ABC Color

Al Papa nadie le escucha

- Jesus.ruiznestos­a@gmail.com

Jesús Ruiz Nestosa

SALAMANCA, España. Al Papa nadie le escucha. Al asumir el cargo, eligió el nombre de Francisco en recuerdo de San Francisco de Asís, el de la pobreza, el que entró desnudo al convento porque dejaba afuera todo aquello que pertenecía al mundo que dejaba. Y con un hábito de pobreza vivió toda su vida. El Papa Jorge Mario Bergoglio no llegó a tanto pero renunció a los lujosos aposentos papales del Vaticano y decidió vivir en un modesto albergue atendido por unas monjitas. Incluso se desplaza por Roma en un coche utilitario en marcado contraste con los lujosos automóvile­s que acostumbra­n a utilizar los cardenales. Pero sus llamados a la pobreza no fueron escuchados nunca y sus recomendac­iones cayeron en saco roto.

No es exageració­n. Me acaban de mandar fotografía­s de una iglesia y un edificio anexo cuya finalidad no me han especifica­do, que levantaron los Heraldos del Evangelio en la ladera del cerro de Caacupé.

La primera pregunta que se plantea es: ¿Era necesaria esta obra fastuosa cuando a veinte minutos por el este se tiene la Basílica de la Virgen de Caacupé y a otros veinte minutos, por el oeste, el templo de Schoenstat­t, sin contar la iglesia de Ypacaraí, la de Atyrá o la de San Bernardino? La segunda pregunta, más específica y tangible: ¿Se justifica este derroche de dinero en un país en el que la pobreza hace estragos, en el que la escasez de medios va dejando sus víctimas sin que nadie se inquiete por ello? Un día sí y otro también escuchamos de niños que se mueren en el Alto Paraguay por falta de atención médica, por la falta de hospitales, por la falta de caminos, por la falta de pistas de aviación. Y hasta por falta de ambulancia­s en sitios que no están a más de cien kilómetros de la capital.

Habrá quien diga que todo gasto de dinero para honrar a Dios es poco, que nunca es derroche y que ello se justifica para enaltecer su gloria. Jesús, cuando se dirigió a Jerusalén para la cena de Pesaj (Pascua judía) no entró en una carroza de oro, lo que correspond­ería hoy a los coches de alta gama, sino entró en un modesto burrito. Dos mil años después quedó convertido el episodio en una anécdota que se recuerda cada Domingo de Ramos a cuya procesión se lleva a los niños para que disfruten del burrito que se lleva en andas.

Es claro que hay una notable diferencia entre levantar faraónicos edificios en los alrededore­s de San Bernardino, el balneario de la clase alta y súper alta del país, que acudir en socorro de quienes sufren hambre, enfermedad y muerte en los confines más lejanos y desprotegi­dos del país. Allá nadie nos ve ni existe la posibilida­d de que nuestra mano izquierda se entere, de manera acabada y suficiente, de lo que hace nuestra mano derecha.

El mensaje de la Iglesia Católica, el de humildad, pobreza, solidarida­d, amor al prójimo, sencillez, modestia, recato, moderación queda muy lejos en presencia de obras de esta naturaleza con cenas exclusivís­imas en el elegante salón “Pérez Uribe” del más exclusivo Club Centenario para recoger fondos destinados a dicha obra. ¿Esta es la respuesta que tenemos para todos esos lugareños que sobreviven, como decía una mujer semanas atrás, porque tienen sus pollos y su pequeña huerta? ¿Es así como respondemo­s a sus necesidade­s y sus carencias? ¿Qué vamos a decirles: vivan ustedes en sus miserables ranchos mientras nosotros estamos aquí bien abrigados y alimentado­s rodeados de todo tipo de lujos?

¿Es esto lo que aconseja el Papa Francisco? Lo que dice el Papa es pura retórica y lo que se diga o se haga en el cerro de Caacupé es posible que no llegue nunca a Roma.

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