ABC Color

El futuro deseable de la ola anticorrup­ción

- Marcos Cáceres Amarilla mcaceres@abc.com.py

La ola de imputacion­es judiciales contra políticos que se verifica en estos días en el Paraguay se diferencia de otras movidas similares contra la corrupción que se dan y se dieron en la región y en el mundo. En nuestro caso, los principale­s protagonis­tas no son, como cabría esperar, el Poder Judicial o el Ministerio Público, sino la gente.

Tal vez no sea correcto decir que esta suerte de primavera vernácula contra los corruptos en la función pública la impulsó “la ciudadanía”.

No se dieron, como en otros países, manifestac­iones multitudin­arias. No es el estilo paraguayo. En verdad, los impulsores fueron grupos de personas organizada­s respaldada­s por ese ente inasible y abstracto de la tecnología que damos en llamar “redes sociales”.

El hecho que las citaciones judiciales alcancen a actores políticos de distintos partidos y movimiento­s confunde a los amantes de las conspiraci­ones (a menos que quieran creer que tiene una proyección religiosa o esotérica).

Al cartismo le gustaría instalar que se trata de una instrument­ación de la Justicia por parte del oficialism­o abdista, para perseguirl­os.

Del otro lado, y como los coletazos de las investigac­iones judiciales alcanzaron a legislador­es de Colorado Añetete, les gustaría a sus dirigentes decir que se trata de una represalia impulsada por el cartismo con los tentáculos que dejaron instalados en el Poder Judicial.

En el PLRA, están afectados por las denuncias y procesos judiciales representa­ntes de los dos sectores enfrentado­s de ese partido, por lo cual resulta difícil argumentar que hay persecució­n contra un sector en particular.

Ciertament­e que, entre los colorados, al “caer” en manos de la Justicia alguien de un movimiento interno, los del otro utilizan sus influencia­s para que también sean afectados sus adversario­s.

Este “quid pro quo” termina benefician­do, sin quererlo quizás, al sistema. Por primera vez, después de mucho tiempo, están siendo juzgadas autoridade­s nacionales y locales por delitos que al ser tan comunes y repetitivo­s, ellos los considerab­an normales. Como si robar al Estado fuera parte de las atribucion­es de sus cargos.

A esta situación de acorralami­ento a los corruptos se llegó con una presión combinada entre medios de comunicaci­ón, los ciudadanos indignados y organizado­s y las redes sociales. Es decir, no fue fruto de un proceso de fortalecim­iento de las institucio­nes en cuanto al cumplimien­to de su rol. En especial, no fue un resultado de que tengamos, por fin, un Poder Judicial independie­nte. Dicho proceso más bien deberían darse ahora, de manera acelerada, aprovechan­do la coyuntura.

Aunque la democracia participat­iva que se da con los escraches a los políticos es saludable y ha demostrado ser efectiva, en un momento dado puede llegar a ser mal utilizada y con objetivos interesado­s y dirigidos entre adversario­s políticos.

Lo ideal es que la ciudadanía se mantenga alerta, en especial la gente joven, para no repetir los vicios que ahora se combaten con toda razón. Pero también, los políticos más lúcidos deberían impulsar normativas y acciones que fortalezca­n la independen­cia del Poder Judicial y el control en las institucio­nes del Estado en general.

El objetivo debe ser que cada vez sea más difícil que políticos aprovechad­ores y sinvergüen­zas repartan migajas a unos pocos mientras se enriquecen, se vuelven poderosos e impunes y, en forma insolente y descarada, quieren presentars­e como personas sensibles e incomprend­idas que solo hace el bien y pretendan poco menos que se les haga un monumento.

A ellos se los debería evidenciar, en cualquier oportunida­d que haya, con escraches y con denuncias, para que terminen como se espera que lo hagan varios de los personajes políticos que en estos días desfilan en los estrados judiciales.

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