¿En qué Paraguay viven las cúpulas partidarias?
Rolando Niella
Habría que ser muy necio para no percibir lo caldeado que está el ambiente social y político. El descontrol y el deterioro institucional, que se agudizó hasta lo insostenible en los últimos años, ha tenido también un efecto positivo: Agotar la paciencia de los ciudadanos.
En unos casos para bien y en otros para mal, todos los sectores del país están reaccionando ante esos cambios de la sociedad paraguaya, cuyo síntoma más notorio son las manifestaciones de indignación ciudadana tanto en las calles como en las redes sociales.
Un buen ejemplo de ello es el Parlamento, que cede y deja sin fueros a algunos de sus más llamativos impresentables; pero en contrapartida intenta reiteradamente blindarse contra la justicia. Esta es una reacción para mal, pero muy significativa: Antes los legisladores no intentaban blindarse porque no lo necesitaban; ya estaban más que seguros de ser intocables.
Hasta nuestra impávida justicia, tan poco interesada en castigar culpables como en defender inocentes, parece haberse despertado de pronto de una larga siesta, también con actuaciones que son, al igual que en el caso del Parlamento, reacciones para adaptarse a la efervescencia del enojo ciudadano.
Dije antes que todos los sectores del país están reaccionando, pero hay una excepción sorprendente y preocupante: los partidos políticos, que no dan la más mínima señal de haberse enterado y menos aún de reaccionar ni ante los escraches, ni ante las manifestaciones, ni ante los memes insultantes, ni ante las otras muchas formas de expresarse del enojo ciudadano.
Las cúpulas partidarias, sus portavoces, sus más conocidos representantes y, sobre todo, sus tribunales de conducta siguen comportándose públicamente como si nada hubiese cambiado. Es preocupante, porque los partidos son imprescindibles para el funcionamiento de la democracia, y peligroso, porque pone en riesgo la vigencia del Estado de Derecho.
En el ambiente de efervescencia actual, la gran mayoría de los dirigentes partidarios estarán preocupados: unos porque la oleada de escraches puede alcanzarles, otros porque el desprestigio de la actividad política partidaria terminará, más tarde o más temprano, por pasarles la factura a las cúpulas actuales y a los propios partidos, como instituciones; pero esa preocupación no se refleja en absoluto en su accionar público.
Buena muestra de ello es lo que ya tantas personas han preguntado en público y todos los ciudadanos en privado: ¿Qué clase de atrocidad tiene que cometer un “dirigente” para que un tribunal de conducta actúe y lo expulse? Tal parece que actualmente para los partidos el único “delito”, la única “inconducta” que pueden cometer es mostrarse en desacuerdo con el mandamás de turno.
Es por ello que desde intendentes a los que se les caen los techos de las escuelas, hasta legisladores que han mostrado claramente su corrupción o su incapacidad o ambas cosas, vuelven a representar (verdaderamente los representan, los retratan) a sus partidos como candidatos, hasta el punto que pareciera que tener antecedentes nefastos en un cargo es un mérito para ser candidato a cargos más importantes.
La impunidad de los corruptos termina con el blanqueo judicial, pero comienza con el respaldo de las cúpulas partidarias, que mantienen y sostienen contra viento y marea a sus impresentables. Así, hoy por hoy, la imagen que tienen los ciudadanos de un dirigente colorado es González Daher y la de un dirigente liberal es Portillo.
Si no reaccionan, si no recapacitan, si no asumen que tienen que adaptarse a los cambios que se están produciendo en la sociedad paraguaya, algún día no muy lejano tendrán que realizar sus convenciones partidarias en un penal, en lugar de en sus locales partidarios… Parece un chiste exagerado, pero hagan cuentas de cuantos “próceres” de las directivas partidarias son sospechosos, están imputados, sometidos a juicio o ya en prisión, como González Daher y Ulises Quintana, por citar solo los casos más llamativos.