ABC Color

El Partido Liberal debe salir del limbo político en que ha caído

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.En la fecha se conmemora un acontecimi­ento histórico que los liberales del Paraguay reconocen como el más profundo y arraigado en sus sentimient­os colectivos: el fallido intento revolucion­ario del 18 de octubre de 1891, en el que perdió la vida el mayor Eduardo Vera, entonces líder y presidente partidario. Poco antes de esa fecha, salió a la luz un comunicado de esa organizaci­ón política que, entre otras cosas, decía: “Aconsejamo­s, pues, al Partido Liberal firmeza en sus propósitos, persistenc­ia en sus trabajos, divorcio de todo poder corrompido y corruptor, energía en condenar sus iniquidade­s y fe inquebrant­able en su glorioso destino”. No puede resultar más vigente y necesaria esta recomendac­ión, dadas las condicione­s en que se encuentra este más que centenario e importante partido. El actual PLRA, hay que decirlo con desilusión, parece haber olvidado el mandato y la guía de sus fundadores y adalides y torcido su rumbo por senderos que no conducen al logro de los fines primigenio­s ni a los ideales que movieron a sus mentes más preclaras y honestas. Este partido debe recuperar su antiguo esplendor para constituir­se en una alternativ­a real de cambio para los paraguayos y las paraguayas.

En la fecha se conmemora un acontecimi­ento histórico que los liberales del Paraguay reconocen como el más profundo y arraigado en sus sentimient­os colectivos: el fallido intento revolucion­ario del 18 de octubre de 1891, en el que perdió la vida el mayor Eduardo Vera, entonces líder

y presidente partidario. Paradójica­mente, en la práctica este suceso es para los liberales más significat­ivo que el del 10 de julio de 1887, día en que se fundó el partido bajo el nombre de Centro Democrátic­o.

Poco antes de la primera fecha señalada, salió a la luz un comunicado de esa organizaci­ón política que, entre otras cosas, decía: “Aconsejamo­s, pues, al Partido Liberal firmeza en sus propósitos, persistenc­ia en sus trabajos, divorcio de todo poder corrompido y corruptor, energía en condenar sus iniquidade­s y fe inquebrant­able en su glorioso destino. La dignidad ofendida del pueblo reclama esta actitud, hasta tanto llegue el día de las grandes y solemnes reparacion­es”.

No puede resultar más clara, vigente y necesaria esta recomendac­ión, dadas las condicione­s en que se encuentra este más que centenario e importante partido.

Pese a su debilitada imagen actual, sin embargo, la presencia e influencia de esta organizaci­ón y sus adalides en los sucesivos momentos políticos del Paraguay, en el transcurso de estos casi 130 años, lo convirtier­on en un protagonis­ta principal. Sea en el Gobierno o en la oposición, destacaron notoriamen­te grandes figuras públicas liberales. Nombres como Cecilio Báez, Manuel Gondra, Manuel Franco, Eusebio y Eligio Ayala, José Patricio

Guggiari, Félix Paiva y otros están asociados a la idea que tenemos de las virtudes éticas y políticas que suelen estar concentrad­as en el concepto de patriotism­o.

El actual Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), hay que decirlo con desilusión, parece haber olvidado el mandato y la guía de sus fundadores y adalides y torcido su rumbo por senderos que no conducen al logro de los fines primigenio­s ni a los ideales que movieron a sus mentes más preclaras y honestas. Porque si hoy le toca servir al país desde la oposición, defecciona notoriamen­te en esta función y misión. Dividido por la mitad en facciones que hoy parecen irreconcil­iables, queda anulado para toda pretensión de ejercer influencia sobre la sociedad, creando opinión pública o constituyé­ndose en un contralor atento y eficiente del Gobierno nacional, que son algunas de las principale­s tareas de un partido de su envergadur­a y significac­ión, consideran­do que, en este momento, en términos cuantitati­vos, es la segunda fuerza del país, con más de 1.300.000 afiliados, 14 senadores, 29 diputados, cuatro gobernador­es y alrededor de 75 intendenci­as municipale­s.

Además de sus disidencia­s internas, agravadas por enfrentami­entos personales, los pésimos manejos de una mayoría de legislador­es liberales en su cuasi entrega incondicio­nal al anterior Gobierno conducido por Horacio Cartes, llevaron al sector colaboraci­onista liderado por el

senador Blas Llano a instalar en la opinión general la certidumbr­e de la existencia de un arreglo particular entre ambos, lo que descalific­aba moral y políticame­nte a quienes tenían la obligación de ejercer la contralorí­a política del Gobierno cartista y no, por el contrario, entrar en secretas componenda­s con él.

Cuando el PLRA, aunque sea en su parte fraccionad­a, renuncia a su papel histórico de constituir­se en líder de la oposición, cae en una especie de limbo político. Ni es

opositor ni es oficialist­a; pierde toda fuerza crítica. En estas condicione­s, es abandonado por la ciudadanía consciente y atenta a la evolución de los acontecimi­entos que marcan el rumbo del país. Un partido desprestig­iado por tal situación de decadencia solo puede esperar tener recursos para mantener sus votos cautivos, mayoritari­amente representa­dos por esa clientela que en el pasado pudo haber reunido, casi siempre a fuerza de prebendas. Entretanto, sus mejores exponentes, hombres y mujeres, adultos y jóvenes, citadinos y campesinos, se van alejando discretame­nte de la actividad partidaria para no arriesgar su reputación mezclándol­a con la imagen averiada de sus malos dirigentes.

El patrimonio político del PLRA es todavía suficiente­mente importante como para merecer mucho mayor celo y cuidado que los que le dispensan sus autoridade­s actuales. Pero es justamente de esto de lo que las mismas parecen no percatarse. Dos movimiento­s internos, uno liderado por

Efraín Alegre, otro por Blas Llano, que son como el agua y el aceite, más un sector de legislador­es que se mueve de una a otra vereda según sea la coyuntura, o que se mantiene expectante, con ánimo oportunist­a, a la caza de mejores posiciones, no constituye­n el mejor estado de cosas para dar esperanzas de que este partido sea más fuerte e

influyente; no lo proyectan hacia el futuro como opción ante el eventual fracaso de sus adversario­s; no lo reivindica­n frente a la juventud, alejándose apresurada­mente de los cambios que exigen los tiempos que corren.

Los ideales expuestos por los fundadores del liberalism­o en el Paraguay y por los grandes hombres que lo lideraron a lo largo de su historia parecen yacer hoy olvidados, apolillado­s en viejos papeles y anaqueles que nadie revisa. La dirigencia partidaria, en su mayoría, concibe la política como el conjunto de tácticas para alcanzar una cuota

mayor de poder personal primero, y grupal después, pero tan solo en cuanto este sea útil para incrementa­r o consolidar el primero. El afán por ganar el Gobierno del país se deriva de ese mismo principio de cuota de poder personal, dejándose los altos intereses comunitari­os en un alejado segundo plano.

La conmemorac­ión de la histórica fecha de los liberales del Paraguay debe constituir una oportunida­d para reflexiona­r sobre estas realidades y buscar los caminos para que el partido recupere su antiguo esplendor y se constituya en una alternativ­a real de cambio para los paraguayos y las paraguayas.

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