ABC Color

Que el perro hable

- Jesus.ruiznestos­a@gmail.com

Jesús Ruiz Nestosa

SALAMANCA. En un cuento oriental, de los tiempos de “Las mil y una noche” se cuenta la historia de un hombre que es condenado a muerte por haber robado un caballo. El condenado pide clemencia y le ruega al sultán que le dé un año de vida y que lo utilizará en enseñarle a hablar a su perro. Si logra que el animal hable, saldrá en libertad limpio de polvo y paja. El sultán lo piensa y acepta. Cuando regresa el condenado a su celda, su compañero de encierro le dice que está loco. Que es imposible que le enseñe a hablar a un perro y, por lo tanto, tarde o temprano le cortarán la cabeza. Y el condenado le responde: “No se puede asegurar tal cosa. En un año, puede ser que el sultán se olvide de mí y salga de aquí con vida. También está la posibilida­d que en este tiempo el sultán se muera y nadie se acuerde de mi condena... O puede ser que el perro hable”.

Pura sabiduría oriental que sirve para el resto del mundo. Viendo cómo van las cosas, no sería muy atrevido asegurar que una buena parte de nuestra clase política corrupta está especuland­o con que el “perro hable”. Las artimañas que están utilizando para entorpecer la justicia son dignas de un estudio en profundida­d de cómo funcionan y de los alcances que tienen. Pero dentro del entusiasmo que nos anima a muchos el ver que los corruptos comienzan a entrar en la cárcel, nos estamos olvidando que dichas artimañas, es decir, tales chicanas, funcionan no solo porque los condenados en complicida­d con sus abogados las exponen como si fueran complicada­s jugadas de ajedrez, sino porque también hay una justicia corrupta que las avala. Ni qué decir de muchos abogados. Hay que reconocer que todo encausado tiene el derecho de contar con el debido apoyo de un abogado. Pero hay algunos que actúan no solo como sus defensores legales, sino como verdaderos cómplices de sus tropelías.

La jugada que ha hecho González Daher en los últimos días, para apartar al fiscal que venía investigan­do su movimiento financiero, no deja de ser lamentable­mente brillante: elegir una abogada emparentad­a muy de cerca con el fiscal que de este modo se vio obligado a apartarse del caso. Es legal que la abogada haya aceptado el trabajo. Pero me pregunto si sabiendo las consecuenc­ias que iba a tener, si tal aceptación es moralmente aceptable. No. No es suficiente con llevar a los corruptos ante la justicia. Es necesario también llevar a la justicia ante la Justicia para lograr que ella funcione como debe ser.

A nivel muy diferente están los legislador­es (iba a escribir “señores legislador­es” y luego me arrepentí pues no sé si son hábiles de ese título) que están urdiendo un complicadí­simo entramado para cubrirse las espaldas y ponerse fuera del alcance de la mano de la justicia. Las idas y venidas, las marchas y contramarc­has que están dando en el estudio y aprobación de la famosa “ley de autoblinda­je” no es otra cosa que dilatar el tiempo con la esperanza de que “el perro hable”. Lo que están logrando es ofrecer a la ciudadanía un espectácul­o realmente bochornoso: los encargados de redactar las leyes que ayuden al manejo de una nación, están empeñados en hacer una que logre ponerlos a ellos fuera de todo intento de poner en práctica la justicia. Se cumple así lo afirmado por George Orwell en su famosa “Rebelión en la Granja”: “Todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que los otros”.

No conozco lo suficiente­mente bien la historia de nuestro país para afirmar que nunca, a lo largo de 207 años de vida independie­nte, se ha vivido una etapa de tanta inmundicia, de tan descarada corrupción, en la que tanto políticos, como sus hijos y esposas se pasean por el mundo con ropa de marca y, para que estemos seguros de lo caras que son, llevan colgando la etiqueta con el precio correspond­iente. Ya pesar de toda esta desfachate­z, siguen haciendo lo imposible para lograr que el perro hable.

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