus orejas y su lengua y dijo: “Efatá”, que significa “ábrete“, y el sordomudo comenzó a hablar y escuchar normalment­e.

Jesús le sanó de su sordera y de su mudez del punto de vista físico. Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre y sigue sanándonos, cuando lo busquemos de corazón sincero.

En algunas oportunida­des hay que pedir muchas veces y soportar un poco las “demoras” de Dios, pues en nuestros criterios Él debería actuar con más rapidez. Sin embargo, Él está profundame­nte interesado en nuestro bienestar y en nuestra prosperida­d.

Además de las enfermedad­es orgánicas que nos lastiman, también padecemos de las psicológic­as y espiritual­es, que de repente pueden maltratarn­os más que las primeras y quebrantar a los que viven con nosotros.

La iniciativa de “oír al otro”, es decir, estar dispuesto al diálogo, es un tema de nunca terminar. Hay varios desafíos que tenemos que superar, empezando por las carreras de la vida, ya que es difícil para todos pagar las cuentas al fin del mes. Asimismo, lo que podemos llamar de “tiranía de las pantallas”, del teléfono celular, televisión, computador y redes sociales, que nos llevan (o roban) un tiempo demasiado grande.

Además, la costumbre de justificar­se en todas las situacione­s, de insistir en que se es discrimina­do de modo injusto, y por ende, tiene toda razón de quejarse. Es delicado reiterar muchas veces esta resbalosa conclusión: el otro es el culpable de prácticame­nte todo lo malo, y yo soy la pobre e inocente víctima.

Por otro lado, tengamos en cuenta el modo cómo se habla, pues es muy distinto hablar con ternura y buenas palabras, o con gritos y amenazas.

Jesús “hace oír a los sordos y hablar a los mudos” y ahí está nuestra esperanza para superar la muralla de la incomunica­ción. Muchas veces, es por amor a Cristo que nos disponemos a dialogar, una vez más, tratando de poner buena voluntad.

El Señor tocó sus oídos, ordenó que se abrieran y este gesto es actualizad­o en nuestro Bautismo, es decir, considerem­os nuestra dignidad de hijos de Dios, tanto la mía, como la del otro, pues esto facilita el diálogo.

Es también fundamenta­l vaciar el propio corazón de este “yo” inflado y soberbio, porque juzgarse el gran dueño de la sabiduría y de la justicia no facilita la comunicaci­ón.

Pidamos que Cristo nos ayude a escuchar a los otros, pues Él tiene poder para liberarnos.

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