Un antibiótico también colorado
MADRID, España. Es impostergable que en los colegios los estudiantes cursen una materia –no importa cómo se llame– en la que aprendan que “partido político“, “gobierno“, “administración de la cosa pública” y “país” son conceptos diferentes, que deben funcionar de manera diferente y no andar mezclando las cosas que a la larga terminan complicándolas y nos mantienen viviendo en un permanente atraso. El ejemplo más cercano de esto lo acaban de dar los miembros de las seccionales coloradas y concejales de Yaguarón, quienes enviaron una nota al director de la Novena Región Sanitaria exigiéndole que la Dirección del Centro de Salud de dicha ciudad esté en manos de un miembro de la Asociación Nacional Republicana (ANR). Aunque luego los responsables de la “firmata” trataron de sacarle hierro al asunto suavizando los términos, negando que hayan exigido nada aunque en la publicación facsimilar de la nota dice: “Cargo que solicitamos y exigimos sea ocupado por una persona perteneciente al Partido Colorado”. El subrayado es mío. La exigencia es tan absurda y sus firmantes tan cortos de entendimiento, que no caen en la cuenta de que están yendo contra sus propios intereses. La enfermedad no tiene partido político. Al virus le da lo mismo infectar a un colorado, un liberal o un febrerista (para mencionar nada más que los partidos tradicionales) y el antibiótico tampoco tiene partido y actúa con igual eficacia sin preguntar de qué partido es el enfermo al cual está auxiliando. Si estos señores seccionaleros utilizaran la cabeza no solo para llevar el sombrero, tendrían que darse cuenta de que lo que debe interesarles a ellos, por su propio bien, por el bien de sus familias, por el bien de sus conciudadanos, es tener un buen médico, el mejor que puedan conseguir, para ponerlo al frente del centro de salud local sin importar de qué color sea el pañuelo que lleven atado al cuello. Este es el origen de muchos de nuestros males: lo partidizamos todo. Anteponemos los intereses del partido a los intereses del país. No podemos poner en entredicho, por no decir no podemos jugar, con temas que tienen que ser de interés de todos. Entre ellos tienen especial relevancia la salud y la educación. No queremos que estén allí los mejores, sino que estén allí los de nuestro partido. Viene al caso recordar un hecho que sucedió pocos meses después de derrocada la dictadura. Vino a la capital un presidente de seccional del interior a realizar algunos trámites que no salieron como él deseaba y regresó expresando su enojo: “Adónde vamos ir a parar en este país si un presidente de seccional no puede sacar a un preso de la cárcel ni nombrar a la directora de una escuela”. Pues este es el espíritu que se ha seguido. Días atrás, la Secretaría Anticorrupción del Ministerio de Educación dio con una persona que tenía ¡260 horas cátedra! por semana. Sabiendo que el día solo tiene 24 horas y que la semana tiene siete días, tendrían que explicar cómo hizo para poder cumplir con estos horarios. ¿Será que consiguió este puesto debido a las “exigencias” de un dirigente de seccional de alguna ciudad del interior? De una buena vez por todas, tenemos que convencernos de que las seccionales coloradas fueron un invento de gobiernos dictatoriales, y ellas que cumplen las mismas funciones que los Comités de Defensa de la República en Cataluña y los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba. Estas entidades (no sé cómo llamarlas) son parte de la organización interna de un partido determinado y nada tienen que ver con el gobierno de turno ni con la administración del país. Sus miembros no forman parte del gobierno y no pueden exigir que se tomen decisiones que afecten a la mayoría. Más aún cuando de por medio están actividades que son vitales, como la salud y la educación.