¿Cuáles 100 días?
Con todos mis respetos para los que intentan cumplir con la tradicional evaluación de la línea y actitud de un nuevo gobierno cuando se cumplen los primeros cien días de mandato, no me parece que en las condiciones actuales tenga mucho sentido.
Esa saludable costumbre da por supuesto que se cumple con otra tradición también muy positiva del espíritu democrático: que el gobierno entrante cuenta con una tolerancia de cien días, por parte de las demás fuerzas políticas, para darle tiempo a tomar las riendas del Estado y hacerse con el control de la administración.
Es bastante obvio que la administración de Mario Abdo no ha contado con cien días de tolerancia. Por el contrario, padeció furiosa oposición, desde antes de que el gobierno asumiera, desde el propio partido colorado. Todos recordamos que ni siquiera había asumido y ya se escuchaban voces desde las filas del cartismo que anunciaban un gobierno débil que no lo terminaría su mandato, lo que ocasionó que yo escribiera un artículo titulado “Más de cien días de intolerancia”, a los que ahora habría que sumar otros cíen.
Ni soy colorado, ni adherente de Mario Abdo Benítez; pero estamos hablando de un gobernante legítimo, candidato de la mayoría de los colorados y elegido por la mayoría de los paraguayos, no de alguien empeñado en gobernar desde las sombras, manejando el país como titiritero.
Cualquier gobierno legal debe tener, por el bien del país, la oportunidad de hacerse cargo con tranquilidad de la administración y formular las bases de sus futuras políticas; los grupos políticos que lo impiden solo demuestran poco espíritu democrático, falta de grandeza y desinterés por el bienestar de la ciudadanía.
Sin embargo, quizás porque la tendencia autoritaria, la mezquindad y el desprecio de la ciudadanía son excesivamente frecuentes en nuestra clase política, esa desquiciada situación de padecer una oposición frontal mucho antes de estar gobernando no es nueva en nuestro país. Aunque en escala considerablemente menor, le ocurrió a Lugo y también al propio Horacio Cartes, que tuvo a un amplio y ruidoso sector de su propio partido agresivamente quejoso de que su gabinete no era “lo suficientemente colorado”.
Por supuesto, se pueden y se deben analizar los aciertos y errores del gobierno actual, pero no es razonable hacerlo desde la perspectiva y los criterios que, en condiciones normales, se adoptan al traspasar los cien días de mandato, porque no ha tenido ni un día de tolerancia, ni un minuto de calma, ni un segundo de paz política.
Honor Colorado, por ejemplo, cuando se cumplían los cien días, realizó un acto con todas las características de una asamblea opositora, que es en verdad lo que ha sido durante los más de doscientos días transcurridos desde los comicios y, aunque se pueden hacer muchas críticas al gobierno actual, las que allí se escucharon no era racionales, sino estrictamente políticas y de una insoportable pichadura y mala educación.
Francamente no sé si yo me atrevería, como Santiago Peña, a hablar de la herencia de la obra pública del gobierno de Cartes en medio del escándalo del metrobús o si una reunión sectorial es el lugar adecuado para que la intendente de Ciudad del Este anuncie su renuncia y, desde luego, francamente Horacio Cartes no es la persona más adecuada para rasgarse las vestiduras por el incumplimiento de promesas ya sean electorales o no.
Lo que ha ocurrido durante estos cien días y parece que seguirá ocurriendo en el Paraguay real, donde vivimos los “ciudadanos comunes”, es que es difícil aquilatar los aciertos y errores del gobierno actual y casi imposible detectar qué políticas se propone poner en marcha, porque lleva cien días apagando incendios y con demasiadas fuerzas dispuestas a echar más leña al fuego.
Y ciertamente no es que haya pocos incendios verdaderos que apagar en nuestro país: la salud pública en colapso, la educación es zona de catástrofe, el crimen organizado campando por sus respetos, las obras públicas, cuando no desastrosas o inconclusas, bajo sospecha por su baja calidad y alto costo, etc., etc.… Todo ello es el costo de la corrupción que, durante el gobierno Cartes, no solo no disminuyó, sino que aumentó.