ABC Color

¿Quién vigila a los vigilantes?

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

La Fiscalía investiga al contralor por sospechas de enriquecim­iento ilícito y lavado de dinero. La Contralorí­a pretende intervenir a la Fiscalía por sospechas de malversaci­ón. Nada menos que los dos responsabl­es de las institucio­nes claves en la vigilancia y persecució­n del delito están bajo sospecha de actividade­s delictivas graves.

Cabe preguntars­e, con el poeta latino Juvenal: ¿quién vigila a los vigilantes? (“Quis custodiet ipsos custodes?”); porque no se trata de una pendencia cualquiera entre rivales, sino de denuncias y acusacione­s que ponen en duda la confiabili­dad de todo el sistema de control de delitos en el país… Por expresarlo con la tradiciona­l ironía popular: “¿Son zorros quienes están vigilando el gallinero?”.

Por desgracia, mayoritari­amente, los paraguayos creemos a la fiscala general, Sandra Quiñónez, sobre el contralor de la República; pero también creemos al contralor, José Enrique García, sobre la fiscala general y, peor aún, los más malpensado­s de entre nosotros sospechamo­s que ambos pueden estar utilizando su cargo, más bien para evitar ser investigad­os que para investigar, haciendo uso indebido de su autoridad, utilizando sus atribucion­es como garrotes.

Esta semana la Cámara de Diputados “despertó” y amplió el juicio político contra el contralor que dormía desde hace tiempo, junto a otros varios contra distintas autoridade­s, incluyendo integrante­s de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo tarde es igual que nunca, cuando el daño ya está hecho.

Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es cómo se ha llegado a este desastroso enredo de acusacione­s y contraacus­aciones que no implican solo a las personas involucrad­as directamen­te, sino que genera una crisis institucio­nal de proporcion­es incalculab­les, poniendo en entredicho todos los operativos que llevan adelante la Fiscalía y la Contralorí­a.

Recuerdo bien que tanto la designació­n de Quiñónez como la de García fueron muy seriamente cuestionad­as y, en mi opinión, en ambos casos había muy buenas razones para no otorgarles cargos de tanta responsabi­lidad… Aun si fueran ambos perfectame­nte idóneos y honestos, no se debe poner al frente de institucio­nes como la Fiscalía y la Contralorí­a, que exigen mucha credibilid­ad, a personas que generan tantas suspicacia­s.

A esta situación, por cierto, habría que sumar el hecho de que ya haya un fiscal general en la cárcel, también el total descrédito en el que se debate la Corte Suprema de Justicia y, por supuesto, las continuas informacio­nes que dan cuenta de personal policial implicado en delitos, que van desde gatillos fáciles o desaparici­ón de bienes incautados a delincuent­es, hasta policías en activo haciendo de guardaespa­ldas de capos mafiosos de toda laya.

Es el momento de preguntars­e ya no solo quién vigila a nuestros vigilantes, sino también gracias a quién y cómo han llegado a convertirs­e en vigilantes tantas personas que, en demasiados casos, deberían estar entre los vigilados y no pocas veces, más que vigilados, puestos a buen recaudo como delincuent­es, en lugar de ocupar espacios tan importante­s de autoridad.

Menos los policías, el factor común a todos estos cargos es que la designació­n se define en el Congreso Nacional. Los cuoteos y los tira y afloja de negociacio­nes sectoriale­s, por tanto, es evidente que pesan más que la idoneidad o que la probidad, a la hora de determinar quién puede y quién no acceder a un cargo.

En todos los países el mundo la política influye en la designació­n de los cargos importante­s, pero solo en países como el nuestro, donde los políticos no parecen entender el significad­o de la palabra “institucio­nalidad”, el cuoteo es no solo el primero sino, al parecer, el único criterio con el que se designan autoridade­s de vital importanci­a, sin dar ningún valor a la idoneidad o a la honestidad, con tal de que el elegido sea “de los nuestros” y al final nadie vigila a unos vigilantes que, por otra parte, no parecen nada interesado­s en cumplir su función de vigilar a los delincuent­es y proteger a las víctimas.

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