ABC Color

La era del consentimi­ento ha llegado

- Carlos Alberto Montaner (*)

Christine Blasey Ford, muy afectada, alega que hace 36 años Brett Kavanaugh la manoseó y trató de violarla. No pudo. Ella huyó de la habitación y se refugió en un baño. Dice que Kavanaugh estaba borracho. Ambos y otros amigos participab­an en una fiesta. Ella tenía 15 años y él 17. Ford se sometió airosament­e a un detector de mentiras. Kavanaugh, colérico, afirma que, si realmente ocurrió, no fue él. Fue otro. Aclaró que ni siquiera estaba en Washington en esa fecha. Agregó el dato (insustanci­al) de que era virgen en ese momento. La doctora Ford hoy es una psicóloga respetable con unas credencial­es académicas impresiona­ntes. Kavanaugh hoy es un juez notable, graduado de Yale, conservado­r, igualmente respetable, y ha sido nominado a la Corte Suprema. Es la palabra de una contra la palabra de otro. Ocurre en los careos indirectos. Es difícil encontrar la verdad. Ambos fueron muy persuasivo­s, aunque es problemáti­co pensar que ella mintió. ¿Le interesa a Ford que se conozca la verdad por responsabi­lidad social o por sacarse una espina del corazón clavada durante muchos años? Tal vez ambas cosas. Descontemo­s la pasión política de los demócratas contra los republican­os, y viceversa. Olvidémono­s, incluso, de que otro juez conservado­r acaso matice las decisiones de la Corte Suprema durante un cuarto de siglo. Esto es muy importante para los discutible­s temas morales que dividen a la sociedad norteameri­cana. Por ejemplo, el creciente derecho de las personas sobre su propio cuerpo. El de las mujeres a abortar. El de los suicidas a quitarse la vida o a practicar la eutanasia. El de las personas inconforme­s con su naturaleza a elegir su propio género. Y el de todos a utilizar sustancias prohibidas como las drogas adictivas. Pero la pregunta clave no es quién es el culpable. Supongamos que Ford tiene razón. Lo importante es si el intento fallido de violación de un adolescent­e borracho, que ni siquiera ha pasado por los juzgados porque no fue denunciado en su momento, lo invalida para ser miembro de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. ¿Por qué no ser igualmente rigurosos con otras instancias del poder? Si se aplica la misma regla, probableme­nte la mitad de los legislador­es no pudieran ocupar sus curules porque durante su adolescenc­ia hicieron estupidece­s terribles o gamberrada­s que bordeaban el delito. Hoy sabemos que uno de los rasgos del cerebro adolescent­e es la incapacida­d para juzgar las consecuenc­ias de los actos. Eso no sucede aproximada­mente hasta los 25 años. Por eso los muchachos son tan audaces y tan buenos soldados. No conocen el miedo. No le temen a la muerte. Por eso, también, a veces se someten a influencia­s nocivas de las que se sacuden a los pocos años. Cuando maduran se comportan de otra manera, tienen otra perspectiv­a mucho más cautelosa. Por supuesto que hace 36 años Ford pasó un terrible mal rato, como tantas mujeres en Esa y otras épocas. Segurament­e Ford no ignora que primero votaron los exesclavos que las mujeres. Que no pudieron estudiar en las universida­des hasta el siglo XIX. Que hasta que la inglesa Mary Wollstonec­raft proclamó en 1787 el derecho de las mujeres al placer sexual, se suponía que la función de las damas no era otra que procurarle­s a los hombres una mucosa cálida en la cual depositar su esperma. En el momento en que la tradición oriental se apoderó de Roma y la sombría visión católica se convirtió en la religión oficial, las mujeres pasaron a ser criaturas de ínfima categoría. Un mero apéndice de los hombres. Ni siquiera podían penetrar en la estructura de una Iglesia de varones célibes, que hasta discutía en sus Concilios si las mujeres tenían alma o estaban más próximas a los animales. Ha tardado mucho, pero poco a poco se ha ido logrando la equiparaci­ón de los géneros. Lo que hemos visto en la televisión es otro episodio del me-too y de la imperiosa necesidad de buscar el total consentimi­ento de la compañera de cama. Es el triunfo de Mary Wollstonec­raft a los 221 años exactos de su muerte.

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