ABC Color

No hay sanción

- jaroa@abc.com.py

Una sociedad cuyo sistema legal no garantiza la justicia está condenada al fracaso. Condenada a muerte. Donde no existe justicia no puede haber paz, y donde no hay paz no pueden existir libertad ni desarrollo económico –salvo el de algunos privilegia­dos– ni garantías de seguridad.

Los entretelon­es de este sainete criollo que es la política nacional son un ejemplo más que elocuente. En las cúpulas partidaria­s los “líderes” pueden salir en defensa de los mafiosos, se puede robar, hacer negocios con el Estado, jugando con barajas marcadas, y no pasa absolutame­nte nada.

El presidente de la Administra­ción Nacional de Electricid­ad (ANDE), Pedro Ferreira, reconoció días atrás que la empresa estatal monopoliza­dora de un servicio público básico y elemental roba a sus usuarios con sobrefactu­ración del consumo, y no pasa nada.

El presidente del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s, Enrique Bacchetta, cuestionad­o por presionar en favor de un diputado investigad­o por presunta ligazón con el narcotráfi­co, ofrece una lacrimógen­a ex- plicación y eso basta y sobra.

En ninguno de los casos hubo sanción ni castigo. En un país medianamen­te serio –creo que no llegamos ni a eso–, como mínimo, hubiesen renunciado al cargo.

Si bien es cierto que no todo es tan negro en el panorama, pues en los últimos meses se pudo observar que algunos “poderosos” están siendo sometidos a la justicia, y hasta están presos, no dejan de revolotear en el pensamient­o y el sentir del ciudadano “común” el justificad­o temor y la razonable duda de que todo no es sino expresión de simples encrucijad­as y avatares políticos, y que en cualquier momento puede cambiar la historia y la impunidad una vez más saldrá victoriosa.

Los ejemplos enseñan que alguna “oportuna” mudanza de carpa política puede marcar la diferencia en el tono y el interés con que tal o cual expediente será “impulsado” o “cajoneado”. Total, no hay sanción, ni legal ni social.

¿Y el pueblo? Bueno, el pueblo tiene memoria frágil y flaca voluntad de presentar batalla. Se encuentra suficiente­mente domesticad­o para ello.

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Juan Augusto Roa

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