Los emigrantes y la ley del embudo
Rolando Niella
La irónica y enojada columna que publicó Luis Bareiro el pasado domingo sobre el Pacto Mundial Migratorio promovido por las Naciones Unidas puso en evidencia la contradicción esencial de un debate que en mi opinión es desproporcionado y lleno de argumentaciones falaces.
Las crisis migratorias se han convertido en un problema global y probablemente el mayor desafío humanitario que enfrentamos en el siglo XXI no solo un país, no solo una región, sino todo el mundo y es lógico que los organismos multilaterales tomen cartas en el asunto, ante la escala mundial del desafío.
Puedo entender el rechazo de los Estados Unidos de Donald Trump y la reticencia de algunos países europeos a ese Pacto Migratorio, aunque no justifique ni su inhumanidad y su racismo, porque tienen cientos de miles de emigrantes ya instalados en su país y otros tantos ansiosos de cruzar las fronteras, ya sea para huir de la guerra, de las dictaduras, del hambre o simplemente en busca de un mejor futuro.
No hace ni seis meses que los paraguayos poníamos el grito en el cielo porque el gobierno argentino limitó (ojo, ni siquiera anuló, solo limitó) la atención médica de la salud pública a personas de otras nacionalidades y, por supuesto, que a lo largo de toda nuestra frontera los paraguayos de escasos recursos buscan en Argentina la atención que aquí no les brindamos. Ni hablemos de lo que gritaremos si Bolsonaro termina por construir, en nuestra frontera, el muro del que habló en su campaña electoral.
Me enviaron un meme en el que un perrito con cara furiosa dice “fuera extranjeros de mi país” y a continuación con cara de amoroso embeleso manda saludos a su madre que vive en España.
A veces el humor es la respuesta más seria a una polémica en la que no hay argumentos, sino justificaciones. Somos un país de emigrantes.
Casi una cuarta parte de los paraguayos han emigrado. Todos tenemos parientes, vecinos, amigos o antiguos compañeros de trabajo en España, en Argentina, en Brasil, en Estados Unidos y, por supuesto, queremos que los traten bien, pero desatamos nuestra furia contra unos inmigrantes que ni siquiera tenemos en cantidad significativa.
Eso es lo que en mis tiempos se llamaba “la ley del embudo”: la parte ancha para nosotros, la estrecha para los demás, una de las formas más desagradables de egoísmo y discriminación que puede desarrollar una comunidad humana.
Por otra parte, ¿qué es ese disparate de que por firmar un acuerdo con Naciones Unidas se renuncia a la soberanía? ¿Renunciamos acaso a la soberanía por suscribir la Declaración de Derechos Humanos? Lo que se hace en realidad es asumir la necesidad, creada por la globalización, de participar y contribuir a que se lleven adelante políticas mundiales consensuadas para los grandes problemas comunes.
Paraguay tiene un serio problema migratorio, pero no son los extranjeros que vienen, sino los paraguayos que se van. Una política mundial consensuada para que en los países de acogida no maltraten, no discriminen y no abusen de los emigrantes es lo que necesitan los más de dos millones de nuestros compatriotas emigrantes y no andar defendiendo neciamente la ley del embudo.