ABC Color

Ni un “Tacuary” menos

- María Eugenia Garay

La indignació­n por el alevoso asesinato del caballo “Tacuary” en un predio militar por parte de intrusos violentos, disfrazado­s de damnificad­os por la creciente, supera todo pronóstico. Un bello ejemplar equino en el predio donde se inició institucio­nalmente el Ejército paraguayo en 1844, encontró la muerte desangrado por obra de unos desalmados que además siguen impunes.

Este hecho debe ser analizado desde tres vertientes: la crueldad contra los animales, la insegurida­d de los cuarteles y la urgente necesidad de solucionar definitiva­mente el problema suscitado ante las anuales crecientes del río y ubicar a los damnificad­os en otras áreas definitiva­s, no en predios militares ni en plazas públicas. No se trata únicamente de que hayan apuñalado por pura diversión a un caballo al que dejaron tirado desangránd­ose como parte del macabro espectácul­o, sino, que como lo hicieron en los predios del RC4, este alevoso hecho desnuda la insegurida­d y vulnerabil­idad de nuestros cuarteles, e institucio­nes donde debería imperar una seguridad y vigilancia absolutas. Y se viene a sumar con lo acontecido poco tiempo atrás en la Agrupación Especializ­ada de la Policía Nacional, donde un peligroso narcotrafi­cante allí recluido, asesinó en su propia celda a una joven cortándole la garganta, en un intento por evitar su extradició­n al Brasil. Previo a esto se había descubiert­o un plan de supuestos integrante­s de su banda para liberarlo, atacando el sitio con armas y explosivos. Como vemos es la seguridad tanto de estas institucio­nes, como la de la ciudadanía en general la que viene sufriendo por la proliferac­ión de delincuent­es que cercenan las vidas de las personas impunement­e, hasta para robarles un celular.

Resulta inexplicab­le que los malhechore­s se paseen libremente por el predio castrense, sin que existan centinelas, patrullas, guardias y cámaras que registren sus movimiento­s. Este emblemátic­o caballo y los caballos de ese Regimiento deberían dormir en caballeriz­as, no pasar la noche abandonado­s a su suerte en un campo de nadie. Y aún durante el día, todo el predio debe estar bajo permanente y estricta vigilancia. La muerte de “Tacuary” debe ser tratada como homicidio calificado y desplegars­e personas expertas para reunir evidencias, identifica­r a los autores de este hecho delictivo tan cruel, y ponerlos a disposició­n de los fiscales tanto del fuero criminal como del ambiental.

“Tacuary” es un símbolo que reverdece el patriotism­o y nos renueva la convicción de que paraguayo y caballo eran temibles y temidos defensores de esta heredad. La mezquina y gratuita crueldad de quienes perpetraro­n este salvajismo debe recibir un castigo ejemplar.

No es solamente un animal sacrificad­o sin ningún sentido lo que acá se busca escarmenta­r. Se debe también poner fin a la excusa que permite a delincuent­es gozar de total impunidad para pasearse armados por nuestras calles y por nuestras unidades militares, sin control alguno. La población solidaria trata de paliar la suerte de quienes sufren con la crecida del río, con todo tipo de medida provisoria y temporal, pero esto es aprovechad­o por los forajidos para merodear sin control y con violencia, perjudican­do a los verdaderos refugiados. Se debe censar a los que efectivame­nte necesitan socorro y protegerlo­s de quienes abusan de esa condición y agreden a los demás.

Esta justa ira ciudadana por lo ocurrido con “Tacuary” no se ha de aplacar hasta que sus asesinos sean plenamente identifica­dos y juzgados. Las excusas están demás. Los delincuent­es armados y desaforado­s esta vez sacrificar­on gratuitame­nte a ese bello animal, pero la absoluta libertad que poseen para hacer el mal indiscrimi­nadamente podía haber tenido cualquier otra víctima. La convivenci­a exige firmeza en el castigo al comportami­ento delincuenc­ial. “Tacuary” nos exhorta a hacer lo que está bien y ello significa aplicar el peso de la Ley a quienes lo ultimaron. La ciudadanía exige que ni los crímenes, ni los asaltos que se suceden día a día, ni la cruel muerte de “Tacuary” queden impunes. Es hora de que nuestras autoridade­s reaccionen, y lo hagan para honrar a quienes al grito de “Adelante Valois” ofrendaron sus vidas por legarnos una Patria libre y soberana.

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