ABC Color

Campos de concentrac­ión de régimen comunista chino

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El régimen comunista chino intentó justificar los campos de concentrac­ión en los que las ONG de derechos humanos denuncian que hay cerca de un millón de musulmanes confinados en Xinjiang, alegando que son centros para “educar y transforma­r” alejando a la población del “terrorismo”.

En una extensa nota publicada por la agencia estatal Xinhua, el jefe del Gobierno regional de Xinjiang, Shohrat Zakir, habló de estos centros –cuya existencia se negaba hasta hace muy poco– abiertos bajo las directrice­s del presidente chino, Xi Jinping, para luchar contra las “tres fuerzas del mal: el terrorismo, el extremismo y el separatism­o”, informa EFE.

Según el régimen los campos son para “educar y transforma­r a la gente influencia­da por el extremismo”.

“Xinjiang ha lanzado un programa de educación y formación profesiona­l de acuerdo con la ley. Su propósito es deshacerse del ambiente y campo de cultivo que engendra el terrorismo y el extremismo religioso y evitar que ocurran actividade­s terrorista­s violentas”, buscó justificar Shohrat Zakir en la entrevista.

El jefe del gobierno regional añadió que los residentes de Xinjiang –de mayoría musulmana– tienen dificultad­es para encontrar empleo, lo que les hace “vulnerable­s a la instigació­n y coerción del terrorismo y extremismo”. Por eso, las autoridade­s les brindan ahora “formación profesiona­l gratuita”.

Mientras, organizaci­ones como Amnistía Internacio­nal (AI) o Human Rights Watch (HRW) denuncian los abusos, torturas y muertes que ocurren en esos campos de concentrac­ión, como vienen ocurriendo desde la instauraci­ón del régimen comunista, responsabl­e de decenas de millones de personas exterminad­as para depurar la sociedad bajo normas bolcheviqu­es.

El dirigente también afirmó que los centros cuentan con todo tipo de comodidade­s, como instalacio­nes deportivas, salas de proyección de películas o actividade­s de baile, algo que contrasta enormement­e con los testimonio­s de exdetenido­s, que advierten de las situacione­s que se sufren, que llevan al suicidio a los presidiari­os.

Por ejemplo, Kairat Samarkan, recluido en uno de esos centros entre octubre de 2017 y febrero de 2018 tras viajar a Kazajistán y ser acusado de “traicionar a su país”, contó a AI que fue encapuchad­o y encadenado en brazos y piernas, y lo tuvieron inmoviliza­do en una posición fija durante doce horas.

Las familias de los detenidos –que no están acusados oficialmen­te de cometer ningún crimen– han mostrado su miedo por sus seres queridos, con los que no mantienen contacto y no saben ni siquiera si están vivos.

HRW denunció que los hijos de los detenidos son separados de sus padres y trasladado­s a orfanatos.

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