Ante la crisis del humanismo
Es increíble que cuando la humanidad está consiguiendo tantas conquistas científicas y tecnológicas que entusiasman y alientan el optimismo por el mejor futuro para los seres humanos, al mismo tiempo van surgiendo graves preocupaciones por los dramáticos escenarios que nos amenazan.
Nunca la humanidad ha vivido simultáneamente tantas contradicciones sobre sí misma. Mientras las ciencias médicas nos van ofreciendo medios para vivir mejor y más tiempo, con más salud y mayor longevidad, los políticos con la ayuda de la física cargan los arsenales de armas sofisticadas que pueden aniquilarnos y destruir nuestro planeta.
Al mismo tiempo que las “ciencias del hombre” nos van revelando hasta los misterios y potencialidades de nuestros cerebros, la biogenética y la ingeniería genética nos presionan al redescubrirnos y desafiarnos con el transhumanismo.
Creíamos tener definida nuestra historia y surge la Gran Historia (Big History) suscitada y promovida por el famoso historiador australiano, David Christian, en la que el ser humano es parte de una historia cósmica y biológica.
Parecía que el itinerario para llegar a la unidad de las naciones y la humanidad estaba trazado con la Organización de las Naciones Unidas y resulta que los sesgos ideológicos, la pasión de la codicia y las brechas abismales que produce la inequidad, la agresividad y defensa de género, las creencias religiosas, el ansia desmedida de poder, tienen instalados terroristas, guerras y guerrillas, frías y calientes, que provocan muchas más muertes que las declaradas guerras internacionales.
Hemos comprendido cada día con más conocimientos de ciencias naturales el valor absolutamente esencial y vital de la naturaleza para la subsistencia y la calidad de la vida humana y nunca la hemos agredido y destruido tanto como ahora. Estamos expoliando nuestro hábitat con más demolición que los primates depredadores.
Nos parecía inhumano y cruel el circo romano en el que ver devorar por las fieras a los cristianos era espectáculo para las masas y ahora millones de espectadores dedican horas de su tiempo de descanso a ver películas y reportajes policiales en los que hombres criminales se matan unos a otros hasta indiscriminadamente asesinando también a menores.
Vivimos las paradojas y contradicciones de un humanismo polarizado, un humanismo ambiguo en crisis, con dos horizontes simultáneos e internalizados que caminan en direcciones opuestas. Somos una humanidad con más recursos para progresar como humanos y al mismo tiempo nos equipamos cada día más para destruirnos todos entre nosotros mismos.
Entre los futurólogos y planificadores del mundo, nadie duda que para el 2030 el mundo y los modos de vivir serán sustancialmente distintos. La revolución que imponen la acelerada producción tecnológica, junto con los innovadores descubrimientos científicos, los programas en el cosmos, el vertiginoso desarrollo de la inteligencia artificial, además de las trascendentales novedades biogenéticas, etc…, es una revolución que arrastra consigo unos cambios preñados de crisis. No serán crisis de adaptación liviana. Serán tanto más desestabilizadoras cuanto menos preparados estemos para ellas.
¿Qué estamos haciendo para prepararnos a esos inevitables cambios en una humanidad en crisis de humanismo?
La educación, la formación y capacitación que estamos dando no sirven ni para el presente, ¿cómo podrán los educandos de hoy, niños, adolescentes, jóvenes y adultos encarar los radicales desafíos que ya están golpeando en nuestras puertas?
Nuestro sistema educativo entero es un barco viejo, desguarnecido y con agujeros en muchas partes, a punto de hundirse, al que no basta calafatearlo, ni transformarlo, necesita un replanteamiento y reestructuración total, con nuevas piezas estructurales, porque es insuficiente y no sirve para navegar en el mar que se avecina con olas gigantescas.
Esta metafórica y breve descripción no es hiperbólica, no es exagerada, bastaría recoger las imágenes de esas más de mil escuelas que reclaman con insistencia y urgencia la reconstrucción de su infraestructura, y también las fotografías de las presuntas bibliotecas y desconocidos laboratorios, para comprobar su ineptitud.
Ante la crisis de humanismo nuestro sistema ni siquiera tiene definidos sus pilares pedagógicos fundamentales. No tiene explicitadas y justificadas ni la antropología ni la psicología, ni la sociología ni la filosofía pedagógicas. Los diseños curriculares están más cerca de un torpe enciclopedismo, que de un proyecto humanizador para hombres y mujeres del futuro.