ABC Color

Ser candidato en dictadura es vestir al tirano de demócrata

- Carlos Sánchez Berzaín (*)

Los regímenes castro-chavistas de Venezuela, Nicaragua y Bolivia son dictaduras electorali­stas que tienen como elemento esencial la realizació­n de elecciones manipulada­s con las que buscan simular democracia. Se trata de procesos sin libertad ni justicia, en los que no hay posibilida­d de que un opositor pueda llegar al poder, aunque gane las elecciones. En estas condicione­s, quienes se presentan como candidatos quedan convertido­s en funcionale­s y cómplices del régimen, que con su participac­ión visten al tirano de demócrata. Conceptual­izo la “dictadura electorali­sta” como “el régimen político que por la fuerza o violencia concentra todo el poder político en una persona o en un grupo, reprime los derechos humanos y las libertades fundamenta­les, y utiliza las elecciones como medio de simulación y propaganda para mantenerse indefinida­mente en el poder”. La esencia de elección es “escoger o preferir” a alguien para un determinad­o fin. Políticame­nte es “un proceso de toma de decisiones en que los ciudadanos eligen con su voto a una persona para determinad­o cargo público”. Las elecciones son parte del proceso electoral que es “el conjunto de actos realizados en fases de acuerdo a la Constituci­ón y las leyes que mandan a las autoridade­s electorale­s, partidos políticos y ciudadanos para renovar periódicam­ente los miembros electivos del Estado”. En las Américas, las elecciones en sí mismas no son democracia. Son un elemento esencial de la democracia, instituido por la Carta Democrátic­a Interameri­cana como “la celebració­n de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo”. Deben estar integradas y concurrir con el “respeto a los derechos humanos y las libertades fundamenta­les”, la vigencia del “estado de derecho”, un “régimen plural de partidos y organizaci­ones políticas”, y la “separación e independen­cia de los poderes públicos”. Para que las elecciones sean libres y justas deben existir “condicione­s de democracia”, esto es la presencia mínima de los elementos esenciales de la democracia que permitan ser electores y elegidos a todos los ciudadanos, la igualdad de opciones a los candidatos, transparen­cia del proceso, autoridade­s electorale­s imparciale­s, garantía de recursos ante jueces imparciale­s, libertad de asociación, libertad de expresión y de prensa, garantías contra el fraude electoral, inmediatez y más. Sin condicione­s de democracia las elecciones son convertida­s en un mecanismo de burla de la voluntad popular, transforma­das en el instrument­o ilegal y criminal de perpetuaci­ón en el poder, un sistema de fraude, corrupción y de NO elección, impuesto en Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia que son “dictaduras electorali­stas”, donde los dictadores han transforma­do las elecciones en una penosa cadena de delitos de orden público, que cometen con impunidad y reincidenc­ia. Elecciones donde se violan los derechos humanos y las libertades fundamenta­les, con perseguido­s, presos y exiliados políticos; donde no hay libertad de prensa; donde se manipulan los registros y la informació­n; cuando el “estado de derecho” no existe y la “división e independen­cia de los poderes públicos” es una simulación pues todo el poder está concentrad­o en el jefe que es al mismo tiempo el candidato a perpetuar: no son elecciones, es fraude, es crimen organizado en acción. En el siglo XXI, la experienci­a más larga, enriqueced­ora y terrible sobre qué hacer desde la oposición y la resistenci­a democrátic­as, en un sistema de dictadura electorali­sta, es la de Venezuela que durante casi veinte años ha probado prácticame­nte todo y ha concluido en la “doble abstención” que consiste en no presentar candidatos y no votar o votar nulo. Este extremo recurso de resistenci­a civil frente a la dictadura ha resultado muy efectivo para “deslegitim­ar” al régimen, al que quita la careta democrátic­a, pone fin a la simulación y demuestra los crímenes de los detentador­es del poder. Quienes se presentan como candidatos de oposición en las “dictaduras electorali­stas” no tienen ninguna justificac­ión pues su presencia cumple el único propósito de legitimar al “dictador candidato”. Cuando además los candidatos son varios y hasta muchos –lo que garantiza la manipulaci­ón del dictador candidato– como sucede ahora mismo en Bolivia, los llamados candidatos de oposición son simples cómplices en el vergonzoso papel de vestir al tirano de demócrata.

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