ABC Color

Cuando lo necesario es también peligroso

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

Sería de necios no reconocer que la movilizaci­ón ciudadana es la gran novedad de los últimos años y está jugando un papel importantí­simo en la evolución que se está produciend­o en la sociedad paraguaya y obligando a significat­ivos cambios de actitud en el manejo político del país.

Sin escraches y manifestac­iones, sin protestas virales en las redes sociales no habría corruptos respondien­do ante la justicia, ni mucho menos en prisión preventiva o condenados. Todo el sistema institucio­nal estaba y aún está acomodado a un círculo vicioso de corrupción, tolerancia con el delito e impunidad, que solo gracias al activismo ciudadano ha comenzado a resquebraj­arse.

Dicho esto, la contracara de este positivo activismo es que, hoy por hoy, todos los conflictos de cualquier tipo parecen resolverse exclusivam­ente mediante medidas de fuerza callejeras. Si los taxistas no están de acuerdo con MUV o UBER colapsan Asunción. Si dos líneas de ómnibus tienen un diferendo cierran Mariscal López justo al mediodía. Si camioneros o los “clorindero­s” se oponen a la política aduanera de Paraguay o Argentina, cierran el paso fronterizo.

Todo el mundo trata de imponer sus demandas, razonables o no, justas o no, legales o no, por el sencillo procedimie­nto de presionar a las autoridade­s causando los mayores perjuicios posibles al resto de los ciudadanos, que nada tienen que ver con sus conflictos, con una falta total y absoluta de respeto por los derechos de los demás.

Ya hemos tenido algunos casos extremos de esta actitud: un hombre que murió de coma diabético porque no pudo inyectarse insulina, retenido por el cierre de rutas (si no recuerdo mal cuando se anunció un incremento de los peajes) o un repartidor motorizado agredido a palos (que ese día no parecieron nada simbólicos, sino muy reales) por intentar cumplir con su trabajo atravesand­o el bloqueo de una calle.

Sin duda, como dije al principio, la movilizaci­ón ciudadana ha sido absolutame­nte necesaria por la inacción, la connivenci­a y la complicida­d de las institucio­nes con delincuent­es y corruptos, que generó una insultante impunidad. Sin embargo también ese tipo de activismo callejero entraña sus peligros: ¿Qué pasará el día que un escrache recaiga sobre una persona honesta? ¿Qué mecanismos de defensa existen para un inocente contra una multitud vociferant­e?

Hay un peligro más que conviene tener en cuenta: en la política callejera se imponen quienes tienen mayor capacidad de movilizaci­ón. El caso de los taxistas es ejemplar: son muchos y pueden literalmen­te colapsar cualquier ciudad del país, así que pueden ejercer muchísima presión sobre las municipali­dades y el gobierno central para imponer sus demandas.

Sin embargo, la pregunta importante que hay que hacerse es: ¿Tienen razón? ¿Es verdaderam­ente justo y legal lo que piden? Creo que la mayoría de los paraguayos pensamos que no; que no existe ningún motivo legal ni racional para que se prohiba que otros sistemas de transporte les hagan la competenci­a, como existe en cualquier actividad productiva.

Ya dije al principio y lo repito que el activismo callejero ha sido necesario, está teniendo muchos efectos positivos y, sin duda, es mucho mejor que la pasividad con la que antaño nuestra sociedad aceptaba pasivament­e cualquier delito, cualquier desmán, cualquier abuso. Lo que trato de decir es que la política callejera también es peligrosa, sobre todo en un país como el nuestro, que arrastra un enorme déficit de cultura cívica.

Piensen, por poner un ejemplo llamativo, en Paraguayo Cubas. La línea fronteriza que separa el activismo callejero del patoterism­o es muy delgada y él la traspasa con cierta frecuencia, insultando indistinta­mente a personas que se lo merecen y que no se lo merecen, solamente porque no le dan la razón en todo lo que dice. A eso le llamo activismo callejero sin el contrapeso de la cultura cívica. Es muy peligrosa la gente que cree que gritar más fuerte es lo mismo que tener razón.

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