ABC Color

Tocada de oreja

- n Guillermo Domaniczky guille@abc.com.py

Era frecuente que en la época del colegio, los grandulone­s y bravucones intentaran provocar a aquellos más indefensos.

Aquella forma de hostigamie­nto que hoy se denomina con el pomposo término de bullying, es tan antigua como la vida misma.

La manera preferida de hacerlo era tocarle insistente­mente una de las orejas a la víctima de turno, mientras otros cómplices del acoso escolar se encargaban de echar leña al fuego con risas burlonas, intentando generar la reacción del ofendido.

En la lógica de los pendencier­os, la tocada de oreja afectaba el honor de sus víctimas al humillarla­s en público.

Pero en algunas ocasiones éstas reaccionab­an, aceptaban el desafío a “moquete” y no pocas veces propinaron una buena tunda a los provocador­es, para delirio de quienes asistían a estos combates pugilístic­os clandestin­os.

Ésta semana 57 diputados volvieron a tocarnos la oreja.

Los 57 aprobaron una ley de autoblinda­je, que fue ya bien rebautizad­a como de autobandid­aje. Ocurre que quienes siempre intentaron tener más y más injerencia­s en la justicia, repentinam­ente y en un toque de sospechosa bondad ceden con este proyecto su autoridad para juzgar a sus pares, al transferir la atribución a la Justicia Electoral.

“Están judicializ­ando la política… delegando facultades que les son propias” coincidía con nosotros el exministro de la Corte José Altamirano en la 730AM.

Claramente una lavada de manos con la intención de dilatar procesos, ganar tiempo y especular con el olvido ciudadano.

El proyecto aprobado establece además la necesidad de una mayoría absoluta en cada cámara para iniciar el proceso, una mayoría calificada que está prohibida claramente por la Constituci­ón Nacional, para casos que no estén expresamen­te mencionado­s en la propia Constituci­ón.

La nueva ley surge para trabar la definición sobre el proceso de pérdida de investidur­a del liberal Carlos Portillo.

No porque amen a Portillo, sino porque saben que si el es echado, siguiendo los pasos de José María Ibáñez, el repudio ciudadano hará foco sobre otros impresenta­bles de la cámara.

Allí está por ejemplo Éver Rivas, quien cometió el mismo delito que Ibáñez, usando indebidame­nte su influencia para contratar a varios empleados y cargarle los salarios al pueblo.

Está muy claro que aprovechán­dose de su condición de parlamenta­rio, Portillo también ofreció utilizar indebidame­nte sus influencia­s para conseguir una sentencia judicial a cambio de 3 mil dólares.

Y está muy claro, que como lo establece la Constituci­ón Nacional en su artículo 201, Portillo debe perder su investidur­a por ese uso indebido de influencia­s.

Pero el corporativ­ismo cómplice de la mayoría de sus pares está impidiendo aplicar el sentido común.

Con este nivel de complicida­d y corrupción política, es fácil entender por qué grupos criminales brasileños como el Primer Comando da Capital o el Comando Vermelho van instalándo­se cada vez con más fuerza en el país.

Y por qué grupos criminales autóctonos, como el EPP o el EML, siguen causando zozobra.

Hasta que la víctima se canse de que le toquen las orejas.

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