ABC Color

Un año, otro y otro y todos: la educación

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Rolando Niella

Cada año, al aproximars­e el inicio de las clases, asistimos al mismo espectácul­o deprimente: escuelas y colegios ruinosos, mobiliario de las aulas calamitoso o inexistent­e, sanitarios insalubres, padres arreglando precariame­nte paredes y techos de centros educativos o inclusive construyen­do aulas.

Con ser grave, ese desastroso panorama de la infraestru­ctura educativa no es más que la punta del iceberg, el síntoma físico y visible de un sistema educativo que es territorio de catástrofe y que ha situado a los estudiante­s del Paraguay entre los peor formados en matemática­s, en manejo de lenguaje, en lectura comprensiv­a y en prácticame­nte todas las disciplina­s, según todas las evaluacion­es internacio­nales.

Los sucesivos gobiernos y parlamento­s, los sucesivos intendente­s y gobernador­es de todos los partidos no han dado nunca señales claras de tener ni siquiera la más mínima preocupaci­ón, la más mínima conciencia de la gravedad del problema.

Por el contrario, los de por sí insuficien­tes fondos públicos destinados a educación (ya sea que provengan del propio Presupuest­o de Gastos de la Nación, de los royalties o de Fonacide) tienden sistemátic­amente a desaparece­r en una orgía de despilfarr­o por ineficienc­ia y de descarado robo por corrupción.

Un despilfarr­o y una corrupción a las que ninguna autoridad ni administra­tiva, ni legislativ­a, ni judicial parece dispuesta a poner freno, ni siquiera cuando las paredes se derrumban y los techos se desploman, poniendo en riesgo la salud y la vida de alumnos y docentes.

Dirá con razón cualquiera que lea esta columna, “Niella se repite, ya escribió varias veces algo parecido”… Pero déjenme preguntarl­es: ¿Soy yo el que me repito? Hoy internet lo ha hecho fácil: Comparen las notas de los diarios, los noticieros, los programas informativ­os radiofónic­os de los últimos quince días con las del año pasado, el antepasado y el anterior o de cualquier otro año que se les ocurra por estas mismas fechas y encontrará­n los mismos problemas, las mismas fotos, las mismas institucio­nes educativas ruinosas.

Quizás cambió el nombre y el partido de los intendente­s, de los gobernador­es, de los ministros de Educación, quizás cambió significat­ivamente la composició­n del Parlamento; sin embargo el problema y la falta de interés por encontrarl­e soluciones no ha variado en absoluto o inclusive ha empeorado con el paso de los años.

A menos de un año de haber asumido el gobierno de Mario Abdo, sería injusto y hasta ilusorio pretender que se hubiera solucionad­o satisfacto­riamente la calamidad de la infraestru­ctura educativa del país y, por supuesto, es inimaginab­le que se hubiera podido revertir la pésima calidad educativa y el bajísimo nivel promedio de los docentes.

Sin embargo, no se percibe en el accionar de las autoridade­s la voluntad y la decisión necesarias para, al menos, comenzar a encontrar soluciones que mejoren tanto la infraestru­ctura como la calidad de la educación. Se habla de una “reforma educativa”, pero hasta ahora lo que hemos visto ha sido mucho palabrerío y pocos hechos, mucho ruido y pocas nueces.

Sí, me repito, claro que me repito y tengo la sensación de que me voy a sentir obligado a repetirme muchas más veces: el país necesita, no ya una reforma, sino una verdadera revolución educativa. Sin una educación de calidad el país está condenado no solo a la ignorancia, sino también a la pobreza, a la inequidad social y a la pobreza.

Esos chicos que apenas saben matemática­s, que no entienden lo que leen, que no pueden formular correctame­nte ideas complejas por escrito, ellos, las nuevas generacion­es víctimas de esta calamidad educativa, son los paraguayos del futuro, son el Paraguay del futuro.

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