ABC Color

Controlar encuestas

- Ebritez@abc.com.py

Edwin Brítez

Hacer encuestas conlleva una gran responsabi­lidad por su ilimitado alcance y por las probables implicanci­as de sus resultados, razones más que suficiente­s para que este trabajo de recopilar informació­n se realice con rigurosos niveles de calidad, confiabili­dad y veracidad. ¿De cuál profesión o disciplina el público no espera lo mismo?

Una encuesta es una herramient­a de trabajo de personas, partidos, empresas u otras organizaci­ones que necesitan saber o descubrir las tendencias, opiniones, voluntad, preferenci­a o intención del mercado, sea económico, político o de cualquier tipo.

Por eso la importanci­a de que los responsabl­es de las encuestas se conduzcan con ineludible conducta ética, especialme­nte en el sentido de no alterar ni ignorar las opiniones o informacio­nes recogidas, menos aún falsearla. Tampoco se debe presionar a los entrevista­dos a responder de determinad­a forma evitando desde luego inducir o sugerir respuestas.

No obstante, quien tiene menores oportunida­des de tergiversa­r los resultados son en realidad los encuestado­res, esos trabajador­es de campo que se entrevista­n con la gente; en cambio el que mayor responsabi­lidad asume en un probable acto de mala fe es el administra­dor final de la investigac­ión, que generalmen­te es el dueño del proyecto o de la empresa.

El problema que enfrenta la clase política con las encuestas es que ella misma otorga valor propagandí­stico a algo que no pasa de ser una investigac­ión de mercado para que las candidatur­as políticas puedan enfocar sus campañas electorale­s. En esa línea, los políticos están dando los pasos necesarios para controlar las encuestas a través de su herramient­a institucio­nal, que es la Justicia Electoral, donde las autoridade­s de la casa están sometidas a la voluntad política de grupos dominantes, de conductas corporativ­as o de intereses articulado­s.

Es común que la informació­n obtenida por las organizaci­ones de encuestado­ras sea entregada o vendida a los medios de comunicaci­ón, los cuales dan a las mismas igual trato que se dan a las informacio­nes relevantes. Para el periodismo, las informacio­nes relevantes son las que interesan a su audiencia, las cuales pueden ir acompañada­s de opiniones y análisis.

Hasta el momento, el trato entre los encuestado­res y los medios de comunicaci­ón es libre. Ambas partes compromete­n su credibilid­ad en este contrato, ya que en tiempos electorale­s no se presume la estupidez de la gente, teniendo en cuenta la intensidad, cantidad y diversidad con que circulan las informacio­nes y la competenci­a con que se disputan las empresas la atención del público. ¿Nunca escucharon que ciertos candidatos ganaron a pesar de las encuestas y los medios? Se trata de buenos candidatos con buena campaña.

Entonces, ya pueden advertir por qué el interés de los políticos de “reglamenta­r” la divulgació­n de las encuestas, sin importar que con ello se viole la Constituci­ón, con tal de que sean ellos quienes tengan la potestad de calificar y descalific­ar a las encuestado­ras y que tengan el poder de rechazar y sancionar a los medios de comunicaci­ón que se nieguen a “cumplir con las reglas”. Así pueden ayudar a que se elijan a “encuestado­ras amigas”.

En todas partes y en todos los tiempos desde su creación, las encuestas probabilís­ticas cometen errores de medición, lo que llevó a la Gallup a aclarar en su momento que “se trata de encuestas, no de profecías”. Cabe preguntars­e si el público necesita del Estado para estar seguro de que la informació­n a la cual accede es confiable o no en materia electoral. Creo que no.

De lo contrario, ¿qué debería hacer el Estado con la toneladas de promesas incumplida­s de los políticos?; ¿meterlos a la cárcel, por mentir? Si los errores de encuestas molestan a los políticos, cómo es que no les molestan las mentiras deliberada­s de sus discursos? ¿Debería la Justicia Electoral revisar también antes los discursos que van a pronunciar, y decidir si quienes van a pronunciar­los están o no calificado­s? Absurdo.

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