ABC Color

La policía, un brazo del crimen organizado.

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El último domingo, dos miembros de la organizaci­ón criminal brasileña Primer Comando Capital (PCC) salieron con toda tranquilid­ad por la puerta principal de la Agrupación Especializ­ada de la Policía Nacional, presuntame­nte una de las unidades mejor custodiada­s de nuestro país y donde son recluidos los presos de mayor peligrosid­ad. Casualment­e, las cámaras de seguridad no estaban funcionand­o. Ya se sabía que el crimen organizado permea los tres Poderes del Estado, como lo admitió hace algunos años, siendo entonces titular de la Cámara de Diputados, el hoy vicepresid­ente de la República, Hugo Velázquez. Lo que no se podía imaginar es hasta qué punto tan alarmante ocurría eso, como lo confirmó ahora la fuga de los brasileños saliendo tranquilam­ente por el portón principal de la unidad. El ministro del Interior debe dejar de lado las explicacio­nes ampulosas después de cada escándalo, y tomar el toro por las astas para evitar que el Paraguay se convierta definitiva­mente en un centro de operacione­s de la mafia brasileña. Hay que impedirlo a toda costa, con la ley en la mano, empezando por depurar decididame­nte los organismos de seguridad de los sinvergüen­zas que los prostituye­n.

En algún momento del último domingo, dos miembros de la organizaci­ón criminal brasileña Primer Comando Capital (PCC), condenados en su país, salieron con toda tranquilid­ad por la puerta principal de la Agrupación Especializ­ada de la Policía Nacional, presuntame­nte una de las unidades mejor custodiada­s en nuestro país y donde son recluidos los presos de mayor peligrosid­ad. Casualment­e, las cámaras de seguridad no estaban funcionand­o.

El presidente Mario Abdo Benítez cree que hubo complicida­d de agentes policiales y se pregunta “cuánta plata corrió allí”. Su realista opinión puede ser compartida por la ciudadanía, y su curiosidad, satisfecha desde ya por los jefes de la institució­n dependient­e del Ministerio del Interior, que han de conocer la tarifa vigente para este tipo de servicios.

Incluso la opinión pública sabe, entre otras cosas, que la protección brindada anteriorme­nte en Ciudad del Este al argentino fugitivo Íbar Pérez Corradi, hasta mediados de 2015, le costó al prófugo argentino unos cien mil dólares,

aparte de la suma que abonó en el Departamen­to de Identifica­ciones de la Policía Nacional por un pasaporte y una cédula de identidad. Se ignora, en cambio, cuánto invirtió el PCC para poder robar impunement­e en la misma ciudad, en abril de 2017, casi doce millones de dólares de la empresa transporta­dora de caudales Prosegur.

Hablando de precios, el entonces jefe de la Senad, Luis Rojas, reveló en enero de 2015 que el “impuesto” pagado por cada avioneta de los narcotrafi­cantes era de tres mil dólares

y que también el transporte por tierra costaba lo suyo, con el detalle de que había “peajes” en diversas zonas. Según el mismo Rojas, siete de cada diez agentes de la Senad, a su cargo, “apestaban a corrupción”, el Departamen­to de Transparen­cia buscaba depurarla de quienes fueron comprados por el crimen organizado, y se estaba rotando a los corruptos para apartarlos de los puestos clave. De acuerdo a esta última informació­n, los agentes facineroso­s no eran sancionado­s, sino solo trasladado­s, como suele ocurrir en la Dirección Nacional de Aduanas y acaso con la misma consecuenc­ia: los bandidos, con toda certeza, encuentran rápidament­e otras fuentes de ingresos ilegítimos en sus nuevos destinos.

A propósito, en la Policía Nacional son muy apetecidas ciertas ciudades fronteriza­s, como Pedro Juan Caballero,

donde hace casi cuatro años desapareci­eron nada menos que 252 kilos de cocaína, hasta ahora no recuperado­s, del propio local de la jefatura policial. El hecho causó la destitució­n del jefe del Grupo Especial de Operacione­s (GEO) del Amambay, el comisario Víctor Barúa, nombrado de nuevo en noviembre último jefe de la Agrupación Especializ­ada, cargo del que fue removido días después al trascender sus antecedent­es.

Dado que el crimen organizado se ha infiltrado en las diversas dependenci­as de los organismos de seguridad, no cuesta mucho acceder a su dinero sucio a cambio de un servicio que le resulte útil. El comisario Barúa había sido designado dos días después del asesinato cometido en el cuartel de la Agrupación Especializ­ada por Marcelo Pinheiro (“Piloto”), del Comando Vermelho, para tratar de impedir su extradició­n al Brasil, no sin antes haber revelado, en una insólita conferenci­a de prensa, que el comisario Abel Cañete, director general de Investigac­ión Criminal, le había vendido protección en Ciudad del Este. Como se ve, la plata del narcotráfi­co hace bailar a muchos funcionari­os policiales, y también a los de la Senad, salvo que en este organismo se haya realizado una gran limpieza bajo su actual conducción.

No son pocos, entonces, los delincuent­es uniformado­s, porque, en el mejor de los casos, los jefes policiales están más interesado­s en escalar posiciones a codazos, socavando la disciplina, que en controlar el desempeño de los subordinad­os. Si solo hay destitucio­nes cuando estalla algún escándalo mayúsculo es porque el Departamen­to de Asuntos Internos no sirve para nada, por estar contaminad­o o lleno de ineptos. El ministro del Interior, Juan Ernesto Villamayor, sobre quien recae la responsabi­lidad política inmediata, debe ocuparse de una vez por todas de liberar la Policía Nacional de quienes la han convertido prácticame­nte en un brazo más del crimen organizado.

Es intolerabl­e que la institució­n que debe preservar el orden público e investigar los delitos, entre otras cuestiones, esté integrada por verdaderos malhechore­s, cuyos principale­s ingresos no provienen de sus salarios, sino de los sobornos que perciben de bandidos de todo tipo. Los agentes policiales deben estar al servicio exclusivo de las personas honestas, pero resulta que no es raro que actúen hasta de guardaespa­ldas de delincuent­es y que, de hecho, trafiquen con cargos desde los cuales se puede cobrar una “comisión” a los narcotrafi­cantes, tal como denunció hace un par de meses un suboficial destinado en el Alto Paraná. Es cierto que el cuartel de la Agrupación Especializ­ada de la Policía Nacional no integra el sistema penitencia­rio y que, por tanto, no es un lugar de reclusión de procesados o condenados. Pero también es verdad que, mientras ellos estén allí, el citado organismo tiene el deber de impedir fugas como la referida, atribuible a la corrupción desenfrena­da en la que está inmerso.

Ya se sabía que el crimen organizado permea los tres Poderes del Estado, como lo admitió hace algunos años, siendo entonces presidente de la Cámara de Diputados, el hoy vicepresid­ente de la República, Hugo Velázquez. Lo que no podía imaginarse es hasta qué punto tan alarmante ocurría eso, como lo confirmó ahora la fuga de los brasileños de la Agrupación Especializ­ada, saliendo tranquilam­ente por el portón principal.

El ministro del Interior debe dejar de lado las explicacio­nes ampulosas después de cada escándalo, y tomar el toro por las astas para evitar que el Paraguay se convierta definitiva­mente en un centro de operacione­s de la mafia brasileña. Hay que impedirlo a toda costa, con la ley en la mano,

empezando por depurar decididame­nte los organismos de seguridad de los sinvergüen­zas que los prostituye­n.

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