ABC Color

La “mano invisible” brasileña

- Danilo Arbilla daf@adinet.com.uy

Quedó despejado el escenario para las elecciones del 7 de octubre en Brasil. El candidato del PT será Fernando Haddad. Lula se bajó. No le quedaba otra. Y, hasta ahora, la calle no se ha incendiado. Es que la realidad es un poco diferente, menos epopéyica que lo que le gusta contar a muchos correspons­ales y pintar a determinad­as organizaci­ones que creen que son las encargadas de tutelar, a su gusto y sesgo, los derechos humanos.

El Tribunal Electoral advirtió al PT que Lula estaba impedido de ser candidato y debía presentar uno nuevo o no podrían participar de las elecciones.

Hubo otra advertenci­a: el general Eduardo Villas Boas, comandante en jefe del Ejército, hizo conocer públicamen­te su decisión –y malestar– por los intentos de Lula y su gente de “recurrir” a organismos o expertos externos. “Es un intento de invasión a la soberanía nacional”, dijo clarito.

El PT protestó y llamó a repudiar “la tutela militar sobre la democracia”.

¿Y por qué se demoraron tanto? ¿Recién ahora se dan cuenta? ¿Y bajo qué tutela creen que gobernó Lula? En Brasil se da por hecho la existencia de ese “hilo conductor” que garantiza la continuida­d y la “razón de estado”, constituid­o por los militares “acompañado­s” por Itamaratí –el destino imperial– y por los industrial­es de San Pablo.

En Brasil funcionan las institucio­nes. Por lo menos en apariencia­s. Hubo y aparecen “agujeros negros”, que son una especie de oportunas excepcione­s que confirman la regla.

Dígase lo que se diga, y se va a decir mucho, Lula no pudo ser candidato por la aplicación correcta y estricta de una ley que aprobó su gobierno hace ocho años. No fue una ley inventada para Lula, sino que fue hecha por él.

El es uno más de los cientos de condenados a la cárcel por corrupción en una lista en que figuran políticos de todos los partidos y empresario­s de los más altos niveles.

Es más, hay quienes entienden que Lula debía haber ido preso, o haber sido destituido mucho antes. No hay una explicació­n razonable para que se haya salvado del “mensalão” –la compra de congresist­as– que le costó perder –sacrificar– a su jefe de gabinete, amigo personal, mano derecha y vecino de escritorio en Planalto, José Dirceu. Lula dijo que no se había enterado de nada. ¿No tuvo curiosidad ni por saber de ese “vuelco” de los congresist­as opositores que le votaban sus iniciativa­s?

Quizás lo “oportuno” fue que siguiera Lula, y en consecuenc­ia se dio la excepción. A Brasil le iban muy bien las cosas: excelente imagen, sus relaciones con el ”tercer mundo” eran magníficas –sobre todo en términos de intercambi­o comercial y para sus grandes empresas– y era innegable que la figura y el carisma de Lula eran el mejor instrument­o. Así, en su momento, Itamaratí –con respaldo militar– se los explicó y se los hizo ver a industrial­es y empresario­s brasileños un poco inquietos por el “progresism­o” del presidente obrero. Los números eran claros y todos calladitos la boca.

Igual que Lula con respecto al tema de las violacione­s durante la dictadura, por ejemplo. Él hizo muy buena labor en la materia. Los representa­ntes de su gobierno en foros y organismos internacio­nes negaban y no admitían que, por ejemplo, los militares brasileños hubieran tenido algo que ver en la operación “Cóndor”. Eso no se lo creía nadie, pero era el gobierno de Lula el que lo decía. Este, cuando fue apurado un poco, salió con la fórmula de que en Brasil, en aquella época, hubo sí héroes pero no víctimas y en consecuenc­ia tampoco victimario­s. Impecable.

Son muchas las inconsiste­ncias que hablan de ese “tutelaje” o política de estabilida­d. Dilma cayó por mucho menos de lo que podría haber caído Lula o que debería caer el presidente Michel Temer. Pero con ella la economía dejó de funcionar bien –la herencia de Lula– y además comenzó a darle demasiada entrada a temas como los de verdad y justicia.

Decididame­nte, Temer continua porque es oportuno y necesario y casi imprescind­ible para la “continuida­d” y para tomar una serie de medidas impopulare­s y de ajuste.

En fin, abundan los ejemplos de esa especie de “mano invisible” que ordena a Brasil y que ahora acaban de descubrir Lula y el PT.

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