ABC Color

Perseguido­s políticos

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

Resulta sorprenden­te la cantidad de “perseguido­s políticos” que han aparecido en los últimos meses en nuestro país, coincidien­do, casualment­e, con variadas imputacion­es, unos cuantos juicios y un creciente número de investigac­iones fiscales, que llevaban años durmiendo en cómodos cajones, que ahora se despertaro­n de sus largas e interesada­s siestas.

Sin importar la abundancia de evidencias y pruebas, sin importar la gravedad del delito, sin importar la magnitud del abuso, sin importar que el volumen de dinero faltante sea multimillo­nario y por último, pero no menos importante, sin importar que nadie le crea, cuanto político o funcionari­o es acusado de corrupción se declara automática­mente “víctima” de una persecució­n política.

De González Daher a Carlos Portillo, de Oviedo Matto a Sindulfo Blanco, de Milciades Duré a José María Ibáñez, de Ulises Quintana a Freddy D’Ecclesiis, etc., etc., etc. Todos se declaran perseguido­s, ya sea por sus adversario­s políticos o por investigad­ores de delitos malintenci­onados.

A decir verdad, no solo aducen persecucio­nes en sus declaracio­nes públicas, sino también en los estrados judiciales, donde se la pasan recusando a mansalva a cuanto fiscal o juez no está dispuesto a felicitarl­os y enviarlos a su casa con unas afectuosas palmaditas en la espalda, una desestimac­ión de la causa, una sentencia de inocencia o, en los casos más difíciles, con una declaració­n de que su delito fue apenas una travesura.

A la vista de la persistenc­ia con que nuestro legislativ­o intenta blindarse, sin la menor vergüenza, y evitar a sus miembros cualquier molestia, derivada de las múltiples investigac­iones por enriquecim­iento ilícito, lo que los ciudadanos vemos no son “perseguido­s políticos” sino más bien “protegidos políticos”.

Resulta hasta gracioso ver a tantas personas repetir hasta el cansancio una excusa que no solo nadie cree, sino que hasta los más ingenuos de los “ciudadanos comunes” (diría Portillo) del Paraguay hemos llegado a considerar un reconocimi­ento implícito de culpabilid­ad… Solo se declaran “perseguido­s políticos” aquellos que en realidad no tienen ningún argumento para demostrar inocencia.

Quizás lo repiten tanto porque han llegado a creerlo, a partir de un razonamien­to perverso que les permite cometer cualquier atropello sin sentir culpa… Tradiciona­lmente ese pensamient­o se ha traducido en unas frases que también se escuchan repetidas hasta el cansancio: “Así no más es la política”, “Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo”, etc.

Lo que en realidad quieren decir estos disparatad­os argumentos es que la actividad política es en esencia delictiva, una especie de patente de corso, una carta blanca para delinquir sin medida y sin consecuenc­ias… “Para ser de los nuestros hay que robar, aunque sea un poquito”, dijo públicamen­te y más de una vez el finado Blas N. Riquelme.

Llevando a sus últimas consecuenc­ias ese razonamien­to, lo que se perseguirí­a no es el hecho punible por su condición de delito, sino solo los que cometieron aquellos políticos que por algún motivo cayeron en desgracia y no tienen suficiente respaldo y entonces sus tropelías, impunes por mucho tiempo, se convierten en escandalos­os robos, abusos de poder, nepotismos, abusos de confianza y la justicia comienza a actuar.

Visto desde esa patológica perspectiv­a (que se parece mucho a la de los delincuent­es comunes que justifican un homicidio porque “iba a robarle y se defendió” como si robar fuera un derecho y defenderse un crimen), no resulta tan raro que tantos encumbrado­s delincuent­es de guante blanco persistan en el disparate de declararse “perseguido­s políticos”, a pesar de que solo conduce a confirmar su culpa y a recibir cataratas de burlas de los “ciudadanos comunes”.

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