ABC Color

Feliz por creer

Lc 1, 39-45

- Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino Paz y bien hnojoemar@gmail.com

El deseo más intenso del ser humano es ser feliz, y procura realizarlo por variados caminos. Las falsas alternativ­as rondan peligrosam­ente al corazón humano y no hay que dejarse engatusar por el brillo de las vanidades o el aplauso de los aduladores.

Leemos en el Evangelio cómo María fue a visitar a su prima Isabel y cómo su llegada trajo alegría para ella y la criatura en su vientre.

Entre estas dos mujeres, embarazada­s en situacione­s completame­nte inusuales, se establece un diálogo lleno del Espíritu Santo, que ilumina a todos los siglos de la historia humana, pues muestra que Dios cumple sus promesas, aunque tenga que superar las limitacion­es, incluso, las maldades humanas.

La cumbre del relato son las palabras: “Feliz de ti por haber creído, que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”; ella subraya la asociación que hay entre fe auténtica y genuina felicidad.

María durante toda su infancia y adolescenc­ia fue preparando su alma para la venida del Salvador, a través de la lectura del Antiguo Testamento, de una constante oración y de una vida ejemplar. Como se prepara la tierra para recibir la semilla, hay que preparar el alma para recibir la fe.

Ella creía que, en algún momento, Dios iría consumar sus promesas, pues Él jamás promete en vano: lo que promete va a realizar, pues Él es el dueño de todos los corazones y de todas las cosas.

Esta fe en la palabra de Dios le traía felicidad, justamente porque la fe nos descortina el futuro, nos hace saber las cosas que vendrán, aunque en medio de algunas oscuridade­s, pues no es posible saber cómo ni cuándo vendrán.

Hay que creer en Dios para ser feliz, pues el Señor es lo único estable en medio de todas las vicisitude­s de la salud, de la economía y de los afectos humanos. Él es nuestro Amigo y nos comunica una buena noticia a cada segundo.

El Niño Jesús, cuando se hizo adulto, afirmó que los misericord­iosos encontrará­n misericord­ia y la fiesta de Navidad, tan cerca, es una ocasión oportuna para dejar atrás ciertos rencores que perjudican nuestra prosperida­d.

Así, no tenga recelo de abrazar su marido, su esposa, sus hijos y decirles lo cuánto usted les quiere y cómo ellos son importante­s para usted.

Con un gesto de humildad y de acogida uno crece en la fe y ayuda al otro a crecer también, y es justamente este clima que agranda nuestro contentami­ento.

Y esta será, entonces, una linda y santa Navidad.

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