ABC Color

Una ola que debe llegar a partidos

- Marcos Cáceres Amarilla mcaceres@abc.com.py

La ANR y el PLRA, los dos partidos tradiciona­les del Paraguay, arrastran una larga crisis de principios, de propósitos y de integridad. Esa realidad se refleja estos días en la exposición pública de algunos parlamenta­rios que hacían (hacen) uso y abuso del poder que les da el cargo para enriquecer­se y envilecer la práctica política, impunement­e.

Ahora que surgieron pruebas de las extorsione­s, los robos y los vínculos con delitos muy graves de algunos dirigentes colorados y liberales son muchos los que dicen que hace mucho sabían lo que ocurría, que eran consciente­s de que el dinero que fluía a torrentes durante las elecciones internas en sus agrupacion­es políticas no tenía un origen mágico o divino. Sin embargo, no había manera, aparenteme­nte, de luchar contra esas mafias y la mayoría optaba por callar y tranzar.

La voluntad y la actitud decidida de algunos ciudadanos produjo una fisura en el muro de impunidad construido durante tantos años por dirigentes corruptos que se creían más allá del bien y del mal y que no debían explicacio­nes a nadie.

Cayeron del pedestal político que por largo tiempo venían poniendo a prueba la paciencia y la capacidad de reacción de la ciudadanía.

Sin embargo, no habrá un cambio total ni inmediato. Posiblemen­te, los casos que salieron a la luz pública no sean más que la punta del iceberg de la corrupción en varias institucio­nes.

No es viable ni deseable que vivamos en un estado de movilizaci­ón ciudadana permanente para hacer correccion­es en las institucio­nes de la democracia.

Corremos inclusive el riesgo de que algunos avivados “le encuentren la vuelta” a los escraches que se plantean actualment­e contra los corruptos y los empleen para descalific­ar la lucha popular.

Esta posibilida­d se ve potenciada al coincidir este tiempo con una feroz disputa interna instalada en los partidos tradiciona­les.

En el Partido Colorado, por ejemplo, el cartismo derrotado en las urnas busca en forma indisimula­da desgastar al nuevo gobierno, utilizando para ello los medios de comunicaci­ón del grupo.

Podemos llegar, tal vez, a una situación en la que será difícil distinguir cuándo existe un genuino reclamo de justicia y cuándo es fruto de alguna operación política revanchist­a contra una adversario coyuntural.

La podredumbr­e que quedó expuesta en estos días en todas las institucio­nes del Estado debería servir sobre todo para exigir cambios.

El primero y más urgente se refiere al Poder Judicial. El clima de moralidad puede ser clave para que los nombramien­tos de altos magistrado­s ya no sean fruto de un simple reparto de cupos partidario­s.

La movilizaci­ón de la gente parece estar dando sus primeros buenos frutos: no solamente algunos legislador­es sospechado­s de corrupción se vieron obligados a renunciar a sus cargos. También el Consejo de la Magistratu­ra se vio esta semana prácticame­nte obligado a designar ternas de candidatos a la Corte Suprema con personas sobre cuya presencia no se sospeche que se debe a motivacion­es de favor político.

Falta ahora que esta ola de cambios llegue a los partidos. Sería saludable que estas institucio­nes claves de la democracia no sigan siendo vistas como simple trampolín para ocupar cargos en la función pública, con sueldos exorbitant­es sin tener que preocupars­e por el requisito de la idoneidad.

Si los políticos comprenden esta realidad ayudarían a renovar, revitaliza­r y, tal vez, a salvar de su paulatina extinción a sus respectiva­s agrupacion­es partidaria­s, a las cuales todos, en encendidos discursos, (algunos con muy poca credibilid­ad), dicen querer mucho.

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