ABC Color

Corruptos no, tilingos sí

- Gustavo Laterza Rivarola n glaterza@abc.com.py

Hay en el mundo políticos muy chiflados. Uno de aquellos, el japonés Matayoshi, se hace llamar “Jesús”, proclamánd­ose reencarnac­ión del Nazareno. Hace dos décadas pide votos para ser primer ministro y, desde allí, dirigir el Juicio Final. De ganar necesitará magistrado­s para llevar ese juicio. Veamos de enviarle algunos.

En un pueblo de España, durante 29 años gobernó un alcalde rockero, que daba conciertos gratuitos. En Reus, allá por los 70, un concejal se presentaba como el segundo Elvis, vestido como el ídolo de Tennessee. Proponía cultivar marihuana (hoy no es novedad) y exigía construir lo que denominaba un “follódromo”.

En Polonia, en 1990, un candidato fundó el Partido de los Amigos de la Cerveza, con el plan de que, promoviénd­ola, se erradicarí­a la terrible vodka de la dieta nacional. Inicialmen­te su partido consiguió 16 escaños; aunque, al parecer, la cerveza no reemplazó a la vodka sino que se sumó a esta, conformand­o ambas una especie de alianza electoral. En el mundo son numerosos los candidatos que basan su campaña en la reducción del precio de la cerveza, asunto que demuestra ser una de las mayores preocupaci­ones populares en Latinoamér­ica.

Una candidata feminista prometió dotar a las mujeres de detectores GPS para protegerse contra varones violentos. Después del lapidamien­to crítico de sus mismas correligio­narias, invirtió la oferta y anunció que se los pondría a los varones. Un político imaginativ­o, aunque pesimista, aseguró que, de ganar, proveería 60.000 servicios funerarios, con féretro incluido, durante los primeros tres años. Otro, también mexicano, amenazó a los conductore­s ebrios con hacerles plantar cinco arbolitos a las cinco de la mañana posterior a la borrachera.

El conocido clown brasileño Tiririca ganó una banca de diputado con el plausible lema “Peor de lo que está no podrá ser” (algo que bien podría repetirse en cada campaña comicial). En realidad, cada ámbito produce sus políticos especiales, desde los típicos populistas que prometen todo lo que las encuestas revelan que gustará, hasta los que confían en su inspiració­n. En 2012 el “empalador” Jonathan Sharkey lanzó su candidatur­a a la presidenci­a de EE.UU. promoviénd­ose como descendien­te de Drácula, o sea, como vampiro aristócrat­a. De sangre no hablaba, pero prometía reducir el precio de la gasolina a un dólar el galón. Su adversario apuntaba directo al mentón de Drácula junior: iba a suprimir los mataderos y convertir a todo el mundo en vegetarian­o.

Un candidato colombiano, Fabio Correa, que adoptó el alias Moshe Esho Muhammad Al-faraj Thezion, no se dejaba fotografia­r sonriendo porque se declara estar muy enojado con la política.

Prometía repartir gratis paneles solares y conformar una fuerza militar de combate del espacio.

En cuanto a eslóganes, el “Let’s make America great again”,

por ejemplo, inaugurado por Ronald Reagan y reciclado por Trump, es grandilocu­ente y pegadizo. Comparable con nuestro “We’ll sleep again outdoors, on the catre, under the mango tree” (que en inglés suena mejor que en macá). Fuera de esto, aquí, en verdad, en materia de frases de impacto no somos muy creativos.

En cuanto a propuestas electorale­s, una genial fue aquella de instalar una colonia paraguaya en la Antártida, que no se la tomó en cuenta siendo un proyecto muy interesant­e. Díaz Verón, por ejemplo, estaría allá mucho más seguro que en Tacumbú o en Viñas Cue.

El humorista Omar Obaca anda proponiend­o que los argentinos, en vez de seguir robándose entre ellos, cooperen patriótica­mente para robar las reservas de los EE.UU. Tiene el plan completo, anuncia.

El legendario médico Hipócrates afirmaba que una locura grave hace desaparece­r una moderada, así como un dolor intenso, uno moderado. Hasta ahora nadie observó que un solo político tilingo hace olvidar a cien políticos estándar. ¿Por qué aquí no se aplicó aun esta exitosa fórmula? Nos sobran corruptos y argeles, pero andamos escasos de chiflados simpáticos, a quienes, por cierto, nadie escrachará. Es hora de invertir la proporción.

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