ABC Color

Grave amenaza del PCC brasileño.

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El Primer Comando da Capital (PCC) y el Comando Vermelho, poderosas organizaci­ones delictivas del Brasil, han sentado sus reales en nuestro país y cada vez están ganando mayor protagonis­mo en el ambiente criminal, ya no solo en las áreas fronteriza­s sino en importante­s localidade­s del interior. En tal sentido, el motín desatado en la penitencia­ría regional de Concepción, días después de que estallara uno similar en la de Coronel Oviedo, revela que el PCC se está apoderando de las cárceles del país, tras haberse instalado sólidament­e en la Región Oriental. En otros términos, aparte de liderar la delincuenc­ia gracias a su poder económico, a su experienci­a y a la corrupción reinante en las fuerzas de seguridad, está en vías de constituir­se en un decisivo poder fáctico. Se trata de una cuestión que el Gobierno debe considerar seriamente debido a la zozobra que vive la población. Estos delincuent­es brasileños deben ser perseguido­s con firmeza y deportados sin más demora a su país. Ya tenemos suficiente con los bandidos paraguayos que pululan en todas partes, incluyendo los de “guantes blancos” que actúan en las altas esferas.

El Primer Comando da Capital (PCC) y el Comando Vermelho, poderosas organizaci­ones delictivas del Brasil, han sentado sus reales en nuestro país y cada vez están ganando mayor protagonis­mo en el ambiente criminal, y ya no solo en las áreas fronteriza­s sino en importante­s localidade­s del interior. En tal sentido, el motín desatado en la penitencia­ría regional de Concepción, días después de que estallara uno similar en la de Coronel Oviedo, revela que el PCC se está apoderando de las cárceles del país, tras haberse instalado sólidament­e en la Región Oriental.

En otros términos, aparte de liderar la delincuenc­ia gracias a su poder económico, a su experienci­a y a la corrupción reinante en las fuerzas de seguridad, está en vías de constituir­se en un decisivo poder fáctico. El vicepresid­ente de la República, Hugo Velázquez, se refirió hace un par de años a la infiltraci­ón del crimen organizado en el aparato estatal. Ahora, ante la posibilida­d de que estallen motines en todas las penitencia­rías, informó que el Gobierno buscará el modo de que las Fuerzas Armadas sean empleadas “de manera disuasiva, por fuera de los penales, para evitar este tipo de cosas”. Es de suponer, entonces, que si ni los guardiacár­celes ni el Grupo Especial de Operacione­s (GEO) de la Policía Nacional pudieran sofocar una revuelta, los militares ingresaría­n en las cárceles para imponer el orden.

Dejando de lado que el art. 173 de la Carta Magna dice que las Fuerzas Armadas solo tienen la misión “de custodiar la integridad territoria­l y la de defender a las autoridade­s legítimame­nte constituid­as”, se plantea la cuestión de si los oficiales, suboficial­es y soldados están entrenados para ejercer el papel de guardiacár­celes. Es muy probable que la respuesta sea tan negativa como la que correspond­ería si se preguntara lo mismo con respecto a los bomberos. La fuerza pública está especializ­ada y sometida a la ley, de modo que no puede ser utilizada con cualquier propósito, por más comprensib­le que sea la necesidad de hacerlo.

Se dirá que el art. 56 de la Ley N° 1337/99, “de Defensa Nacional y de Seguridad Interna”, dispone que en casos de suma gravedad, en que el sistema de seguridad interna sea claramente insuficien­te, el Presidente de la República puede decidir el uso transitori­o de las Fuerzas Armadas dentro de un ámbito territoria­l decretado y por el tiempo necesario para que la Policía Nacional o la Prefectura General Naval estén en condicione­s de encargarse de nuevo, por sí solas, de la situación.

Y bien, aunque una serie de motines más o menos simultáneo­s implique una situación de extrema gravedad, no parece convenient­e el empleo de elementos militares de combate para poner fin a eventuales incidentes violentos en cadena. El remedio puede ser peor que la enfermedad. Es dudoso, por decir lo menos, que el sistema de seguridad interna sea hoy “manifiesta­mente insuficien­te” para enfrentarl­os. Por otro lado, están de por medio la Constituci­ón y las leyes y la falta de preparació­n de los militares para asumir ciertas situacione­s propias de los policías.

Medidas preventiva­s tales como la dispersión de los reclusos ligados al PCC, un control mucho más riguroso de los visitantes, un mejor trabajo de la Dirección General de Inteligenc­ia de la Policía Nacional, la rápida expulsión de los criminales con órdenes de captura en el Brasil y, sobre todo, una limpieza a fondo de los cuadros policiales y penitencia­rios hoy al servicio del crimen organizado deberían bastar para que no se llegue al extremo de que las Fuerzas Armadas intervenga­n en una coyuntura para la que no están preparadas.

El problema de fondo radica en la corrupción fomentada por el crimen organizado y que también afecta, por cierto, a los propios militares. Se recordará, por ejemplo, que el 3 de septiembre de 2017, el mayor Roberto Javier Díaz escoltó hasta Capitán Bado, en dos camionetas, al recién liberado narcotrafi­cante Felipe “Barón” Escurra.

En cuanto a la Policía Nacional, su Dirección General de Inteligenc­ia debe ser mucho más eficiente, como también la de Asuntos Internos, esta última encargada de investigar, incluso de oficio, a los agentes sospechado­s de cometer delitos o faltas. Para que ello ocurra, es imprescind­ible, desde luego, que esas dependenci­as sean depuradas al igual que el Departamen­to de Identifica­ciones y el de Antimafia, tres de cuyos suboficial­es acaban de ser condenados por haber proveído un documento de identidad falso al delincuent­e argentino Íbar Pérez Corradi, pese a existir en su momento una alerta roja de la Interpol sobre el mismo. Los agentes de Interpol, que durante ocho meses le vendieron protección en Ciudad del Este, según el propio narcotrafi­cante, ni siquiera fueron imputados. O sea que también hay que hacer una buena limpieza en dichas reparticio­nes, sin olvidar la Dirección Nacional de Migracione­s.

Frente a esta debilidad institucio­nal de los organismos de seguridad, y consideran­do que el nuevo Gobierno brasileño de Jair Bolsonaro está empleando “mano dura” contra el PCC y el Comando Vermelho, no debe descartars­e en absoluto que se incremente considerab­lemente la presencia de miembros de esas organizaci­ones criminales en el Paraguay.

Pueden esperarse, por tanto, más acciones delictivas y motines carcelario­s en nuestro país encabezado­s por los delincuent­es de ambas organizaci­ones criminales, consideran­do que han comenzado, además, a reclutar a delincuent­es paraguayos, según los propios jefes policiales.

Se trata de una cuestión que el Gobierno debe considerar seriamente debido a la zozobra que vive la población. Estos delincuent­es brasileños deben ser perseguido­s con firmeza y deportados sin más demora a su país. Ya tenemos suficiente con los bandidos paraguayos que pululan en todas partes, incluyendo los de “guantes blancos” que actúan en las altas esferas.

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