A propósito de la Libroferia encarnacena
El tema se presta para reflexionar, o volverlo a hacer, sobre la sociedad digital en la que nos hemos instalado sin haber aprovechado con suficiencia la antigua y rica cultura que se inicia en la civilización sumeria, cuatro mil años antes de Cristo.
De las tabletas de arcilla, de la madera, del papiro, del papel, hasta la aparición de la imprenta, la humanidad ha venido dando espectaculares saltos mediante las informaciones y los conocimientos contenidos en los libros y transmitidos por ellos.
Con estos y otros hechos esenciales hemos cimentado nuestra civilización, la del libro con soporte de papel. Nos enfrentamos ahora con el enorme desafío que supone alojarnos en internet, en las redes sociales, con una tecnología al alcance de los niños.
Los estudiosos de la nueva tecnología de la comunicación aseguran que el periódico de papel será irremediablemente sustituido por el electrónico, tal como se comprueba en la tendencia cada vez más creciente de lectores que dejan el periódico tradicional para engancharse al periódico digital. De hecho, con respecto a los libros, las bibliotecas virtuales cuentan con miles de ejemplares de los más celebrados autores de todos los tiempos. Pero no entiendo cómo es posible leer, por ejemplo “Los miserables”, con los ojos pegados al ordenador. Claro que estoy opinando desde un hábito antiguo. Es posible que la pregunta sea al revés: Que alguien no entienda ya cómo es posible leer un libro fuera de la pantalla.
Hay opiniones que nos devuelven la esperanza: el libro y el periódico no serán sustituidos por las nuevas tecnologías, a lo sumo, será una convivencia pacífica, inevitable y venturosa. Esta convivencia, en teoría, multiplicará los canales de la información y el conocimiento. En apariencia, habrá más ciudadanos instruidos, educados.
Nuestro desempeño como sociedad depende en gran medida de la formación de nuestros jóvenes. Pero, al mismo tiempo, no hay procedimiento más seguro y duradero de promover la permeabilidad y la integración social que una buena educación.
Los estudios realizados por agencias internacionales acerca de las limitaciones estratégicas de nuestro despegue económico coinciden en señalar las deficiencias en comunicación y en educación como las decisivas.
Y esa buena educación está fuertemente ligada al hábito de la lectura con cuya ausencia no es dable esperar una situación mejor. Frente a esta realidad, el desafío es que los libros lleguen a la mayor cantidad posible de personas, lo que será posible solamente con un hecho elemental: una fuerte inversión del sector público aliado con el sector privado. Mientras tanto, tenemos que resignarnos a tener nuestras bibliotecas con escasos usuarios, lo que quiere decir, en términos prácticos, una población inmensamente mayoritaria al margen de una educación más o menos sólida, más o menos importante. Tampoco la educación formal es enteramente confiable, teniendo en cuenta que muchos universitarios basan su conocimiento en resumen de resúmenes.
Frente a esta realidad sobresale, y da esperanzas, el hecho anual de la Libroferia de Encarnación que hoy clausura su 14ª edición con el lema: “Más libros, más libres.” En la persona de la doctora Nadia Czeraniuk cabe felicitar a los organizadores y a los escritores, protagonistas de la feria.
Finalmente, antes de que se extingan los libros de papel, es bueno mirarlos de vez en vez por lo menos para que nos quede el recuerdo nostálgico de cómo han sido alguna vez.