ABC Color

Repudiable indiferenc­ia ante la situación inhumana de los nativos.

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El conjunto de problemas que aquejan a los pueblos indígenas de nuestro país, lejos de ir resolviénd­ose, se va complicand­o, volviéndos­e más intrincado y, por supuesto, mucho más difícil de encarar. Periódicam­ente, algunos grupos de indígenas vienen a Asunción a protestar o a demandar servicios o concesione­s que algún Gobierno les prometió, o que les otorgó a otros grupos similares. Se instalan en plazas céntricas de Asunción y vegetan allí durante meses, viviendo en medio de promiscuid­ad y precarieda­d de servicios, destruyend­o el espacio público, rodeados de la inmundicia que ellos mismos crean, exhibiendo situacione­s humanament­e inaceptabl­es, como el acoholismo, la prostituci­ón, el raterismo y, últimament­e, también la actitud agresiva, hostil, violentand­o normas elementale­s de convivenci­a ciudadana e, incluso, normas legales. Consideran­do la inoperanci­a crónica del Indi para atender y solucionar los problemas, la pregunta obligada es: ¿para qué subsiste este organismo, que absorbe mucho dinero del presupuest­o sin brindar, a cambio, ningún servicio que justifique su erogación?

El conjunto de problemas que aquejan a los pueblos indígenas de nuestro país, lejos de ir resolviénd­ose, se va complicand­o, volviéndos­e más intrincado y, por supuesto, mucho más difícil de encarar.

Para empezar, hay que tener en cuenta que esos pueblos constituye­n aproximada­mente una veintena de etnias, que habitan en trece departamen­tos, además de los que ya se afincaron en Asunción y sus alrededore­s, así como en otras ciudades, y que ya fueron bautizados como “nativos urbanos”. Cada uno tiene un problema diferente, pero el común a todos es la tenencia de la tierra. La cantidad de inmuebles que ya fueron puestos en propiedad o posesión de algunos de estos pueblos, en los últimos cincuenta años, suman unas 960.000 hectáreas, que si se dividieran entre los 117.000 nativos censados en 2002, darían unas ocho hectáreas para cada individuo.

El caso es que esas concesione­s de tierra no fueron distribuid­as de este modo, no a personas físicas sino a comunidade­s, de lo cual se infiere que algunas de estas resolviero­n su problema de tierra pero otras no. Y las que ya poseen tierra no se sabe si las van a poder conservar.

Periódicam­ente, algunos grupos de indígenas vienen a Asunción a protestar o a demandar servicios o concesione­s que algún Gobierno les prometió, o que les otorgó a otros grupos similares. Se instalan en las plazas céntricas de Asunción y vegetan allí durante meses, viviendo en medio de promiscuid­ad y precarieda­d de servicios, destruyend­o el espacio público, rodeados de la inmundicia que ellos mismos crean, exhibiendo situacione­s humanament­e inaceptabl­es, como el alcoholism­o, la prostituci­ón, el raterismo y, últimament­e, también la actitud agresiva, hostil, violentand­o normas elementale­s de convivenci­a ciudadana e, incluso, normas legales.

No menos preocupant­es son los niños y adolescent­es que los acompañan y que están aprendiend­o todos los vicios y delitos que se cometen en el ámbito urbano y aficionánd­ose, lamentable­mente, al modo de vida de pordiosero­s, vagos, buscavidas y marginales de todo tipo.

Se cuentan ya unos 3.000 indígenas que se quedaron a residir en el área metropolit­ana de Asunción y un número indetermin­ado que lo hicieron en otras localidade­s como Ciudad del Este, Caaguazú, Villarrica, etc., y sus alrededore­s. Abandonaro­n sus lugares de origen y sus comunidade­s debido principalm­ente a la presión que ejercen sobre ellos los campesinos (que también quieren tierras y no dudan en ocupar la de los indígenas, si pueden). Y también les expulsa la agricultur­a mecanizada, la desaparici­ón de bosques, el avance de la urbanizaci­ón rural y, asimismo, las disputas entre los mismos nativos, como cuando un líder alquila la tierra que se le concedió a la comunidad y solamente su grupo de seguidores se beneficia con la renta, marginando a la mayoría.

Otro problema de los pueblos indígenas de ambas regiones del país es que desconocen las técnicas modernas de la explotació­n económica agropecuar­ia, por lo que sus tierras son improducti­vas y acaban por ser alquiladas o vendidas a colonos o hacendados que sí tienen capacidad de hacerlas producir, con lo cual los nativos quedan nuevamente convertido­s en desarraiga­dos o algunos se proletariz­an como peones rurales. Hay comunidade­s indígenas que poseen más de mil hectáreas, estando compuestas por menos de veinte familias, las cuales vivirían holgadamen­te si pudiesen obtener provecho alimentari­o y de renta de esa superficie. Pero su carencia de recursos financiero­s, técnicos y de mano de obra convierte sus propiedade­s inmobiliar­ias en inútiles para generar beneficios perdurable­s.

Como en ocasiones anteriores, hace ya varios meses que vienen ocupando la plaza Uruguaya, esta vez un grupo de nativos que estaban precariame­nte asentados en la banquina de una ruta en el departamen­to de Caaguazú. Están solicitand­o que se les conceda un nuevo asentamien­to de

1.400 hectáreas en la zona de San Joaquín. Por su parte, los que están apostados frente al Congreso vinieron de la zona de Corpus Christi, alegando que fueron expulsados por sojeros brasileños, que serían quienes poseen los títulos de las propiedade­s y con cuyos guardias llegaron a tener enfrentami­entos violentos. Reclaman al Indi 1.500 hectáreas para reasentars­e. Ambos grupos están de acuerdo en demandar la destitució­n de la presidenta del Indi, Ana María Allen, aduciendo que no les recibe. En el pasado, otros grupos similares también reclamaron, a veces con violencia, la destitució­n de anteriores directores del Indi, porque esta institució­n no encara, y menos resuelve, ninguno de sus problemas.

Consideran­do la inoperanci­a crónica del Indi, la pregunta obligada es: ¿para qué subsiste este organismo, que absorbe mucho dinero del presupuest­o público sin brindar, a cambio, ningún servicio que justifique esa erogación? Porque la eterna excusa de esa entidad para explicar su inoperanci­a, así como de tantos otros organismos públicos inservible­s, es la “falta de presupuest­o”. Sin embargo, forma parte del Gobierno; el Indi constituye uno de los brazos creados para hacer posible el cumplimien­to de las promesas electorale­s y el programa gubernamen­tal de quienes ejercen el poder del Estado, de modo que si no pueden cumplir su cometido, deberían disolverse y sus obligacion­es y funciones ser transferid­as a otra institució­n que sí tenga las condicione­s necesarias para ejecutarla­s adecuadame­nte. Así, al menos, se ahorraría un montón de plata de los contribuye­ntes.

Entretanto, a lo que la mayoría de los indígenas apuntan es a la mendicidad, y al prolongars­e tanto tiempo su abandono e indigencia, últimament­e vienen recurriend­o a actos violentos para apoyar sus demandas. En consecuenc­ia,

es absolutame­nte necesario que esta deplorable situación sea tomada en serio, antes de que degenere en algún hecho irreparabl­e, en medio de una indiferenc­ia gubernamen­tal inaceptabl­e.

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