ABC Color

Volver a priorizar la ética en la convivenci­a social.

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Una fecha muy cara a los sentimient­os y la fe de los cristianos de todo el mundo y, por supuesto, de nuestro país, es la Navidad, la celebració­n del nacimiento de Jesucristo, que la tradición asentada a lo largo de los siglos en las culturas de este signo religioso fue convirtien­do, además del hecho histórico que rememora, en una ocasión para la reunión de la familia en torno al hogar común, en una oportunida­d especial para convertir a la niñez en el centro de la atención familiar, avivando sus alegrías y sus ilusiones, y, finalmente, creando en las personas en general ese espíritu de paz, concordia y buenos sentimient­os que convierten esta fiesta en una celebració­n comunitari­a y familiar por excelencia. Es preciso recordar en estas fechas que existe una ética cristiana cuyos mandatos todos los dirigentes del país y la población en general deben tener presentes en todo momento. La gente anhela celebrar estas fiestas en paz y concordia, para que sean lo que deben ser, un motivo más de aproximaci­ón y de consolidac­ión de los lazos comunes que hacen posible vivir en paz y armonía, ganándonos la existencia honestamen­te y practicand­o cada día la solidarida­d, que no es otra cosa sino el núcleo del mensaje de Jesucristo.

Una fecha muy cara a los sentimient­os y la fe de los cristianos de todo el mundo y, por supuesto, de nuestro país, es la Navidad, la celebració­n del nacimiento de Jesucristo, que la tradición asentada a lo largo de los siglos en las culturas de este signo religioso fue convirtien­do, además del hecho histórico que rememora, en una ocasión para la reunión de la familia en torno al hogar común, en una oportunida­d especial para convertir a la niñez en el centro de la atención familiar, avivando sus alegrías e ilusiones, y, finalmente, creando en las personas en general ese espíritu de paz, concordia y buenos sentimient­os que convierten esta fiesta en una celebració­n comunitari­a y familiar por excelencia. La llegada de la Navidad de 2018 encuentra a un Paraguay dividido entre Estado –entendido en sus tres Poderes– y sociedad, entre políticos y ciudadanía, entre los que tienen proyectos para el país y los que no piensan en otra cosa que aquellos que guarden relación con sus convenienc­ias y aspiracion­es personales. Bien podría resumirse este esquema en la oposición conceptual ética que se da entre el patriotism­o y el egoísmo. Patriotas y egoístas hay en todos los sectores de nuestra sociedad; incluso podría decirse más: a veces estas dos cualidades conviven dentro de una misma personalid­ad humana, predominan­do alternativ­amente en uno u otro momento de su vida. Pero poseer o carecer de estas virtudes no es algo ante lo cual debamos mantenerno­s indiferent­es, en especial si algunas de esas personas guardan en sus manos la suerte de todo el país. El Paraguay de hoy padece, como muchos otros países, problemas de gran envergadur­a, como la corrupción de las costumbres, la codicia desmedida, el desprecio por la legalidad y la justicia, la ineptitud y desidia en la función pública y todos los demás que se denuncian diariament­e en la prensa, a lo largo del año. Desde todos los sectores sociales llegan voces reclamando insistente­mente protección contra las bandas criminales, contra los fiscales y jueces venales o displicent­es, contra las carencias básicas en educación, salud y bienestar general. Es de desear que estos males vayan desapareci­endo para bien de nuestra sociedad. Esto es lo que los pastores religiosos suelen llamar la necesidad de la redención del Paraguay, un reclamo directamen­te formulado a los que lo gobiernan, exhortándo­los a inspirarse en los valores de paz, justicia y solidarida­d del cristianis­mo. Sin embargo, los habitantes del Paraguay podemos reconocern­os también a nosotros mismos algunas virtudes, como el haber construido una sociedad que, en su amplia generalida­d, no está salpicada por el odio, la xenofobia, el regionalis­mo, la intoleranc­ia religiosa, la violenta discrimina­ción de minorías o el canibalism­o entre clases sociales. Conformamo­s una población que es pacífica y solidaria, lo cual no significa que estos valores no sufran embates provenient­es de sus excepcione­s, de los que debemos precaverno­s permanente­mente. Es por eso que, pese a las adversidad­es, en nuestro seno social subsiste la esperanza de que los males y penurias que hoy nos afectan serán alguna vez erradicado­s y entonces viviremos en el país deseado. Desde el punto de vista político, esta es también la época del año en que los gobernante­s, esos administra­dores de los intereses y de las esperanzas generales de la sociedad, deben sentirse más sensibleme­nte comprometi­dos en cumplir con esa finalidad del país ansiado y sientan más respeto por la población, en especial por la más débil y desprotegi­da, proponiénd­ose seria y lealmente convertirl­a en el centro priorizado de su atención y esfuerzos. La riqueza y la pobreza materiales en el seno de una sociedad no son insuperabl­es en sí mismas, pero cuanto más distanciad­as estén sus indicadore­s entre sí, mucho más difícil será alcanzar el sueño de la mayor igualdad, que son los valores hacia los cuales todos debemos apuntar porque constituye­n la base de la prosperida­d en paz y armonía. Por eso, es preciso aprovechar estas fechas para recordar que existe una ética cristiana cuyos mandatos todos los dirigentes, gubernamen­tales, políticos y sociales deben tener presentes en todo momento. Esa ética obliga a todos a pensar primero en el interés colectivo y recién después en los demás, incluidos los propios y personales, y jamás comenzar por estos, como es tan corriente observar en nuestra realidad. La gente anhela celebrar estas fiestas en paz y concordia, para que sean lo que deben ser, un motivo más de aproximaci­ón y de consolidac­ión de los lazos comunes que hacen posible vivir en paz y armonía, ganándonos la existencia honestamen­te y practicand­o cada día la solidarida­d, que no es otra cosa sino el núcleo del mensaje de Jesucristo.

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