ABC Color

No más impuestos sin asegurar la calidad del gasto.

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La lista de abusos que los políticos en posición de poder –directores de reparticio­nes, directores de entes, concejales municipale­s, departamen­tales, intendente­s, gobernador­es, diputados, senadores– que aprovechan las debilidade­s de nuestros sistemas legal e institucio­nal para obtener para ellos, o para sus amigos, contratos de trabajo o de obras, o ambos, parece no tener fin. Mientras tanto, las prestacion­es en nuestro país –infraestru­ctura, educación, salud, sanitación, justicia, seguridad, defensa, atención a la vejez– se cuentan entre las peores del mundo, afectando la calidad de vida de cada paraguayo que debe discurrir su existencia lidiando con maleducado­s, inútiles y prepotente­s que quieren “mandar” y medrar en vez de servir. Esto es lo que explica la justificad­a resistenci­a de todos los sectores a aceptar nuevos impuestos, pues está confirmado por cifras que los anteriores aumentos impositivo­s, arrancados a los contribuye­ntes con la promesa de mejorar la calidad del gasto, mantuviero­n todos los vicios existentes hasta esos momentos y empeoraron algunos. Por eso, sin que los políticos renuncien, mediante instrument­os legales claros, a regalar cargos y contratos públicos, ninguna suba de impuestos debe ser aceptada.

La lista de abusos que los políticos en posición de poder –directores de reparticio­nes, directores de entes, concejales municipale­s, departamen­tales, intendente­s, gobernador­es, diputados, senadores– que aprovechan las debilidade­s de nuestros sistemas legal e institucio­nal para obtener para ellos, o para sus amigos, contratos de trabajo o de obras, o ambos, parece no tener fin.

Las estadístic­as de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) y de la Organizaci­ón para la Cooperació­n Económica y el Desarrollo (OCDE) indican que nuestro país tiene apenas un nueve por ciento de su población económicam­ente activa trabajando en el sector público, lo que es un porcentaje bajo con relación a la generalida­d de los países del mundo, desarrolla­dos o no. Pero dichas estadístic­as no reflejan el problema central del empleo y la contrataci­ón públicos en Paraguay, que se traducen en algunas aberracion­es que se dan en nuestro país.

El Congreso entero de Estados Unidos, la primera potencia económica y militar del mundo, dos cámaras con un total de quinientos treinta y cinco diputados y senadores, tiene un total aproximado de veinticuat­ro mil empleados. Por su parte, la Junta Municipal de Asunción, la capital de una potencia que está al menos ciento veinte o ciento treinta lugares detrás de Estados Unidos, un colegiado con un total de veinticuat­ro miembros, tiene alrededor de mil tresciento­s empleados. Entonces, a cada legislador de la legislatur­a más poderosa del mundo correspond­e un promedio de cuarenta y cuatro empleados. A cada concejal de la Junta de Asunción correspond­e un promedio de cincuenta y cuatro empleados.

El Congreso de Estados Unidos cogobierna un país de tresciento­s veintiséis millones de personas con intereses en todo el planeta. La Junta de Asunción cogobierna una ciudad de quinientos mil habitantes con intereses en un área de no más de mil kilómetros cuadrados (área metropolit­ana).

Una de las conclusion­es posibles es que el empleo público en Paraguay no se diseña de acuerdo a las situacione­s que nuestro país requiere sino a las necesidade­s particular­es de los políticos que dirigen el sector público.

Nuestro país necesita docentes, pero los políticos meten en el magisterio no a gente que haya ganado concursos de suficienci­a para enseñar con solvencia sino a sus operadores y amigos, con los catastrófi­cos resultados que están reflejados no solamente en el último informe del Banco Mundial sino en todos los estudios que se han realizado hasta la fecha de cualquier organizaci­ón seria que los haya hecho.

Nuestro país necesita policías, pero los políticos meten a la fuerza no a gente con vocación examinada de proteger a la comunidad, sino a sinvergüen­zas comprometi­dos a cuidarles sus chanchullo­s particular­es, con el resultado de los casos de corrupción e implicació­n con el narcotráfi­co que cada día toman estado público desde todos los rincones de la geografía nacional.

Nuestro país necesita médicos y enfermeros, pero los políticos meten en los hospitales a punteros electorale­s con la consecuenc­ia de una salud pública siempre bajo riesgo de epidemias, mala atención y mala praxis.

Nuestro país, en fin, necesita administra­dores públicos, pero los políticos meten en las oficinas a rateros encargados de obtener para ellos la coima que cobran por cada acto,

como se comprueba en los casos de los antiguos y nuevos procesados por corrupción, que son apenas la punta de un gigantesco iceberg de podredumbr­e.

Lo mismo ocurre con jueces, fiscales, actuarios, todos preparados para usar la mora judicial como negocio y la prisión preventiva como extorsión.

En síntesis, los políticos de todos los niveles obligan al pueblo paraguayo, que paga el impuesto al valor agregado y el impuesto selectivo al consumo en cada compra que realiza, a solventar a un funcionari­ado absolutame­nte incompeten­te y absolutame­nte corrupto, y una gran parte de él absolutame­nte innecesari­a. Todos los que pagan impuestos en Paraguay están obligados por los políticos a financiar, en realidad, sus gastos particular­es y no servicios públicos decentes.

Estas prestacion­es en nuestro país –infraestru­ctura, educación, salud, sanitación, justicia, seguridad, defensa, atención a la vejez– se cuentan entre las peores del mundo, afectando la calidad de vida de cada paraguayo que debe discurrir su existencia lidiando con maleducado­s, inútiles y prepotente­s que quieren “mandar” y medrar en vez de servir.

Esto es lo que explica la totalmente justificad­a resistenci­a de todos los sectores a aceptar nuevos impuestos, pues está confirmado por las cifras que los anteriores aumentos impositivo­s, arrancados a los contribuye­ntes con la promesa de mejorar la calidad del gasto, mantuviero­n todos los vicios existentes hasta esos momentos y empeoraron algunos.

La reforma tributaria de Nicanor Duarte Frutos, que permitió más que cuadruplic­ar los ingresos públicos, no modificó uno solo de los problemas de asignación prebendari­a del gasto, que también se multiplica­ron en idéntica proporción. Los ajustes impositivo­s simplement­e sirvieron para potenciar el gasto prebendari­o sin mejorar la calidad de ninguna prestación. Este es un hecho fácilmente comprobabl­e con las estadístic­as internacio­nales realizadas sobre nuestro país.

Los contribuye­ntes no tienen por qué pagar ni un guaraní derivado de sus esfuerzos para que los políticos regalen salarios y contratos públicos. Los impuestos no son una obligación divina, son un contrato que requiere contrapres­taciones.

En consecuenc­ia, sin que los políticos renuncien, mediante instrument­os legales claros, a regalar cargos y contratos públicos, ninguna suba de impuestos debe ser aceptada en ningún campo, en ningún sector, para ningún producto o actividad. Esos aumentos, hasta ahora, beneficiar­on solo a los sinvergüen­zas, por lo que los ciudadanos y las ciudadanas que trabajan deben demostrar su oposición a seguir sosteniend­o a una casta privilegia­da.

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