ABC Color

La regla de oro

Lc 6,27-38

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Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

Para una convivenci­a fraterna todo grupo humano debe tener reglas, pues es frecuente que unos quieran explotar a otros, sea por la fuerza física, fuerza económica, poderío militar o fraudes indecentes.

Los motivos que impulsan a maltratar al prójimo son variados, y a veces, uno actúa por un impulso irracional. Pero, la sed de poder es algo endémico, ya que cuando se está dentro del poder, se está muy cerca de meter la mano en la plata de todos.

También tiene notable importanci­a la estructura psicológic­a de la persona, pues un complejo de inferiorid­ad impulsa a la soberbia, y la insegurida­d induce a ser pelota jára. Por otro lado, ser humilde estimula a respetar a los demás.

Para disciplina­r nuestras malas inclinacio­nes la espiritual­idad cristiana nos ilumina con tres reglas.

La primera es la regla de bronce, que afirma “Ojo por ojo, diente por diente”. Esto significa que no se debe perdonar, no se puede tolerar nada y hay que vengarse. Sin embargo, es una venganza “mesurada” pues es un diente por un diente, y no, un diente por diez dientes. Es una norma utilizada por troglodita­s mal intenciona­dos.

Después, tenemos la regla de plata, que evidenteme­nte es superior a la anterior. Sostiene: “No hagas a nadie lo que no quieras para ti.” (Tob 4,15)

Nuestra sociedad sería muy distinta si pusiéramos en práctica esta sabia enseñanza del Antiguo Testamento. Si no quiero que roben mi cartera, no voy a robar la cartera del otro; si no deseo que me pongan zancadilla­s, no voy a hacer trampas para el otro; si no quiero que hagan chismes de mi persona, no voy a hacer radio so’o de los demás.

Y únicamente con Jesucristo llegamos a la regla de oro: “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes“: es la revolución del amor cristiano. Es la nobleza de tomar la iniciativa para hacer el bien, y no paralizars­e en extravagan­tes matemática­s sobre cuantos por ciento de responsabi­lidad yo tengo y cuantos por ciento tiene el otro.

Entonces, si deseo que me saluden por la mañana, yo debo tomar la iniciativa de saludar; si quiero que recen por mí, yo he de rezar por el otro; si anhelo que me traten honestamen­te en los negocios, yo he de tomar la iniciativa de manejar honestamen­te los negocios del otro. Importante, y repito: hay que tomar la iniciativa.

Para terminar, hoy celebramos “El día de la mujer paraguaya“: nuestro saludo y bendicione­s a todas las mujeres.

Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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