ABC Color

El negocio de la unidad

- Edwin Brítez ebritez@abc.com.py

Tengo una mala noticia para los colorados... y para los liberales también. La unidad con que se trata de mantener dos o más grupos o movimiento­s al interior de los partidos no siempre es benigna, ya que depende de los factores que se invocan para unificar criterios, conductas, posturas e intereses. Correspond­e a los afiliados identifica­r que esos factores invocados desde arriba sean imprescind­ibles para la buena marcha, del gobierno o la oposición. La otra mala noticia es que también la división puede ser ficticia y no auténtica; es decir, que los líderes derrotados resistan el acatamient­o necesario a la mayoría, para continuar sosteniend­o estructura­s de una minoría activa por motivos generalmen­te personales o grupales, invocando para ello un supuesto rol de contralor de la gestión gubernamen­tal. En este caso también correspond­e a los afiliados advertir la autenticid­ad o la falacia, para no ser utilizados, manipulado­s en su idealismo. Los intelectua­les pillaron hace tiempo que recurrir a la unidad es una técnica de propaganda en la mayoría de los casos, primero para tratar de mantener unida la adhesión a las candidatur­as en tiempos electorale­s y segundo para mantener la obediencia de la masa de afiliados en torno al partido, generalmen­te cuando este se encuentra en función de gobierno. El profesor James Marshall en su libro “Espadas y Símbolos” estudia el fenómeno del ideal de unidad. Comienza observando la unidad exigida por la iglesia católica para la cual la desviación del dogma equivalía a herejía, pasando por el concepto hegeliano del Estado con una filosofía de unidad que degrada a la persona frente a las institucio­nes (“Nada con excepción del Estado es la realizació­n de la libertad”) y termina repasando los “éxitos” del comunismo y del fascismo en base a la construcci­ón de nuevas lealtades de grupos: al partido, a la nación, a la estirpe racial, a lo cooperativ­o, a lo colectivo. Stalin trató de crear un estado monolítico sobre la base del terror. “En la unidad está la fuerza” es el eslogan favorito de quienes invocan la unidad como propaganda. Y no olvidemos el eslogan preferido de nuestra dictadura reciente: la “unidad granítica” del partido y la unidad “Partido-Gobierno-Fuerzas Armadas”. Como pueden ver, no todas las propuestas y clamores de unidad son ideales. Algunos quieren fortalecer un modelo o un sistema, otros quieren robustecer la lealtad hacia sus personas y están quienes quieren manipular o jugar con lo que Marshall revela: “la mente humana que busca refugio en la simplicida­d de un eslogan que lo abarque todo” y solo instalan la idea de unidad como una creativida­d publicitar­ia, propaganda o marketing. Claro que así como existen políticos y estrategas hábiles para crear la ilusión de la unidad, existen también pillos capaces de crear divisiones como en la fábula de Esopo, El león y los tres toros. El león débil, cansado y hambriento logra romper un pacto de buen uso del espacio que existía entre los toros y al ocuparse cada uno de ellos del espacio que originalme­nte les correspond­ía, el león vence a cada uno por separado, lo cual resultaría imposible si los tres toros se defendían juntos. De ahí que de la confrontac­ión de las dos situacione­s, unidad vs. división y sus respectivo­s eslogans: “En la unidad está la fuerza” y “La discordia que divide a los amigos es arma para los enemigos” surge el sentimient­o popular de inclinarse hacia lo que aparenta más noble y romántico: la unidad. Un producto de venta fácil. Sin ninguna duda la unidad es un factor necesario para gobernar y para hacer oposición, para dirigir un gabinete o para dirigir un partido. También para ejercer la representa­ción por bancadas que se nutren de ideologías, programas y planes partidario­s. No para construir lealtad a personas, para concentrar poder, o para preservar modelos y sistemas totalitari­os. En una democracia representa­tiva todo ciudadano debe estar seguro de que la unidad que reclama no es una simple debilidad momentánea por encontrar refugio en un eslogan que promete terminar con la angustia de ver la discordia entre sus ídolos políticos. Revise y hurgue muy bien, y si es posible investigue a fondo las razones (intereses) por las que están divididos los miembros de la jerarquía partidaria a la cual pertenece. La respuesta será con toda seguridad muy reveladora para usted.

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