El valor de los deseos
Lourdes Peralta
Cada Año Nuevo nos proponemos lograr desafíos o metas. Los planes personales más comunes suelen ser: perder peso, retomar los estudios o empezar a estudiar lo que siempre quisimos, salir de una relación sentimental complicada, olvidarse de un amor imposible, conseguir un trabajo, mudarnos de casa, comprar un auto, hacer un viaje, comenzar un tratamiento estético o médico. Estar mejor. Mucho negocio a su vez con el tema autoestima.
Nuestros deseos también pueden ser los de siempre, despiertan cada Año Nuevo, “este año sí o sí lo hago, lo tengo, lo consigo”. Pero a veces los deseos se pierden con los años y necesidades, quizás se transforman. Vamos cambiando también de querencias.
Los deseos nos acompañan a todos lados, son momentos interiores de inspiración, los dejamos jugar sobre nuestra cabeza mientras estamos sentados en un banco de la plaza, los alimentamos mirando por la ventanilla del colectivo cuando vamos al trabajo o yendo en moto, caminando, cuando nos relajamos unos minutos antes de dormirnos, en fin, cuando soñamos despiertos.
Desde siempre el ser humano ha querido poseer poderes mágicos para obtener lo que quiere. Hemos crecido con cuentos fantásticos de genios y hechiceras que aparecen de la nada para complacernos. De adultos lo seguimos soñando, extrapolamos estos personajes en personas que nos “salven” o en dinero, posesiones materiales.
El inicio de un nuevo año es quizás el momento por excelencia para pedir que nuestros deseos se cumplan, así hay ritos comunes que, entre risas e incredulidades –y no tanto–, se hacen, por ejemplo, comer 12 uvas en coincidencia con las 12 campanadas que anuncian un fin y un comienzo; o sencillamente pensar en lo que anhelamos en el momento de chocar las copas. Los rituales forman parte del ser humano y son acciones que realizamos con la intención de reforzar lo que creemos o queremos.
Los orientadores dicen que para que los deseos se cumplan hay que planificar acciones, pero antes hay que creer en nosotros mismos.
Uno de los puntos clave es ser específicos. La claridad de nuestros pensamientos es fundamental. Otro factor es ser constantes y trabajar por lo que queremos. Suerte significa trabajar afanosamente por nuestro destino. Por último, no castigarnos ni castigar a otros si el deseo no se cumple. Cuidemos la salud de nuestra esperanza. Anímese según sus gustos y temperamento; haga un pequeño viaje, visite a personas que ama y no ve hace tiempo, coma frutas deliciosas, evite los ambientes cerrados y no ventilados, descanse del celular, si no puede viajar, cree un espacio “de vacaciones” en su casa, escuche música en vez del noticiero trágico y sensacionalista, no compare su vida con la del vecino, el pariente o el contacto. Hay miles de maneras de reinventarnos sin presiones, sin imitaciones para ejercer así nuestra libertad a soñar con muchas posibilidades de concretar, valorar y agradecer. Para saber soñar hay que ser, no iluso, sino creativo.
Y siempre, por supuesto, hay buenos libros para iniciar el año. “¿Por qué muere la fantasía? Porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños…” (La historia sin fin, Michael Ende).