Akãpete permanente
En los caminos de Cisjordania hay muchos lugares que denominan “check points”, puntos de chequeo, que no son otra cosa que nuestras barreras de la Policía Nacional, la Patrulla Caminera y las policías municipales de tránsito, a las que a veces se suman las de Hacienda, las de Aduanas, tal vez SENAD y otras de cuánta repartición haya que pretenda recaudación y poder.
La diferencia entre las barreras de Cisjordania y las de Paraguay está en que para los palestinos constituyen el eje funcional de la ocupación militar israelí y a nosotros nos quieren hacer creer, los sinvergüenzas que las alientan, las ordenan y las implementan, que “así nomás tiene que ser” y que las barreras son normales.
Pero las barreras no son normales. Tienen como objetivo conceptual único, y como único efecto real, lo que se denomina el “control social”: Hacer notar y sentir a la víctima de la barrera que no es nadie, que sus derechos están sujetos a la voluntad del poder, que tiene que someterse para poder pasar.
Los israelíes lo admiten sin problema alguno y, por eso mismo, usan las barreras con restricción y generalmente solo en los casos en que la situación de seguridad exige demostrar a los palestinos que están sometidos a un poder superior.
Hay lugares permanentes, por supuesto, como el cruce de Qalandia, entre Ramallah y Jerusalén, o los que interrumpen el acceso a la mezquita de los profetas en el centro de Hebrón, que tienen el objeto de dejar en claro a los palestinos quién es el que manda. Pero, en general, los israelíes usan restringidamente las barreras, porque Israel sabe que imponer una barrera a la gente es un ejercicio del poder, un acto grave, una “capitis diminutio” para los sometidos, si lo quieren decir en latín; un violento akãpete, en paraguayo.
Esta es la razón verdadera, la razón técnica, por la que la Policía Nacional paraguaya, herencia del pasado autoritario y protectora del autoritarismo hoy ha mantenido contra viento y marea, y en contra de nuestra Constitución, el uso de barreras en nuestro país, sometiéndonos como el ejército israelí somete
a los palestinos, con la diferencia de que Israel y los palestinos tienen un conflicto entre ellos y, en cambio, la Policía Nacional paraguaya, que nos obliga a solventar económicamente sus abusos, debería estar para servirnos.
Nuestra Constitución recoge la larga tradición occidental contra el ejercicio del poder por parte del Estado contra su propia población, tradición sintetizada ya por John Locke y Thomas Jefferson y confirmada por los Artículos 12 y 17 de nuestra Carta Magna, que la Policía Nacional no ha cumplido un solo día desde el 22 de junio de 1992 con la complicidad de los perversos abogados que le sirven para este propósito y, por supuesto, de jueces y magistrados, nombrados por gente como Óscar González Daher, a los que no les interesa lo que diga nuestra Constitución.
Los israelíes, los palestinos, la gente que estudia las doctrinas de seguridad, todos, saben que las barreras se usan para menoscabar la dignidad de sus víctimas. Es un ejercicio puro y simple de control social. Ningún otro resultado avala su existencia. Solo en nuestro país se atreven los partidarios abiertos del autoritarismo a defender a capa y espada un procedimiento que en cualquier país verdaderamente democrático se consideraría una ofensa.