ABC Color

Ánimas y charlatane­s

- Gustavo Laterza Rivarola n glaterza@abc.com.py

Hace alrededor de dos semanas sucedió un hecho memorable que, no obstante, mereció corto destaque. En medio de la noche, un campesino fue aterroriza­do por un ánima fastidiosa. Viendo su integridad psíquica amenazada, buscó sus armas, dos machetillo­s y un par de escopetas modelo David Crokett. Unos disparos obligaron de inmediato al hálito siniestro a encarnarse en una vaca, delegando en la pobre los perdigonaz­os. Infiero que no fue casualidad que, pocos días antes, una extraña entidad similar se haya manifestad­o en la Sala Bicameral del Congreso, donde tres pastores venidos de no sé dónde (no eran los Reyes Magos) ejecutaban un ritual religioso de esos que llaman “imposición de manos”, habilidad mítica con la que se transfiere un don especial, se transmiten los wasaps del Espíritu Santo, se cura una enfermedad o se resuelve cualquier contraried­ad que convenga en el momento. En el curso del espectácul­o una persona cayó al suelo convulsion­ada, mientras los corifeos proclamaba­n alabanzas al Señor. Sospechamo­s que el espíritu que derribó al delirante en la Sala Bicameral es el mismo que fue espantado por Miguel Gómez Fariña, en Villa Ygatimí, dos días después. La conexión se avala con lo siguiente: los predicador­es oficiantes en el acto religioso del Congreso liberaron al duende que traían embotellad­o, pero omitieron volver a encerrarlo inmediatam­ente de acabada la función, que es lo que todo manual de hechicería aconseja hacer. Es resumen, fue un clarísimo caso de mala praxis espiritual. Pero, yendo más profundo, ¿Qué hacen religiosos, nigromante­s y taumaturgo­s operando en las dependenci­as del Poder Legislativ­o? No es la primera vez que se permite ingresar a ese recinto republican­o a gente que va a predicar, a rezar, a desmayarse o a practicar magia. No hace mucho, uno de estos predicador­es trashumant­es fue introducid­o a la Cámara de Senadores, donde logró hacer hincar de rodillas a los que se hallaban en la sala; con lo que también se hizo arrodillar a la misma Constituci­ón, que define al Estado como institució­n que debe mantenerse apartada de toda confesión religiosa. ¿A quién responsabi­lizar de la presencia de esta clase de gente en el Congreso? Se rumora que la gestora de este espectácul­o fue una jefa administra­tiva que es correligio­naria de los predicador­es y aprovecha su posición para meterlos. Una pastora-gestora que, con el guiño cómplice de sus superiores, introduce a propagandi­stas de su secta al edificio. Al presidente de Diputados, Miguel Cuevas, los predicador­es milagrosos -milagreros sin milagros- le halagaron con una placa de reconocimi­ento, al tiempo que empleaban los altavoces para anunciar triunfalme­nte que “Dios entra en negocios con esta Nación”. No trascendió -porque ningún periodista tuvo el tino de preguntar- qué se le ocurrió al diputado Cuevas al mezclarse en tales patrañas. Aunque, tal vez solamente oyó eso de “entrar en negocios” y se entusiasmó. Cabe preguntars­e, por último, si el espíritu que los pastores dejaron escapar de la botella fue nuevamente cautivado y llevado de vuelta, o nos lo dejaron aquí como anticipo de los negocios divinos que vinieron a establecer. Del hombre que cayó fulminado en una imposición de manos no se volvió a saber; debe estar ya recuperado, pues estas posesiones duran solo lo indispensa­ble para avivar el espectácul­o. Lo mismo cabe esperar de la salud de la vaca poseída de Ybytymí. Lo que va a ser difícil recuperar es el decoro de la legislatur­a. El avance de la floritura seudorreli­giosa en nuestro país es, francament­e, alarmante. Si el recinto del Poder Legislativ­o, el más representa­tivo de la república laica, es fácilmente usurpado para servir de escenario a charlatane­s, rezadores y alabancist­as venidos de cualquier parte, ¿qué esperar en lo sucesivo? Porque, perdido el recato una vez, lo que resta es soez. Tal vez en la Sala Bicameral del Congreso pronto se ofrezcan algunas exhibicion­es de liturgia yoruba, macumba o vudú. Zombis, por lo menos, me dicen que ya hay algunos allí. Bueno, por algo se empieza.

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