Abdo sobre el tejado de zinc caliente
Marcos Cáceres Amarilla
Se cumplen los primeros 100 días de la administración de Mario Abdo Benítez y la percepción inocultable es que es un Gobierno débil en términos políticos, lo cual no significa necesariamente que esté condenado ya al fracaso. Mucho dependerá de si se concentra en las disputas partidarias o si encara los problemas reales del país que asoman con la fuerza de las cosas que nunca se resuelven.
La percepción sobre su debilidad se debe, tal vez, a la comparación con el gobierno de Horacio Cartes, que mostró una actitud arrolladora desde el vamos, interviniendo en todo (Parlamento, Poder Judicial, etc), imponiendo, ordenando, comprando. Se sabe cómo le fue al cartismo con ese comportamiento, a mediano y largo plazo.
Más frágil que este gobierno era, por ejemplo, el de Fernando Lugo (2008-2012), que en principio contaba con gran respaldo ciudadano y despertaba muchas esperanzas, pero que terminó como terminó por sus debilidades políticas.
El Gobierno de Abdo no despertó ni despierta grandes expectativas, más allá de que algunos esperan que las cosas le salgan bien, por una cuestión de estabilidad para el país y otros que, por motivos de interés político-partidario, esperan su estruendoso fracaso.
De hecho, las promesas electorales del actual mandatario, consistentes sobre todo en devolver la institucionalidad y coloradizar la administración pública, no daban lugar a esperanzas de cambios radicales. Escarbando en el discurso de campaña de Abdo Benítez, se concluye que no prometió nada novedoso ni, mucho menos, revolucionario, sino hacer lo mismo con un rostro más amable que su antecesor y con más cargos en las instituciones públicas para sus correligionarios. Algo que más o menos está haciendo, privilegiando sobre todo a sus dirigentes más cercanos.
Su enfrentamiento con el cartismo, en la continuidad de un feroz internismo partidario, obliga a Abdo Benítez, por razones de estabilidad, a tener buenas relaciones con los sectores políticos de la oposición en general. Para suerte suya, esa oposición está muy desarticulada y dividida y no representa un riesgo serio como antagonista en este momento.
El hecho de que sea un gobierno débil hace que no despierte grandes pasiones, a excepción del cartismo que desde sus medios le lanza todo tipo de diatribas y malos presagios. No obstante, por su agresividad, rayan en lo grotesco y no tendrían mayor eficacia si no fuera porque el mandatario elige a menudo referirse a ellos y responderles.
La política de buena vecindad que lleva adelante Abdo con la oposición y el aislamiento, por ahora, del cartismo en el Congreso, le permitirá transitar relativamente tranquilo los próximos meses en el poder. La situación puede variar cuando comience la disputa en serio por el manejo del Partido Colorado, lo cual se dará mucho antes de las internas previstas recién para julio de 2020.
El partido es el ámbito en el que el cartismo aún conserva cierta influencia política y, por ese motivo, el expresidente comenzó a recorrer las bases, buscando reatar lazos con los leales y acercarse a los descontentos que siempre hay.
Otro tema es la gestión del actual Gobierno, cuyo norte sigue siendo una incógnita. Hasta ahora, todo indica que apunta al mantenimiento del statu quo, esperando que no haya sobresaltos.
Sin embargo, el Paraguay tiene grandes problemas sociales irresueltos, vinculados a la tenencia de la tierra y la expulsión de campesinos e indígenas, la pobreza creciente que se palpa en las mismas calles de Asunción, la pobre educación que reciben los jóvenes que les impide aspirar a trabajos bien remunerados, la mala atención en salud pública, la inseguridad creciente, por nombrar solamente algunas cosas que pueden patear el tablero y mandar al diablo cualquier cálculo sobre disputas y alianzas políticas circunstanciales.