El árbol y su fruto
Lc 6,39-45
Seguimos con el hermoso “Sermón de la Planicie” de Lucas, y dos domingos atrás el Señor hablaba sobre cómo ser feliz, inculcando la práctica de las bienaventuranzas. El domingo pasado nos enseñaba la “regla de oro”, que es hacer al otro lo que queremos que el otro nos haga. Son palabras valiosas para orientar nuestras actitudes como auténticos cristianos.
Hoy afirma: “Cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas”.
Él deja claro que sale del corazón del ser humano lo que hay en ello, lo que puede ser buenas intenciones, palabras honestas y gestos de amistad, pero también explotación, adulterio y corrupción descarada.
Toda su vida es un ejemplo para que aprendamos a superarnos a nosotros mismos, ya que la carne humana es fácilmente inclinada a la pereza, lujuria y avaricia. El empeño para ser un buen árbol, que da buenos frutos, es una tarea que no termina nunca.
Una vez más aparece el misterio de la libertad humana, que tanto puede entusiasmarse con las enseñanzas, ejemplos e invitación de Cristo, cuanto puede burlarse y mandarla al tacho, como algo vacío y “poco científico”.
Lo cierto y concreto es que una persona equilibrada sabe que la vida humana está compuesta de derechos y deberes, así como hay cosas ciertas y coherentes, hay también cosas erradas y estúpidas.
Para dar buenos frutos hemos de evitar la ceguera culpable, es decir, uno que no quiere ver lo que Jesús nos señala y lo que la Iglesia lo muestra también.
Asimismo, cuidarse con la tentación fácil de ver la paja que está en el ojo del otro y no ver nunca la tremenda viga que uno lleva en su propio ojo, lo que lo hace muy detallado y quisquilloso con los deslices ajenos, y sumamente tolerante con los suyos. Hay que tener en cuenta que delante de esta situación Jesús no tiene reparo de hablar claramente y usar la palabra adecuada: “hipócrita”.
Hipocresía es esto: querer parecer buen árbol, buscar elogios y glorias, sin embargo, ser una persona incoherente y manipuladora.
Día 6 de marzo es miércoles de ceniza y empezamos la Cuaresma, situación privilegiada para transformarnos, finalmente, en buenos árboles, que producen buenos frutos. En este día, el Evangelio nos impulsa a practicar la oración, el ayuno y la limosna-solidaridad. Recordemos la indicación de san Agustín, que sostenía que el ayuno y la limosna son las dos alas de la oración, que la hacen volar hasta Dios. Paz y bien. hnojoemar@gmail.com