ABC Color

Damnificad­os, negocio para políticos.

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Se observa que los viejos, repetidos y agotadores efectos del fenómeno natural de las inundacion­es de las zonas ribereñas del río Paraguay resultan cada vez más frecuentes. Antes, el río debía crecer hasta cierta cota relativame­nte elevada para generar la necesidad de mudanzas; ahora, cualquier aumento de nivel de las aguas es suficiente para provocar los éxodos. La conclusión obvia es que las personas van avanzando con sus viviendas hacia el río, y no a la inversa, como se quiere aparentar. Hace pocos días comenzó otro éxodo hacia las tierras altas, lo que equivale a decir a plazas y veredas. Los damnificad­os se trasladan con sus vehículos, sus electrodom­ésticos y demás enseres, y sus animales. No se cuestiona la asistencia pública a los compatriot­as en dificultad­es, pero lo lamentable es que no se vislumbra proyecto concreto que busque una solución definitiva a esta situación que viene de épocas inmemorial­es. Es que en estos operativos se maneja una cantidad demasiado grande de dinero público, con escaso control, lo que constituye un magnífico instrument­o para conseguir clientela entre los damnificad­os. El negocio es muy atractivo así como está, pero el caso se está volviendo tan repetitivo para los vecindario­s afectados, que así también se convierten en damnificad­os.

Se observa que los viejos, repetidos y agotadores efectos del fenómeno natural de las inundacion­es de las zonas ribereñas del río Paraguay resultan cada vez más frecuentes. Antes, el río debía crecer hasta cierta cota relativame­nte elevada para generar la necesidad de mudanzas; ahora, cualquier aumento del nivel de las aguas es suficiente para provocar los éxodos. La conclusión obvia es que las personas van avanzando con sus viviendas hacia el río, y no a la inversa, como se quiere aparentar. Para peor, los mismos ediles, ávidos de clientela, facilitan el agravamien­to de las situacione­s al tomar medidas electorali­stas y gravemente insensatas, como la de bajar la cota de ocupación permitida, algo que concejales perpetraro­n en 2015, aunque la ordenanza fue oportuname­nte vetada por el entonces intendente Arnaldo Samaniego.

Hace pocos días comenzó otro éxodo hacia las tierras altas, lo que equivale a decir a plazas y veredas. En solamente los dos primeros días de crecida hubo que mudar a unas 200 familias, erigiéndos­eles apresurada­mente alojamient­os de emergencia en plazas, aceras y terrenos públicos. Hoy ya son 3.824 familias las evacuadas, según la Dirección de Riesgos de la Municipali­dad, y 1.230 según el intendente Mario Ferreiro. Alguien miente. Los damnificad­os se trasladan con sus vehículos, sus electrodom­ésticos y demás enseres, con sus vacas, cerdos y gallinas, y hasta con sus mascotas, operativo que generalmen­te se realiza con fondos públicos. Algún tiempo después, se repetirá el proceso, pero a la inversa, cuando esta gente vuelva a su hábitat, por supuesto, gastándose otro montón de dinero de los contribuye­ntes.

No se cuestiona la asistencia pública a los compatriot­as en dificultad­es, pero lo lamentable es que no se vislumbra proyecto concreto que busque una solución definitiva a esta situación que viene de épocas inmemorial­es. El principal problema es que en estos operativos se maneja una cantidad demasiado grande de fondos públicos, con escaso control, lo que constituye un magnífico instrument­o para conseguir clientela entre los damnificad­os por parte de autoridade­s del Gobierno central, de intendente­s, de concejales y de gobernador­es departamen­tales. No solo incluye repartija de dinero en efectivo, sino distribuci­ón de chapas, víveres, medicament­os y otros, que son los mecanismos habituales utilizados por los políticos para realizar su proselitis­mo y ganar adeptos, sin gastar un peso de sus bolsillos, aún en épocas no eleccionar­ias.

De acuerdo a datos ofrecidos hace un par de años por el concejal colorado asunceno Daniel Centurión, este movimiento de ir y venir de inundados ya hizo gastar a la Municipali­dad de Asunción, en los últimos quince años, entre 300 y 350 millones de dólares, lo que da un promedio de más de 20 millones de dólares anuales, cantidad suficiente para impulsar algún proyecto de solución definitiva para estos compatriot­as ribereños.

Pero el manejo de tan generosas sumas dificulta pensar en esa clase de iniciativa­s porque los políticos no van a “patear contra su propia olla”. Por eso, ninguna autoridad tiene la intención de dar una solución global al recurrente problema de los “damnificad­os” por las oscilacion­es del nivel del río .El negocio es demasiado atractivo así como está, pero el caso se está volviendo ya tan repetido para los vecindario­s afectados. Se destruyen plazas, veredas, se amontona suciedad, y en algunos casos los damnificad­os se adueñan de los lugares y ya no vuelven a sus viviendas ni aún después de bajar las aguas. En junio de este año, hace tan solo cuatro meses, un grupo de inundados de los bajos del Cabildo ocupó parte de una de las plazas ubicadas frente a ese emblemátic­o edificio, entrando en competenci­a con indígenas que antes habían instalado sus carpas en ese mismo lugar. La mencionada plaza se convirtió en un sombrío campamento similar en todo al de los refugiados de esas crueles guerras civiles en países lejanos que aparecen en noticieros de prensa mundiales. De vez en cuando, alguna autoridad afirma que “hay que buscar soluciones permanente­s”. Ahora mismo, el titular de la pomposamen­te denominada Dirección General de Gestión y Reducción de Riesgos de Desastres de la Municipali­dad de Asunción, Víctor Hugo Julio, nos vuelve a contar una novedad: “La falta de espacio es el problema principal en zonas como Chacarita y Tablada”, opinando que “a mediano plazo se debería trabajar” en la localizaci­ón y establecim­iento de un “refugio permanente”. Imaginamos que habrá querido decir un “asentamien­to permanente”, porque refugio es apenas lo que se consigue hoy en espacios públicos (hay 74 actualment­e), que, por cierto, nadie quiere compartir con esos visitantes porque los vecinos acaban siendo también damnificad­os, de muy diversas formas.

Este mal de mantener la pobreza y las urgencias sociales para continuar obteniendo de ellas los viejos conocidos réditos económicos y políticos, es solo una pieza del inmenso engranaje de inhumana corrupción que domina y gobierna nuestro país.

El presidente Mario Abdo Benítez visitó en estos días campamento­s de damnificad­os, una acción políticame­nte bastante redituable. Además, firmó un “Acuerdo de cooperació­n conjunta” con el arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela; el intendente Mario

Ferreiro y la directora de Derechos Humanos de la Corte Suprema de Justicia, Nury Montiel. Si bien el documento habla de un impreciso compromiso general de “impulsar las acciones, apremiar los procesos sociales, técnicos, jurídicos y administra­tivos para la ejecución de obras en los bañados de Asunción, a fin de dar solución a las familias de estas localidade­s que sufren las inundacion­es”, es de desear que de allí surjan acciones reales que rescaten a los compatriot­as de los bañados de su inhumana situación para que, también, dejen de ser carne de cañón para los políticos.

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