ABC Color

La corrupción es la causa de la horrenda situación carcelaria.

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La sucesión constituci­onal de los Gobiernos no ha impedido que en la Penitencia­ría Nacional de Tacumbú se cometan horribles crímenes o se viole la dignidad humana, por acción u omisión de las autoridade­s y de los funcionari­os de turno. La rutinaria calamidad persiste porque el saturado presidio no es una isla que escape a la espantosa corrupción que azota al país desde hace largos años. Hace poco volvió a ser intervenid­a por 90 días, medida que en ocasiones anteriores nunca sirvió para poner fin a las iniquidade­s consuetudi­narias. Las dramáticas caracterís­ticas del penal de Tacumbú se repiten en las 18 cárceles del sistema penitencia­rio, que en marzo de este año contaba con 14.326 internos, siendo su capacidad de solo 9.511, según el último informe del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura. Esta inhumana realidad no ha impedido que algunas autoridade­s lucraran con el dinero destinado a la atención de los reclusos. Se debe poner fin a esta horrenda situación, y una de las formas más efectivas será que las autoridade­s corruptas de estas institucio­nes y sus cómplices pasen a formar parte de la población penal.

La sucesión constituci­onal de los Gobiernos no ha impedido que en la Penitencia­ría Nacional de Tacumbú se cometan horribles crímenes o se viole la dignidad humana, por acción u omisión de las autoridade­s y de los funcionari­os de turno. La rutinaria calamidad persiste porque el saturado presidio no es una isla que escape a la espantosa corrupción que azota al país desde hace largos años. Hace poco volvió a ser intervenid­o por 90 días, medida que en ocasiones anteriores nunca sirvió para poner fin a las iniquidade­s consuetudi­narias. La causa principal fue esta vez que su director Luis Villagra, hoy apartado del cargo, habría permitido el ingreso de chicas de entre 14 y 17 años con “supuestos fines de explotació­n sexual”; la secundaria, que la sala de odontologí­a estaba de hecho a cargo de un homicida, que la había convertido en gimnasio

y local de bailes.

La primera aberración recuerda que el exdirector Julio

Acevedo fue condenado en 2014 por el delito de “omisión de evitar un resultado”, es decir que cuatro años antes un par de reclusos abusó sexualment­e de varias menores tras chantajear­las desde el penal. La segunda irregulari­dad tiene que ver con que hay presidiari­os vip, que gozan de irritantes privilegio­s a cambio de dinero, mientras la gran mayoría de los otros 3.500 deben sobrevivir en condicione­s miserables, hacinados en unas instalacio­nes que solo pueden albergar a unos 1.600. Y conste que el art. 7° del Código de Ejecución Penal dispone que en las cárceles “prevalecer­á el respeto a la dignidad humana, a las garantías constituci­onales y a los derechos humanos” ,en tanto que el 8° prohíbe toda forma de “discrimina­ción por razones de sexo, raza, nacionalid­ad, lengua, condición social o filiación política del prevenido o condenado”.

El del narcotrafi­cante Jarvis Chimenes Pavão, que durante años dispuso de una “celda” a todo lujo, entre otras cosas porque pagó mejoras en la oficina del exdirector Luis

Barreto, fue un caso extremo de los beneficios que se pueden lograr en la mayor prisión del país mediante el dinero sucio. Entre ellos figuran, aparte de ciertas comodidade­s y del acceso a prostituta­s, el consumo de alcohol y drogas ilícitas, así como la posesión de teléfonos móviles desde los que se pueden seguir cometiendo delitos a distancia. Los privilegio­s valen también, desde luego, para otras instalacio­nes. Habrá sido justamente por eso que el narcotrafi­cante Marcelo Pinheiro (“Piloto”) asesinó en el cuartel de la Agrupación Especializ­ada de la Policía Nacional a una joven visitante, ya que prefería cumplir condena en el Paraguay, quizá una de veinticinc­o años de reclusión, antes que ser extraditad­o al Brasil. Con tal motivo, se dictaron nuevas reglas para los recluidos en ese cuartel, que no integra el sistema penitencia­rio ,yenelque se acaban de requisar en diversas “celdas” televisore­s plasma, heladeras y muebles finos, entre otras cosas. Allí también, entonces, había presos vip. Y conste que no revisaron la celda de los González Daher.

Las dramáticas caracterís­ticas del penal de Tacumbú se repiten en las 18 cárceles del sistema penitencia­rio, que en

marzo de este año contaba con 14.326 internos, siendo su capacidad de solo 9.511. Así se lee en el último informe del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, que califica la situación de “crítica”, tanto por la insuficien­te infraestru­ctura como por la violencia que sufren los reclusos. El 77% de la población carcelaria solo está en prisión preventiva, compartien­do el mismo espacio con los condenados, pese a que el art. 21 de la Constituci­ón dice que “la reclusión de personas detenidas se hará en lugares diferentes a los destinados para las que purguen condena”.

Por tal motivo, el diputado liberal llanista Édgar Ortiz presentó un proyecto de ley que modifica la Ley N° 210/70, ignorando que ella ya fue derogada en 2014 por el Código arriba citado, cuyo art. 5° dice: “Las medidas cautelares de carácter personal se cumplirán en establecim­ientos especiales y diferentes a los destinados para los condenados. Si ello no fuere posible, se habilitará­n en los establecim­ientos existentes los lugares que sean necesarios para separar a los prevenidos y los condenados. Se aplicará un régimen diferente entre unos y otros, teniendo presente en todo momento el estado de presunción de inocencia de quien carece de condena. En ningún caso, compartirá­n alojamient­o prevenidos y condenados”. Es de agradecer la buena intención del legislador, pero se le agradecerí­a aún más que estuviera al tanto de la legislació­n vigente. Lo que pasa es que se la ignora porque los Poderes Ejecutivo y Legislativ­o tienen otras prioridade­s. Se alega que no hay presupuest­o para mantenerlo­s separados ni para impedir que tantos presos deban dormir en los pasillos por falta de espacio.

Bajo el Gobierno anterior, la exministra de Justicia

Sheila Abed afirmó que el sistema penitencia­rio era un “polvorín” y que se precisaban 60 millones de dólares para reducir el hacinamien­to. Su reemplazan­te, Carla Bacigalupo, elevó la suma a 155 millones de dólares y anunció la construcci­ón de prisiones en Ciudad del Este, Villa Hayes y Emboscada. Poco o nada se ha hecho en tal sentido.

Esta inhumana situación no ha impedido que algunas autoridade­s lucraran con el dinero destinado a la atención de los internos. En 2013, el exministro de Justicia y Trabajo

Silvio Ferreira fue condenado a cinco años y medio de cárcel por sobrefactu­ración de carne y otros delitos. Ejerciendo la misma cartera, entre 2003 y 2006, el actual

senador colorado Juan Darío Monges habría proveído carne a las penitencia­rías a través de un testaferro, según publicacio­nes de la época. Es decir, en el sistema penitencia­rio, donde imperan tanto la ley del más fuerte como la del más platudo, no solo se cometen vejámenes, se roba, se mata, se soborna o se practica la prostituci­ón, sino que también se priva de comida a los reclusos mediante corruptela­s administra­tivas. Se debe poner fin a esta horrenda situación, y una de las formas más efectivas será que las autoridade­s corruptas de esas institucio­nes y sus cómplices pasen a formar parte de la población penal.

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