ABC Color

Brasil: de imperio a imperio

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Américo Martín (*)

Adónde vaya Brasil, irá Latinoamér­ica.

Richard Nixon La independen­cia de EE.UU. no se propuso alcanzar la libertad, que ya tenía. Las colonias fundaron institucio­nes electivas estando aún bajo el dominio colonial. Fueron a la guerra de independen­cia en protesta contra el monopolio comercial, las leyes de navegación y la imposición sin su participac­ión, dictada por el Parlamento británico. “No tax without representa­tion”, fue la consigna detonante. Nada pomposo, nada espectacul­ar, y sin embargo muy inteligent­e. Fue un ejercicio de maestría política. Las consignas amplias movilizan más que la retórica de la amenaza estridente, solo útil para el desahogo rabioso.

Lo cierto es que las institucio­nes democrátic­as, la libertad de expresión y la participac­ión de los ciudadanos en las grandes decisiones, le asegurarán a EE.UU. los niveles de desarrollo, la libertad económica y la prosperida­d.

Como en casi todos los países americanos, en EE.UU. la Independen­cia adoptó la forma republican­o-democrátic­a. Hubo dos excepcione­s: México, con el imperio de Agustín Iturbide, que apenas duró un año (1922-23) y el mucho más trascenden­te imperio brasileño del monarca Pedro I. Lo de Iturbide fue más bien un chiste. Contó con la tolerancia de la propia España, y cuando “Agustín I” pretendió consolidar su imperio de pacotilla atentando contra el Congreso, ardió Troya. El legendario y pintoresco Santa Anna se le alzó en Veracruz, y hasta ahí llegó el hombre.

Brasil tiene historia y raíces. La independen­cia transcurri­ó en lo fundamenta­l en forma pacífica y, a diferencia de la América hispana, pero a semejanza de EE.UU., el imperio conservó sus enormes dimensione­s territoria­les debido al fuerte liderazgo del emperador Pedro I y luego de su sucesor Pedro II. Tenían ambos sensibilid­ad liberal, que habrán cultivado por influencia masónica en aquel tiempo enfilada contra el absolutism­o real.

Una vez le pregunté a un amigo masón especialme­nte culto, si Miranda había adherido por convicción a la masonería o lo hizo para aprovechar sus redes y la influencia intelectua­l de las logias en mentes esclarecid­as de la época. Me reconoció que un político tan brillante como el Precursor, consagrado a la libertad y la emancipaci­ón, debió ser más interesado que sincero. “Sinceramen­te interesado”, pensé.

La paradoja del caso es que el mariscal Diodoro da Fonseca y el almirante Florenxio Peixoto se alzaron en nombre de la República contra el imperio de Pedro II, respetuoso y admirador del Parlamento como no lo fueron los que lo derrocaron. Impusieron éstos una dictadura militar republican­a contra un imperio liberal. Por eso más vale casarse con el hacer que con el prometer.

Es importante recordarlo en la víspera de la investidur­a de Jair Bolsonaro, cuyo vocabulari­o pespuntead­o de racismo, homofobia y misoginia levanta justificad­a alarma. ¡Que la realidad predomine sobre las sonoridade­s expresivas! La República Federativa está destinada a ser imperio en el mejor sentido de la palabra. Es ya la séptima economía planetaria, superando tradiciona­les países industrial­es y acercándos­e al Reino Unido. Según la AIE, para 2035 triplicará su producción petrolera que no obstante descenderá en su matriz energética debido al avance de las energías renovables. Un crecimient­o diversific­ado, renovable, limpio. ¿Dilapidará Bolsonaro semejante tesoro solo por saciar pulsiones hostiles? Para que se cumpla el vaticinio del epígrafe, Bolsonaro debería acompasar su estilo con el ímpetu de su gran país.

Tras el éxito de las negociacio­nes EE.UU.-China, Mao Zedong, con la licencia que se toman ancianos y tiranos, cumpliment­ó a Nixon:

–Con la derecha me entiendo mejor que con la izquierda.

Watergate arruinó sus merecidos logros. [©FIRMAS PRESS] *@AmericoMar­tin

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