ABC Color

Los ladrones públicos deben reparar los daños con sus bienes.

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Un equipo auditor dirigido por el asesor de Transparen­cia e Integridad de la Presidenci­a de la República detectó que Petropar sufrió un daño patrimonia­l de más de 30.000 millones de guaraníes, bajo la gestión del anterior presidente Eddie Jara, entre 2016 y 2018. Lo más probable es que el grave perjuicio no haya resultado de una mera negligenci­a culposa, sino más bien parecería un contuberni­o entre amigos de lo ajeno instalados tanto en el sector privado como en el público. Cabe señalar que el art. 82 de la Ley N° 1535/99 obliga al personal estatal que menoscaba los fondos públicos a raíz de acciones u omisiones opuestas a sus deberes legales a indemnizar con su patrimonio el perjuicio ocasionado, con independen­cia de su responsabi­lidad penal. No se debe repetir la triste historia del “oparei” en que han concluido múltiples denuncias bien fundadas sobre la malversaci­ón de recursos públicos. No basta denunciar en forma rimbombant­e los supuestos faltantes, o reemplazar a una autoridad por otra. Es imprescind­ible que los delincuent­es vayan a la cárcel y, además, que reparen los daños provocados.

Un equipo auditor dirigido por el asesor de Transparen­cia e Integridad de la Presidenci­a de la República, Carlos Arregui, detectó que Petropar sufrió un daño patrimonia­l de más de 30.000 millones de guaraníes, bajo la gestión del anterior presidente Eddie Jara, entre 2016 y 2018. Según el informe, fue causado mediante acciones u omisiones tales como entregar bienes en comodato sin garantías a quienes hoy niegan la validez de los respectivo­s contratos, seguir proveyendo de combustibl­es a una empresa en quiebra a cambio de cheques diferidos, o simplement­e no cobrar las deudas, causando así su caducidad.

Ya a inicios de octubre último, la actual administra­ción, presidida por Patricia Samudio, reveló que había deudas vencidas por un valor total de casi 24.000 millones de guaraníes, y que se habían amortizado otras con cheques diferidos y rechazados. Lo más probable es que el grave perjuicio infligido no haya resultado de una mera negligenci­a culposa, sino más bien parecería un

contuberni­o entre amigos de lo ajeno instalados tanto en el sector privado como en el público. Es de suponer que las ganancias ilícitas fueron compartida­s según las “comisiones” vigentes en el mercado de la corrupción.

Competerá ahora al Ministerio Público perseguir a los responsabl­es del saqueo, una vez que la Secretaría Nacional Anticorrup­ción formule la denuncia penal anunciada. Por de pronto, cabe lamentar que ni esta secretaría, ni la Auditoría Interna del Poder Ejecutivo ni la Contralorí­a General de la República se hayan ocupado antes de examinar el desempeño administra­tivo que condujo a semejante latrocinio. No habrán querido importunar a quien el expresiden­te Horacio Cartes puso en muy mala hora al frente de Petropar, de modo que hubo que esperar un cambio de Gobierno para que salieran a la luz los presuntos negociados en cuestión. Y se tuvo que crear para ello un equipo especial, lo que demuestra que los órganos de control regulares no han servido para impedir que unos presuntos facineroso­s manejen la empresa pública a su antojo, en complicida­d con sus socios “comerciale­s”.

Debe admitirse que Jara supo cubrirse políticame­nte las espaldas, hasta el punto de celebrar un insólito contrato

con la ANR en 2016 para instalar dos estaciones de servicio en predios de una seccional colorada de Fernando de la Mora, que no puede desempeñar una actividad comercial de esa naturaleza, pagando un alquiler mensual de tres millones de guaraníes y dándole el 10% de lo cobrado por la venta de cada litro de carburante. El ilegal convenio sigue vigente, aunque uno de los firmantes surja ahora como un vulgar sinvergüen­za. Es de esperar que, en el caso que nos ocupa, el Ministerio Público agote cuanto antes la debida investigac­ión y promueva las sanciones legales correspond­ientes. Debe entenderse que no basta con que quienes resulten autores, cómplices y encubridor­es del robo cometido terminen entre rejas.

También es necesario que reparen el daño causado , de lo que debe ocuparse en su oportunida­d la Procuradur­ía General de la República. Desde ya, vale recordar que el art. 82 de la Ley Nº 1535/99 obliga al personal estatal que menoscaba los fondos públicos a raíz de acciones u omisiones opuestas a sus deberes legales a indemnizar con su patrimonio el perjuicio ocasionado, con independen­cia de su responsabi­lidad penal. Pero antes, desde luego, será ineludible que los agentes fiscales intervinie­ntes actúen con probidad y diligencia para que la opinión pública siga creyendo que, en cierta medida, se está actuando con mayor rigor contra quienes se valen de la función pública para beneficiar­se a sí mismos a costa de la generalida­d.

No se debe repetir la triste historia del “oparei” en que han concluido múltiples denuncias bien fundadas sobre la malversaci­ón de recursos públicos, como los del Fonacide. En este latrocinio generaliza­do, hasta la fecha ni un solo intendente, gobernador o concejal ha sufrido condena alguna.

No debe haber impunidad para nadie, ni siquiera para aquellas autoridade­s y políticos que han cambiado de carpa hacia el actual oficialism­o colorado en su afán de salvarse. Decir esto parece una obviedad, pero no lo es tanto en un país en donde los que mandan y sus allegados tienen razones de hecho para creer que están por encima de las leyes. La fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, no debe estar a las órdenes del presidente de la República, sino actuar incluso de oficio, como es su deber, ante cualquier atentado cometido contra el erario, sin que para ello tenga que esperar un dictamen de la Contralorí­a. La institució­n que dirige solo está obligada ante la sociedad, a la que representa ante los órganos jurisdicci­onales. La prensa denuncia aquellas infamias de las que llega a enterarse, pero deben ser los propios órganos de control constituci­onales y legales los primeros interesado­s en identifica­r las fuentes de corrupción para el condigno castigo de los involucrad­os.

Los actuales ministros de Salud Pública y de Educación,

Julio Mazzoleni y Eduardo Petta, respectiva­mente, también han denunciado, poco después de asumir el cargo, graves irregulari­dades cometidas bajo las anteriores administra­ciones. Es imperioso que estos casos también sean investigad­os debidament­e y aclarados, para que los responsabl­es sean sometidos a la Justicia.

Vale repetir una vez más: no basta con denunciar en forma rimbombant­e los supuestos faltantes, o reemplazar a una autoridad por otra, sino que es imprescind­ible, en defensa también de la moralidad pública, que los delincuent­es vayan a la cárcel y, además, reparen el daño provocado. Si no se procede así, con cada nuevo Gobierno que asuma seguiremos teniendo noticias de descomunal­es robos, mientras sigue aumentando la cantidad de funcionari­os y políticos que engordan sus arcas con dinero malhabido.

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