ABC Color

La medalla “Atila”

- Jesus.ruiznestos­a@gmail.com

Jesús Ruiz Nestosa

SALAMANCA (España). Muchos años atrás, el arquitecto Ramón Gutiérrez, profesor en la Universida­d de Corrientes y autor de un libro canónico sobre la arquitectu­ra de Asunción, propuso la creación de la medalla “Atila” para entregárse­la a un director de Turismo local cuyo interés en la “restauraci­ón” de las Ruinas Jesuíticas amenazaba con su destrucció­n total. La medalla honraría su espíritu depredador. La fuente de inspiració­n era aquel rey huno que, al decir de la leyenda, “la hierba no crecía donde ponía la pata su caballo”.

Pienso que hemos llegado a un punto en que sería apropiado revivir la idea y rescatar aquella medalla para entregárse­la al actual intendente de Asunción, Mario Ferreiro. Creo que a excepción hecha del interesado y sus cercanos allegados, no haya nadie que se oponga a tamaña distinción ya que sus “obras”, en beneficio de la ciudad, saltan a la vista por todas partes.

De todas esas acciones la que ha puesto la guinda en lo alto del postre, es la reciente inauguraci­ón de las casillas de la avenida Quinta, cumbre del esperpento ciudadano y también cumbre de la soberbia de quien tiene poder y que poco o nada le interesa lo que piensa la ciudadanía negándose a reconocer que ha cometido un error, dar marcha atrás, pedir disculpas y a otra cosa.

Un arquitecto amigo mío decía que el problema de Asunción no es lo que se quita sino lo que se pone. Esto vale para la empresa Magomec SRL que durante más de un año trabajó en la remodelaci­ón de la Avenida Quinta sin que nunca se hubiera dicho cuál era la necesidad de esa remodelaci­ón si así como estaba cumplía acabadamen­te con su función: una calzada amplia para soportar con fluidez el tráfico denso que tiene a toda hora, y unas aceras y un paseo central amplios para que la gente del barrio pudiera circular o pasear sin grandes inconvenie­ntes.

Todo era demasiado perfecto para resistirse a la tentación de clavarle los dientes a un sitio que le era tan grato a la ciudadanía. Así surgió la idea de levantar unas casetas, aborto de la arquitectu­ra, para regulariza­r lo que nunca se tendría que haber regulariza­do: los vendedores callejeros ambulantes. Y esto no es una obra social, sino una desnatural­ización de la misma. Fomentando la informalid­ad nunca se llegará a lo que casi todos –los intendente­s quedan excluidos de esta ambición– deseamos: el ordenamien­to de la vida en la ciudad.

El presupuest­o original era de 2.384 millones de guaraníes que sufrió un sustancial aumento ante el aluvión de críticas que recibió el proyecto: otros 404.522.600 guaraníes. Con esto casi llegamos a 2.800 millones derrochado­s. Los responsabl­es no entendiero­n nada. Las críticas de arquitecto­s y vecinos eran porque las casillas eran feas y no las querían de ninguna manera: ni lindas ni feas. No querían ninguna. Pero como se dice más arriba, la soberbia y la altanería pueden más que cualquier raciocinio. Y allí están. Pronto, aquel paseo que era utilizado por todos los vecinos se convertirá en un mercado persa, con sus desbordes de mercadería­s y otros puestos fuera de las famosas casillas acompañado­s de la consabida insegurida­d y ya nadie querrá aprovechar aquel espacio abierto y libre. Entonces veremos quién es el macho que vaya y las quite. Ni siquiera el propio “Atila”.

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